19. Gracias por ser tú

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21 de noviembre, 2018.

—Corazón, ¿estás bien?

Mordí mi labio inferior mientras veía mi reflejo en el espejo del baño. Una hora antes, desperté sobre el pecho de Nicholas.

Repitamos eso último.

Desperté. Sobre. El. Pecho. De. Nicholas.

El dolor de cabeza fue instantáneo, por eso se me hizo arduo recordar de inmediato cómo había acabado ahí; envuelta en sus brazos y demasiado cómoda como para pensar en otra cosa que no fuera el calor que desprendía su cuerpo y lo segura que me sentía gracias a esa cercanía.

Luego, las imágenes fueron llegando poco a poco, y cada una fue peor que la anterior. Aún me negaba a creer que todo fue real y no una pesadilla.

Una pesadilla que consistía en mí queriendo quitarme la camiseta frente a Nicholas y él impidiéndolo, en mí deseando tocar su tatuaje, en mí pretendiendo besarlo y que me esquivara... En mí llevando la camiseta al revés y colocándola de forma correcta frente a él, en mí manoseándolo y repartiendo besos en su hombro y cuello sin ningún tipo de vergüenza.

Y lo peor:

En mí confesándole que me importaba.

Cuando cada maldito recuerdo estuvo asentado en mi cabeza, la vergüenza me llevó a salir de sus brazos y encerrarme en el baño. Y supongo que los minutos escondida aquí despertó la preocupación de Nicholas, porque ahora estaba del otro lado, tocando la puerta.

Preguntó más de una vez si me encontraba bien, pero yo no había tenido la valentía de responderle. ¿Cómo podría hablarle o siquiera mirarlo a la cara después de todo eso? Quería cavar un hoyo y enterrarme en él hasta nuevo aviso.

—Alice... —Tocó con suavidad la puerta otra vez—. Solo dime que estás bien, por favor.

Cerré los ojos, apoyándome en el lavabo. Dioses, ¿por qué decidí beber? Solo me había embriagado dos veces antes de ayer y nunca me arrepentí tanto de todo lo que hice el día anterior.

—Joder, preciosa, di algo.

Masajeé un poco mi cráneo. ¿Por qué dije e hice tantas estupideces? Jesús... El alcohol y yo no nos veríamos la cara en mucho tiempo luego de esta traición. Estaba demasiado avergonzada.

—Voy a derribar la puerta si no respondes en los próximos treinta segundos.

Abrí los ojos, alarmada. ¿Qué él haría qué? No... No se atrevería, ¿o sí?

—Treinta, veintinueve, veintiocho...

Mierda, ¿y si en serio lo hacía?

Sacudí la cabeza, renuente a la idea. No, no podría hacerlo.

—Diecinueve, dieciocho, diecisiete...

Nah, no lo haría.

—Diez, nueve, ocho...

Mis nervios incrementaron.

—Cinco, cuatro, tres...

Finalmente, la incertidumbre pudo conmigo. Me apresuré a abrir la puerta antes de que alcanzara el cero. Su suspiro de alivio fue lo primero que me recibió, luego sus brazos lo hicieron cuando me pegó a su pecho en un rápido movimiento y enterrara la nariz en mi cabello.

—Maldición, Alice... No vuelvas a hacer eso. Creí que te había pasado algo.

No dije nada y me limité a devolverle el abrazo con algo de timidez. Al separarnos, me costó encontrar sus ojos sin sonrojarme.

Un giro inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora