Mi corazón, idiota.

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Sé que no soy la chica más guapa del mundo. También sé que no me manejo muy bien con el inglés y que puedo llegar a ser muy fría y poco cariñosa.

Pero también sé que te conté que me habían hecho daño. Te conté sobre mis inseguridades, sobre cómo me sentía y tú me entendiste. Me contaste tus defectos al igual que yo te conté los míos. Me contaste tus malas experiencias y tus debilidades y yo pensé que había encontrado a alguien que me entendía. Alguien que había pasado casi por lo mismo que yo.

Nos conocimos y me trataste como siempre he deseado ser tratada. Bien, con cariño, como si fuera alguien normal. Cogiste mi mano y paseaste conmigo por la ciudad. Pusiste tu mano en mi cintura cuando unos chicos miraron mi cuerpo y dormimos abrazados.

Nunca había estado así con nadie y me hiciste sentir especial, me dijiste que lo harías.

Pero desapareciste sin ninguna explicación a pesar de que dijiste que éramos amigos y lo acepté al cabo de las semanas.

Acepté que solo querías pasar la noche con una chica y decidí olvidar esos meses de cuarentena que nos llevamos hablando y todo lo que pasó ese día.

Cuando tuve la fuerza de pasar de página, volviste. Me hablaste de nuevo y, tonta yo, quise volver a quedar contigo. Quería verte de nuevo. Me dejaste tirada.

Me dolió y decidí beber esa noche, tanto que ni siquiera pude conducir a casa y tuvieron que llevarme.

Volví a empezar a olvidarte de nuevo, a dejar de pensar en ti o mirar las conversaciones en las que hacíamos tantos planes.

Tomé, el sol, bebí, comencé a hablar con chicos que no me llenaron como lo hiciste tú y nunca los conocí.

Quisiste volver a finales de Julio, enviándome fotos de tu perro. Te ignoré. Seguías. Volví a ignorarte, insistías, me mostré fría, seguías insistiendo.

Quisiste volver a ser mi amigo. Te dije que si volvías a dejarme plantada, no sabía que hacer. Me eliminaste de la red social, sin que te temblara el pulso. No pude enviarte ningún mensaje más porque no lo recibirías. Te eliminé.

Apenas comía, quería estar sola, los chicos con los que hablaba me agobiaban. Dibujé, escribí, bebí, quise llorar, no lo hice.

Sentía algo en mi pecho... Quería una explicación, quería saber por qué. ¿No era mejor pedir perdón? ¿Disculparse?

Te agregué.

Me aceptaste.

Me saludaste con sorpresa, como si de verdad te importara. Dijiste que me habías eliminado porque la habías cagado y habías decidido no molestarme más.

En vez de pedir perdón y arreglarlo.

Volvimos a hablar.

Volviste a darme los buenos días todas las mañanas. A pasarme fotos, a contarme tu día, a preocuparte por mí.

A decirme cosas bonitas, a hacerme sentir querida de nuevo, pero claro, estabas borracho, pero yo no era tonta. No me ilusioné, pero aún me gustabas.

Volvimos a quedar.

Fui a verte para saber si podía hacer eso. Si podía quedar contigo para solo acostarnos y no estar ilusionada.

Llegué a tu casa, te acordabas de que me gustaba el vino rosado y tenías una botella para mí.

Fuiste tú quien me abrazó, quien jugó con mi pelo y él que quiso mi cabeza apoyada en su pecho mientras veíamos una película.

One-shots. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora