❂ capítulo veintisiete ❂

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Maratón 100k • 2/4



✧・゚: *✧・゚:*  dedicado a Nohe   *:・゚✧*:・゚✧




SANDER



Habían pasado semanas desde la última vez que Sander vio un perfecto día soleado.

En Dragonscale nunca había un día sin sol, incluso en el invierno, pero eso nunca lo había molestado. Creció acostumbrado a las altas temperaturas, sobre todo cuando empezó a entrenar y el ejercicio mantenía su cuerpo caliente, con el sudor goteando por su sien, la piel dorándose más conforme pasaban los meses y luego, cuando Jaekhar empezó a volar, se acostumbró a pasar la mayor parte del día fuera.

Su padre le había hecho un ungüento, ya que su piel no era como la de la familia real, que nunca se quemaba, jamás se bronceaba, la magia que los hacía resistentes al fuego también los protegía de eso. Pero Sander, que había sido tan diferente a ellos, empezó a sentirse un nativo. Cuando sus padres se marcharon más al norte, o cuando llegó a visitar las tierras eternamente frías de Gélida, jamás sintió que perteneciera ahí, que pudiera dejar las calles doradas o las playas ardientes. De verdad extrañaba el Sur, pero ese día, con ese sol, ese sonido de los pájaros cantando a la lejanía... casi se sintió en casa.

Casi.

Pero había algo muy particular faltando y cuando caminó hasta el comedor en sus habitaciones, Sander se percató que estaba solo. Ninguna cabeza de cabello blanco a la vista.

La habitación de Jaekhar estaba vacía, su puerta abierta. La cama parecía intacta, como si no hubiera dormido ahí desde que llegaron a Gindar. Se había marchado con su espada y su capa a quién sabe dónde con Zeerah, y aunque hubo una leve sensación de preocupación, sabía que Jaekhar era capaz de evitar que lo mataran... al menos eso esperaba.

Se movió a la siguiente puerta y cuando la abrió, aspiró automáticamente. La esencia de Daerys lo envolvió como una manta y su corazón dio un tirón en su pecho.

¿Dónde está? parecían decir sus pulsaciones.

Se fijó en la mesita de noche atiborrada con libros, junto a uno de ellos encontró una barra de grafito sostenida por un mango de plata. Recordó el día en que se lo obsequiaron; Skyler Akgon le había regalado a Daerys una caja llena de colores y pinturas cuando eran niños. Corrió hasta Sander para enseñárselos y el primer dibujo que hizo, se lo dio a él.

Daerys. Algo en su interior comenzó a quemar, tenía que buscarlo.

Era de mañana y el todo castillo estaba en movimiento. Sander se topó con un montón de brujas por los pasillos. Todas advirtieron su presencia, la mayoría se alejaba o bajaba la cabeza, pero algunas le sonreían y se reían en grupos cuando él devolvía sus saludos de manera cortés, pero había una sola palabra en su mente, algo en su pecho parecía guiarlo. Así que confió en su instinto y lo siguió.

Estaba ideando el discurso perfecto para Daerys sobre lo mucho que facilitaría su vida si tan solo no se escabullera de la nada; le enumeraría las razones por las cuales era peligroso andar solo en una tierra extranjera, en donde ya lo habían atacado, y-

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora