Recuerdo que no le agradaban las películas tristes y entonces caigo en cuenta de que...

La extraño...

Mucho.

—Extraño a la abuela, —solté de repente. Mi abuelo, quien se encontraba a mi lado sosteniendo mi mano se detuvo por un minuto, pero luego continúo con nuestra caminata. Como si nada, como si lo que había dicho antes no le hubiera afectado para nada.

Pero sabía que no era así.

No respondió de inmediato como siempre lo hacía y pareció por un momento mucho más interesado en las cosas que nos rodeaban antes que entablar una conversación conmigo; fingiendo no haberme escuchado por el sonido que provocaban los  autos que pasaban a nuestro alrededor.

—¿Tú también la extrañas? —Quise saber insistiendo, mirándolo de reojo.

—Claro que la extraño, cielo.

Uno de los tantos apodos que el abuelo solía usar conmigo.

Sonrió con tristeza, aunque trató de ocultarlo cuando bajó la cabeza para centrarse en las baldosas mal colocadas del parque esa mañana.

—Pero no debes extrañarla, ella está aquí —aclaró, señalándose el corazón al cabo de unos minutos.

—Pero no está ficamente.

Físicamente, —me corrigió con dulzura mientras nos ocupabamos en saltar otro charco con el mayor cuidado posible.

Había llovido los días anteriores, todo el tiempo, por lo que no habíamos logrado salir de casa al parque como lo hacíamos todos los fines de semana sin falta.

Él suspiró y se detuvo, después de caminar unos metros más. Se giró frente a mí haciendo que lo imitara, frenando mi andar de golpe casi logrando que chocara con su pecho. Se tomó el trabajo de colocarse a mi altura y acomodar los cabellos que habían salido de la dispareja coleta que me había hecho a las prisas esa mañana y el viento había terminado de arruinar, detrás de las orejas. Algo que también solía hacer la abuela cuando se encontraba con nosotros, alegando que siempre estaba un poco despeinada.

Me miró y sonrió.

—No debes estar triste porque ya no está con nosotros, Zía. Sea físicamente, ficamente o no —se burló mínimamente, pero su risa no sonó alegre. —La abuela dónde quiera que esté, está con nosotros y mientras nosotros la recordemos nunca dejará de estarlo.

» Las personas no mueren cuando ya no están con nosotros, si no cuando las olvidamos. Recuerdalo siempre.

Repetí sus palabras en voz baja, queriendo grabarlas por siempre para no olvidarlas.

Yo no podría olvidar a la abuela.

Sus ojos color miel, similares a los míos, brillaron.

Sabía lo que estaba pensando, así que me abrazó con ternura.

Él tampoco podría olvidarla.

Pero poco duró, cuando se percató de la hora que era en su viejo y descolorido reloj de muñeca que tanto odiaba, expresó un claro y sorpresivo:

—¡Mier... —Se interrumpió a sí mismo al notar mi ceño ligeramente fruncido por la brusca separación y se corrigió en un santiamén: ¡Miércoles, vamos tarde! Tenemos que darnos prisa, Zía. No queremos llegar tarde a tu primer día de clases.

Aunque a mí, en realidad, me daba igual. Quería estar con él.

—No es miércoles, abuelo. —Canturreé de forma sarcástica, cruzándome de brazos recordando haber visto el día "Lunes" marcado en el calendario que estaba junto al refrigerador. A la vez que me felicito mentalmente por mi buena memoria y también haciéndole entender, sutilmente, que debía recompensarme con algún dulce para guardar su pequeño secreto.

A mi madre no le agradaba que dijera malas palabras y él, decía muchas.

Una vez más tomó mi mano y me jaló para empezar a correr sin permitirme añadir nada más.

Cruzamos lo que restaba del parque con prisa, esquivando los charcos con cierta ágilidad. Y como de costumbre, habían muchas personas de un lado a otro trotando, muchas otras paseando a sus mascotas, a la vez que las hojas de los árboles caían sobre nosotrosgracias a la fría brisa que pasaba. Cuando abro la boca para advertirle que tengamos cuidado con un grupo de personas que al igual que nosotros van a toda marcha sobre sus coloridas bicicletas una hoja entra en mi boca; interrumpiendome vilmente.

No pude evitar hacer una mueca de asco y escupirla, sin detenerme a pensar qué diría mi madre si me observara hacerlo.

Paso la manga de mi abrigo sobre mi boca queriendo deshacerme de la sensación, pero es imposible. A pesar de ello, ninguno de los dos dejamos de reírnos en ningún momento y descubrí que, mientras él estuviera conmigo, debía sentirme feliz.

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¡Hola, holaaa!

Aquí estoy después de taaanto tiempo...

Primero que todo, quiero agradecerles enormemente por todo el apoyo que ha tenido, —y sigue teniendo —la historia desde su publicación en la plataforma. Lo segundo es que, como verán: ¡aquí está el primer capítulo! Gracias por la paciencia, pero esto no estaría en sus manos de no ser por la insistencia de mis amigos (sé que leerán esto 💕) y por la hermosísima reseña que me realizó EditorialZiba el día de ayer, en su apartado de "Reseñas y un poco más". Les recomiendo que pasen a ver su trabajo, son geniales.

Sin más que decir, recuerden votar y comentar. Se los agradecería muchísimo. 💕

Se les quiere.

Quisiera pedirte perdón  | PAUSADAWhere stories live. Discover now