Juliana Valdés era una chica soñadora, acababa de llegar con su madre y su hermano a Los Ángeles. Como ellos eran inmigrantes recién llegados, se quedaban en casa de la tía de Juliana, una mujer conservadora que amaba recordarles que vivían ahí solo...
¿Por qué te tienes que ir nuevamente a otro lugar? Algo sobre nuestro pasado dejo en mi esa pequeña sombra, esta eterna marca y el miedo de que no vuelvas más.
Estaba distraída con los informes sobre el aumento de demanda de los hoteles en Europa, cuando mi interfon sonó.
— Valentina, el señor Carvajal está aquí en la sala de espera ¿Puedo dejarlo entrar?
Respiré hondo antes de autorizar.
—Está bien Verónica, déjalo entrar y estas libre para ir a comer.
—Gracias.
—Gracias a ti, buen provecho.
—Siempre tan gentil. Nos vemos dentro de poco Valentina.
Me quede pensando en lo que Juliana diría sobre ese comentario y preferí no responder.
Cuando colgué la persona que menos quería ver en el mundo entró a mi oficina:
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—Buenas tardes Valentina.
— ¿Qué haces aquí? Que yo sepa, nuestra próxima reunión de consejo es dentro de 2 meses.
— ¿Un padre no puede visitar a su hija?
Lo miré incrédula y me levanté.
—Voy a preguntar nuevamente ¿Qué haces aquí?
—Bueno, estuve pensando. Tu madre y yo nos casamos cuando ella tenía más o menos tu edad. Eres una de las figuras públicas más prestigiosas del momento y durante mi viaje en Dinamarca conocí al príncipe Andrew, y en verdad quedo interesado en ti.
Tomó el celular de su bolsillo y me mostró.
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