11. Siempre serás mi Lissie

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Mi boca se secó, el corazón me latía a millas por segundo. Sus dedos hundiéndose en la piel de mi cintura no contribuía a que se calmara, menos esa mirada.

—No estoy fingiendo nada, Nicholas. —Removí su mano de mi mentón, negándome a sostenerle la mirada por más tiempo.

—¿Ah, no?

—No —mascullé.

—Has estado fingiendo y ahora estás mintiendo.

—Yo no...

—No me has dirigido una sola oración desde ayer. Ni hablemos de las miradas; el borde de la piscina parece interesarte más que yo.

Mordí la parte interna de mi mejilla. El sonido de su exhalación me hizo saber cuánto le frustró que no le respondiera.

Con cautela, tal vez esperando alguna reacción negativa de mi parte, acercó su mano a mi rostro, brindándole calor a mi mejilla cuando notó que no me oponía a su toque. Mi cuerpo actuó en automático al estremecerse, más mi vista continuó fija en un punto detrás de él.

—Mírame, preciosa, por favor —murmuró. Requerí de toda mi fuerza interior para no sucumbir ante lo ronco de su voz, pero mis defensas no fueron así de resistentes; el tono de súplica las quebrantó.

Solo bastó un segundo para que mis ojos volvieran a conectar con los suyos y el torbellino de emociones se desatara en mi cuerpo. Él exhaló, agradecido.

—Lo siento. —Su expresión se llenó de remordimiento—. Es mi culpa que ahora te sientas incómoda a mi alrededor, debí cerrar la boca y no abordarte de esa forma. Nunca me había sentido así de atraído hacia alguien y apenas pude... Joder, me estoy desviando del punto —negó con la cabeza—. Prometo que no volverá a suceder, ¿sí? Solo olvidémoslo, no tienes por qué evitarme un segundo más.

Nunca me había sentido así de atraído hacia alguien.

Entreabrí los labios, sorprendida. Esa sola oración serpenteó en mi cabeza mientras la estampida de ñus se abría paso en mi estómago. Podía escuchar a Hazel y a los gemelos discutir a los lejos, pero ahora mismo no me podía importar menos. Lo único que me importaba eran esas palabras, lo que significaban.

Para demostrar lo que dijo, desenvolvió el brazo que me sostenía de la cintura y retiró la otra mano de mi mejilla, alejándose, poniendo distancia entre nosotros. De inmediato, el agua se sintió más fría y la calidez que experimentaba desapareció.

¿Qué carajos?

Las únicas palabras que registré fueron las de él admitiendo sentirse atraído por mí, lo demás no.

Me alarmé.

No quería eso. De ninguna forma.

Aún no podía mandar a la mierda el miedo que sentía ni el hecho de que viviéramos bajo el mismo techo, pero saber en qué podría convertirse esto se convirtió en una razón de más peso cuando el temor de que cumpliera con esa promesa me invadió.

—Creo que ya deberíamos salir —comentó, tenso; supuse que se debió a mi silencio ante su disculpa.

—No.

El rostro se le contrajo en confusión.

—¿No?

—No acepto tus disculpas. —Sus hombros se pudieron rígidos.

—Alice, no sé qué más podría...

—Me explico —lo interrumpí—. No tengo nada que disculparte y mucho menos quiero que cumplas esa promesa.

Un giro inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora