26. Jamás seré capaz de olvidarte

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Advertencia: Contenido +18  (si comentan mucho, este no será el único capítulo que lo tenga *guiño, guiño*)

NICHOLAS

¿Qué fue lo que hice en mi vida pasada para ser recompensado de esta forma?

¿Rescatar cachorritos de incendios? ¿Bajar gatos de un árbol? ¿Abrir una fundación? ¿Ayudar a ancianas a cruzar la calle?

Las palabras de Alice aún flotaban en mi cabeza sin ser digeridas en su totalidad.

Es decir, sí, escuché cómo de sus labios brotó la aprobación que había soñado, literalmente, con tener un día. La cordial bienvenida que le dio a una vida sexual juntos; sin embargo, con la dolorosa erección aun cerniéndose en medio de sus piernas, mi cerebro no podía pensar en otra cosa que no fuera fundirse en ella.

A pesar de estar excitado, caliente y deseoso hasta la médula de memorizar cada parte de su cuerpo mientras descubría qué tan bien podría recibirme, requerí de varios segundos con su frente apoyada en mi barbilla para concentrarme un poco y asimilar la confianza que estaba demostrando tener en mí. Joder, el cómo iba a dejar a un lado sus incertidumbres por esto.

Había anhelado tocarla, que me toque, hacerla mía, desde la primera vez que noté el movimiento de sus caderas al desplazarse de un lado a otro en aquel bar.

La última vez que tuve sexo fue hace meses. Me aterraba la idea de que el tiempo sin actividad más el deseo acumulado me jugaran una mala pasada ni bien su entrada me acogiera.

Reanudando lo que pausé de forma breve, la besé. No podía explicar cuánto me ponía sentir la suavidad de sus labios contra los míos. Y su lengua, joder, también el cómo su lengua jugaba conmigo. Mis manos viajaron al nuevo lugar en el que hallaban reconforte: la curvatura de su culo. Necesitaba sentirlo entre mis dedos sin la tela del pantalón interponiéndose. Ya.

De inmediato agarré la cinturilla y lo deslicé un poco hacia abajo. Ella rompió el beso.

—No tienes... No tienes que ser tan tentativo. Tienes permiso de hacer lo que quieras... —Me sorprendió el tacto de su lengua en el lóbulo de mi oreja—. De la forma que quieras, admirador.

El oxígeno se arremolinó en mi tráquea. ¿Acaso quería matarme?

Tuve sueños calientes y otros más que calientes con ella.

Muchísimos en los que, a mitad de la madrugada, en especial esta última semana en la que mis dedos ya habían explorado el calor de su interior, me despertaba jadeando y con una erección prominente que luego debía bajar con ayuda de mi mano. En ninguno, mi imaginación fue capaz de capturar lo malditamente estimulante que era su voz entrecortada y jadeante en vivo.

—Si continúas hablando así me correré sin haberte tocado —gruñí, estrujando uno de sus glúteos—. Túmbate en la cama.

A pesar de que tenerla frotándose sobre mí era el mismísimo paraíso, justo ahora la necesitaba recostada. Y me hizo caso. Sentí un leve vacío cuando las ondulaciones de ese largo cabello dejaron de caer en cascada a mi alrededor. Su cabello era otro rasgo suyo que adoraba. Era tan preciosa que dolía.

Entre las sábanas blancas de la cama y con las mejillas enrojecidas, lucía emocionada. Nerviosa, pero emocionada y expectante. Fue inevitable que mis labios no se curvaran cuando me posicioné sobre ella. Mi mirada viajó hacia las puntas de sus pezones sublevándose bajo la blusa.

Teníamos la prenda ganadora.

Estaba ansioso por deleitarme otra vez con ellos, mis dedos podían envolverlos por completo. Una vez se la quité, mi mano se aferró a uno. Era el jodido edén hacerlo. En automático, mis caderas buscaron fricción contra su pelvis. Un gemido brotó de su garganta. Apreté los dientes, recorriendo cada centímetro de su torso con la mirada mientras masajeaba su pecho. Me lamí los labios.

Un giro inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora