6. ¿Prefieres el soccer?

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Ya eran las doce y, afortunadamente, nuestras clases del día habían culminado.

Con el paso de las horas las miradas de reojo no disminuyeron. Eso me tenía inquieta. Stella lo notó nada más cruzamos la salida del edificio.

—Cuando te dignes a hacer nuestra relación pública, todos se olvidarán de Nicholas —murmuró ella, cómo si en realidad fuera un secreto. Reí.

Nah, hay más pasión en lo secreto.

—No mientas, Alice Ann. —Entrecerró los ojos—. Sé que solo quieres esconder lo nuestro para que nadie sepa que ahora irás a serme infiel en esas gradas.

—Yo jamás te engañaría —me indigné.

—Oh, sí que lo harías. Es más, yo te doy el permiso de hacerlo. Es tan sexy que me haría sentir mala novia no permitirte probarlo.

—¿Ahora tendremos una relación abierta?

—Una relación abierta a excepciones. —Me guiñó un ojo.

Rodé los ojos, divertida. Repetirle que entre Nicholas y yo no pasaría nada sería un desperdicio de saliva. Ella aún continuaría aferrada a la idea.

Nos detuvimos cerca de los estacionamientos. Aquí nos separábamos.

—¿Segura que sabes llegar al campo de fútbol? Puedo acompañar...

—Sé seguir indicaciones, Stell.

—Bien —se rindió—. Suerte con tu bombón. Quiero oír todos los detalles de ese intento de disculpa.

—¡Yo sé disculparme!

—Alice, no nos mintamos. ¿Recuerdas la vez que dejaste caer kétchup en mi camiseta favorita? Apenas distinguí el «perdón» en medio de tu balbuceo nervioso. No eres buena disculpándote.

Mis mejillas se ruborizaron al recordarlo. Sucedió cuando estábamos en séptimo grado. Sin darme cuenta apreté demasiado el frasco de kétchup en la cafetería y la pasta roja nos salpicó a ambas cuando salió disparada de él.

—Aún lamento haberla arruinado.

—En realidad, me hiciste un favor. La camiseta era horrible.

Reímos al recordar los personajes de Monster High incrustados en cada milímetro de la tela y, poco después, emprendió camino hacia su auto.

Mi destino, en cambio, era nuevo. Jamás había pisado el campo de fútbol. Seguir las indicaciones que me dio para llegar no fue tan sencillo como creí, pero cuando logré dar con el estadio alejado de los edificios de enseñanza, mi cejas casi alcanzaron el comienzo de mi pelo.

Solo había visto dos juegos de la NFL en toda mi vida (culpa de mi padre y su fanatismo por el deporte), pero sin dudas, este campo se asemejaba a los de la televisión.

El terreno completamente verde estaba rodeado de tantas gradas que me pregunté si un partido de la temporada podría realmente ocuparlas.

Aún con la sorpresa llenando mi rostro, tomé asiento cerca de la banca de jugadores. Las gradas estaban en su mayoría vacías, a excepción de las ocupadas por algunas porristas que parecían descansar de su entrenamiento un poco más lejos.

Busqué con la mirada a los integrantes del equipo. Los divisé del otro lado del campo. Algunos estaban empujando algo que, siendo honesta, no tenía idea de cómo se llamaba, pero parecía muy pesado. Otros corrían y otros lanzaban o atrapaban balones.

En automático, detuve mi mirada en cada jugador, buscando a uno en específico que no pude hallar. El hecho me extrañó.

¿No que estaría entrenando hasta las una?

Un giro inesperadoWhere stories live. Discover now