Mycroft rodó los ojos. No quería imaginar que pasaría cuando su hermanito tuviera 15 o 16 años. Borró la desagradable idea de su mente y volvió a tomar sus pertenencias, dejando al niño en la sala. Subió las escaleras y enfiló derecho hacia su cuarto.

Una vez adentro, descubrió que todo estaba tal y como lo recordaba.

Dejó la maleta sobre su cama y de esta sacó un libro de ciencias económicas. Había traído varios libros de texto consigo, esperando poder adelantar sus materias durante su breve estadía.

Tomó asiento frente a su escritorio y comenzó a leer, retomando el capítulo que había dejado por la mitad.

No pasó más de una hora, cuando sintió los pasos de su madre a través del corredor. Rápidamente cerró el manual y lo guardó en el cajón de su escritorio. Si Margaret se enteraba que había traído su material de estudio consigo, tendría que padecer un largo y tedioso sermón sobre el descanso y el tiempo en familia.

Y prefería evitarlo a toda costa.

— Pasa, madre. —habló, antes de que siquiera tocara la puerta.

— ¿Cómo sabías que era yo?

— Tú andar es más lento que el de Sherlock, pero más rápido que el de padre. —explicó como si fuera una obviedad—. ¿Qué se te ofrece?

— La cena estará lista en quince minutos.

El chico asintió.

— ¿Necesitas que ponga la mesa?

— Tu padre ya se encargó. ¡Ah! Casi lo olvido. —buscó entre los bolsillos de su delantal, sacando un sobre color crema—. Llegó la semana pasada.

— ¿Algo referente a la universidad? —aventuró sin demasiado interés.

— No precisamente. —se lo tendió.

Mycroft elevó una ceja y tomó la carta. Por una milésima de segundo, se congeló sobre su asiento al ver la estampilla americana, el tipo de papel y la caligrafía. No necesitó leer la dirección para saber quién era el remitente.

"Anabeth."

Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para lucir inexpresivo frente a su madre. Volvió a extender su brazo, devolviéndole el sobre. Ella lo tomó por inercia y se lo quedó mirando con los ojos abiertos.

— ¿No vas a leerla? —preguntó, consternada—. Es de Anne.

— Lo sé. —habló con calma—. Por favor, deshazte de ella.

Margaret frunció el ceño, visiblemente disgustada y dejó la carta sobre el escritorio.

— Si no vas a leerla, entonces deshazte de ella. —aseveró—. Porque yo no lo voy a hacer.

Le dio una mirada prolongada y finalmente salió por la puerta. Mycroft suspiró con cansancio. Lo último que deseaba era provocarle un disgusto en su primera noche de estadía.

Sus ojos azules se fijaron de nuevo en el sobre, observándolo con melancolía.

Colocó uno de sus libros de texto encima y siguió estudiando.

***

Pasaron tres días, en los que la carta siguió arriba de su escritorio, fuera de su vista bajo los libros y apuntes.

A veces el pelirrojo esperaba que su madre, cuando entrara a hacer el aseo, viera la carta y se la llevara consigo. Pero claramente no contaba con esa suerte. Margaret no la movió de lugar en todo el fin de semana. Mycroft sospechaba que ni siquiera la había tocado.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now