6. ¿Prefieres el soccer?

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No fue hasta unos minutos más tarde que pude distinguirlo. Junto a lo que parecía su entrenador, Nicholas se acercaba al grupo, asintiendo a lo que el hombre a su derecha decía.

El silbato colgado en el cuello del entrenador resonó por todo el campo ni bien se detuvieron ante los demás.

—¡Volkov! ¿A eso le llamas taclear? —Un chico robusto levantó la cabeza—. ¡Mi abuela paralítica lo haría mejor!

El hombre continuó gritando por varios minutos. A este punto, no sabía cómo los pobres chicos no habían quedado sordos, pero no era como si le estuviera prestando mucha atención realmente.

Toda mi atención se desvió a los pantalones negros hasta las rodillas de Nicholas y a la musculosa del mismo color. Lo llamativo que lucía su trasero y brazos cincelados debía considerarse un pecado.

También me causó curiosidad lo impasible que lucía su rostro. La noche anterior sonrió mucho. Creo que concluí de forma precipitada que era alguien risueño, pues con sus compañeros de equipo no aparentaba serlo.

Antes de que se uniera a ellos, imaginé que tendría la necesidad de entretenerme con alguna cosa mientras lo esperaba. Tal vez terminar el boceto de aquellas dalias que comencé a dibujar el fin de semana, pero la verdad era que olvidé la presencia de mi libreta una vez pisó la hierba del campo.

Su presencia era... difícil de ignorar.

Y como era de esperarse, la mirada nada sutil que tuve sobre él todo el rato, hizo que se percatara de mi presencia más rápido de lo que habría querido.

Sus ojos demostraron sorpresa al divisarme, cómo si no supiera el por qué me encontraba aquí.

Pasado unos segundos, pareció recordarlo, puesto que sonrió de una manera... dulce y me guiñó un ojo.

Quizás, de no ser una persona de carne y hueso, me habría derretido cual chocolate tras el gesto. Eso habría sido muy vergonzoso, casi tanto como ya lo era el que los latidos de mi corazón hayan aumentado a niveles desmedidos.

La sonrisa que le devolví fue más tímida que la suya, pero a él pareció complacerlo casi tanto como al pelirrojo a su derecha que le dio un empujón divertido tras seguir su mirada en mí.

(...)

Una hora después la práctica terminó.

Algunos del equipo vagueaban por el campo o charlaban con las porristas a mi izquierda. Otros fueron a los vestidores, Nicholas incluido, quien no demoró más de veinte minutos en postrarse frente a mí con el pelo húmedo y un atuendo distinto al que tenía esta mañana.

—¿Nos vamos?

La actitud incómoda de cuando nos despedimos más temprano había desaparecido, pero mis ganas de disculparme seguían intactas. Lo que era penoso, pues no tenía idea de cómo introducir el tema sin que sonara antinatural.

—Cla-claro —murmuré.

Caminamos hacia la salida del campo en silencio. Me aclaré la garganta cuando las palabras tocaron la puerta de mis labios.

—Oye...

Por alguna razón, solo necesitó verme de reojo un segundo para adivinar lo que diría.

—No necesitas disculparte, Alice.

¿Qué?

Entreabrí los labios, deteniéndome.

—¿Cómo sabías que iba a hacerlo?

Se encogió de hombros, interrumpiendo sus pasos.

—Tu expresión habla por ti más veces de las que crees.

Un giro inesperadoWhere stories live. Discover now