18. Precioso tormento

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NICHOLAS

Con cautela, me adentré en la habitación. Alice me veía con la misma sonrisa achispada que dibujaron sus labios una vez ese cuarto shot de vodka se abrió paso en su sistema.

Yo bebí un poco más, pero en mí el alcohol no había causado la mitad de los efectos que había causado en ella. Por breves momentos, me sentía mareado o me perdía en mis pensamientos por más tiempo de lo usual; nada que ver con su nuevo estado hablador y sin reservas.

Recordatorio: Alice no le tenía mucho aguante al alcohol.

Y casi quise golpearme la cabeza cuando el pensamiento, sin poder evitarlo, llevó a la parte corrompida de mí a preguntarse cómo era su aguante en cosas... más físicas. Debía controlarme. Desconocía el deseo que ella despertaba en mí, era cómo si de repente volviera a ser este adolescente hormonal y virgen que ansiaba posar sus manos en una chica finalmente.

Con el fin de distraerme, escaneé la habitación. Alice hizo varios cambios en ella; ahora había una pared llena de dibujos en papel o pinturas en lienzos. Antes de conocerla, no sabía que existían tantos tipos de flores. A pesar de la curiosidad que me generaba que sus dibujos se limitaran a esas plantas, secretamente, observarla dibujándolas o molestarla mientras lo hacía, se había convertido en uno de los pasatiempos que más disfrutaba.

También había un collage de fotos con Olivia y un hombre a principios de sus cuarenta enmarcadas en otra pared. Y un desastre sobre su escritorio en el que apenas se podía distinguir la lámpara que ahora iluminaba la estancia y su laptop entre tantos papeles, materiales de dibujo y libros de medicina.

Cuando terminé de repasar cada rincón, mis ojos se detuvieron en ella.

—¿Por qué me ves con temor? —preguntó, confundida.

—No es temor, estoy tratando de ser... prudente —expliqué.

Y no mentía. Solo una probada de sus labios me llevó a la mierda. Ahora la deseaba más, la anhelaba más y sabía que iba más allá de ello, pero era muy pronto para siquiera admitirlo. Por eso, ella y yo, solos en una habitación, me pareció una mala idea considerando la resistencia de la que carecía cuando estaba cerca suyo.

—¿Por qué?

—Estás ebria.

—Yo no estoy...

—Lo estás.

Inclinó la cabeza, centrando la mirada en mi pecho. Mi sonrisa creció. Sin ningún tipo de disimulo, una vez cumplí con el estúpido reto de Jared, pocas veces sus ojos se apartaron del lugar, más yo fingía no notarlo.

—Yo también me quiero quitar la camiseta —anunció, con una sonrisa juguetona.

Mis pulmones detuvieron sus funciones por un instante.

—¿Qué? —pregunté, sin respiración.

Joder... ¿Acaso escuché mal? Porque no estaba tan ebrio, pero tal vez la cantidad que consumí me estaba jugando una mala pasada.

—Ya sabes, igualdad de condiciones. Es lo justo —explicó, encogiéndose de hombros—. Además, Lucas vertió whiskey en mi blusa —señaló el área aún húmeda al final de su camiseta de Iron Man, formando un puchero con sus labios.

Maldición. No mentía al decir que la mayoría del tiempo Bradley me agradaba, pero en ocasiones cómo esta o cuándo dijo que había besado a Alice, lo odiaba. Por su culpa me encontraba en una jodida situación. Tampoco ayudaban las repentinas ganas de besarla al reparar en el mohín que formaron sus labios. Y no podía hacerlo. No estando así.

Un giro inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora