Capítulo 48 - Realidad

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—   Déjame, yo me encargo de eso —Anton toma la maleta de mi mano —

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— Déjame, yo me encargo de eso —Anton toma la maleta de mi mano —. Puedes lastimarte si haces un mal movimiento.

— Gracias.

Me hago a un lado para dejarlo pasar, porque además de no poder moverme con soltura, camino como una ancianita con problemas de cadera, y la verdad es que las pastillas que me han dado me tienen la mente por las nubes.

Acabamos de volver de Canadá, y solamente gracias a mi hermano es que el vuelo que nos trajo de vuelta no tenía a otros pasajeros que a nosotros tres.

Anton permaneció con nosotras una semana entera. Desde que llegó allá, se la pasó el día entero conmigo; asegurándose de que tuviera todo lo que necesitaba a la mano, y como siempre, apoyándome y mostrándome que él siempre estará para mí.

La noche previa a nuestro regreso a Londres, salió conmigo al balcón, presenciamos una aurora boreal y no dijo una sola palabra, no necesitaba hacerlo. Él se acercó a mí, rodeo mis hombros con su brazo y nos quedamos en silencio; con ese solo gesto Anton me brindo todo lo que quería; a mi hermano siendo mi hermano, y no palabras de apoyo que me harían sentir mucho peor.

Hoy, de vuelta a casa, me tomo un segundo antes de caminar por el tan familiar pasillo del departamento, nuestros padres han debido venir a limpiar, y a preparar la comida que perfuma el ambiente, pero no se ven o se escuchan por ningún lado. Ellos me han dado esto, un tiempo fuera. Lo sé, porque los conozco, que es su manera de hacerme sentir cómoda, demostrando que están para mí cuando quiera hablarlo, pero sin presionar.

Ellos me están diciendo: <<Estamos aquí, te queremos, ven a vernos cuando te sientas lista para hacerlo>>.

Llego hasta mi antigua habitación, al instante un montón de recuerdos me asaltan. Mis cosas están exactamente iguales a como solía tenerlas antes de conocerlo: mis libros en las estanterías, mi ropa en el armario, uno que tiene ambas puertas abiertas de par en par, tal cual yo solía dejarlo. El cajón de calcetines dentro de este se encuentra a rebosar, como siempre, y el desastre de mi cajón de fotografía en uno de los muebles blancos de la alcoba.

Las cortinas blancas están corridas, dejando ver el indicio del río Támesis, y la ciudad; además del parque que se encuentra cerca de la casa. Hasta mis deportivas rojas están donde solía dejarlas; sobre la alfombra que está debajo de mi escritorio de trabajo, uno que, sin duda alguna, ha sido limpiado. Todo mi equipo de trabajo está ahí. Las cinco grandes pantallas de computadora con las que trabajo.

Todo, todo parecería tan normal, y, sin embargo, todo se siente tan ajeno.

— Fui por ellas cuando no estaban —aclara Anton.

— ¿Lo viste? —La pregunta escapa de mis labios antes de siquiera razonarla, mi hermano se queda en silencio un rato antes de responder.

— No, no lo he visto, no ha dado la cara —su tono es tranquilo, pero conozco a mi hermano, lo conozco mejor de lo que me conozco a mí misma, y sé que hablar de ese tema lo frustra —. Travis fue quien me abrió y me ayudó a empacar, también Nathan y Vladimir. Le llamé a Pecas para saber que estaba tomando las cosas correctas —suspira, pasándose la mano por el pelo —. No estoy seguro de que hubiera pasado si lo hubiera visto, tal vez le habría partido la cara a puñetazos, tal vez no —encoge los hombros —. La verdad es que no me habría dado una satisfacción personal hacerlo. No se merece nada de parte de nosotros.

Sam #PGP2021Where stories live. Discover now