Si me vas a mentir...

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Juego con el colgante de media luna que me ha regalado por nuestro aniversario mientras lo veo darle numerosos besos en la mejilla a Anahí.

— Ahora vengo, nena. Solo serán unas cervezas.

— Que se alargan hasta la madrugada.

Ian suspira pesadamente y entra en la cocina. — ¿Quieres venir conmigo? Podemos dejar a Anahí con tu madre unas horas.

— No —niego con la cabeza—. No voy a molestar a mi madre.

— Prometo que solo serán dos cervezas y estaré aquí antes de que te duermas —acaricia mi hombro.

— Antes de que me duerma —me enguajo las manos en el fregadero.

— Sí, y podemos hacer lo que quieras —deja un beso por dónde sus dedos han estado pasado antes.

— De acuerdo.

Antes de que salga por la puerta, lo llamo.

— Ian —me mira—. Si me vas a mentir, espero que valga la pena.

No dice nada, simplemente sale de casa y cierro los ojos con fuerza.

Olía a un perfume de mujer. Esa noche, pude olerla a ella. Pude oler a Ariana. Pude incluso besarla. Es como si la estuviera besando, saboreando su barra de labios.

No puedo evitar sospechar, pero no quiero creerlo. Ni siquiera puedo pensarlo. ¿Ian con otra mujer? ¿El hombre que da todo por nosotras? ¿El hombre del que estoy perdidamente enamorada?

No.

No puede ser.

Me pongo a meditar su actitud y sí. Está más distante, pero no me he preocupado hasta ahora.

Hasta que esa chica de pelo largo apareció. Tiene que ser ella.

Cojo mi teléfono, es tarde, Anahí ya ha cenado y está con su pijama puesto viendo la televisión. Alrededor de sus brazos, su peluche de oso favorito.

Trago saliva sonoramente cuando veo su ubicación.

Buen intento, Ian.

Me apresuro a la habitación y con manos temblorosas me cambio de ropa. Me pongo mis deportivas y apago la televisión haciendo que Anahí se queje.

— Cielo, tenemos que ir a un sitio —cojo las llaves del coche.

— ¿A dónde?

— A dar un paseo, ponte los zapatos.

Ella da un salto del sofá y obedece. Cojo mi cartera, donde llevo el carnet de conducir y cojo a Anahí en brazos para ir más rápido.

— Mamá vas muy rápido.

— Lo sé, cariño, es que vamos a llegar tarde —abro la puerta del coche y la monto en su sillita para luego abrocharla.

Me monto en el asiento del copiloto y pongo rumbo a la dirección que me marca el teléfono. Sé dónde está porque hemos estado allí un par de veces.

— ¿Dónde vamos?

— A un sitio, nena. No me pongas más nerviosa de lo que estoy.

Ella decide callarse y me tiemblan las piernas mientras conduzco. Ojalá este con sus compañeros de trabajo.

Casi lo estoy rogando cuando llego al lugar. Estaciono en la otra acera y apago las luces. Estoy mirando por la ventana mientras sostengo mi teléfono en mis manos.

Sigue ahí dentro.

— Quiero ver dibujos en tu móvil —me dice.

— Ahora no, ya pronto nos vamos a ir a casa —murmuro mirando a todos lados a ver si lo veo.

— ¿Qué estamos haciendo aquí?

— Somos espías. Tenemos que tener paciencia y que no nos vean.

— ¿Quién no no tiene que ver? ¿Papá?

Parpadeo un par de veces y la miro. Su dedo está en la ventana y miro hacia donde señala.

El corazón golpea con fuerza contra mi pecho y dejo el móvil en el asiento del copiloto. Me cambio de asiento para pegarme más a la ventana porque no está solo. Una chica de pelo largo hasta casi su trasero está con él.

Ella pone sus manos en el pecho de él y mi prometido no quita la sonrisa de su rostro.

Mi respiración empaña el cristal y mis dedos se quedan señalados en él. Esa chica lleva un vestido ajustado que realza sus curvas y es alta, casi como él.

Ella lo empuja y casi puedo verla. Está riéndose. Él coge su mano y la acerca a su cuerpo.

Casi pego la cara al cristal mientras todo mi mundo se desmorona. Un pequeño jadeo se escapa de mi boca porque se están besando.

Estoy temblando. Mis dedos tiemblan contra el cristal mientras observo la romántica escena que están protagonizando frente al bar, como si él no estuviese prometido.

No puedo dejar de mirar aunque lo único que quiero es sacarme los ojos. Mi labio inferior tiembla.

— Es Ariana —dice mi hija.

Me percato entonces de que ella está conmigo y seco las lágrimas que caen de mis ojos para volver a mi asiento.

No digo nada, solo me pongo el cinturón y me pongo rumbo a casa cuando ellos desaparecen.

No lloro, solo llego a casa y bajo a Anahí del coche. La sostengo en mis brazos y la acuesto cuando llegamos a casa. No le digo una palabra porque no puedo mencionar nada.

Me está engañando.

Me está mintiendo.

No me quiere.

Me siento en el suelo de mi habitación y apoyo mi espalda en la cama. El anillo de prometida me quema en el dedo y lo miro.

Parpadeo un par de veces cuando Anahí se presenta en la habitación y la miro esperando que diga algo.

— Papá nos quiere, mamá —besa mi mejilla y se sienta a mi lado para abrazarme mientras el dolor me desgarra el pecho.

Nos quiere... Papá nos quiere...

No, no lo hace.

— Vete a la cama, cariño —le pido acariciando su pelo—, es tarde.

Ella no me discute y la veo salir de la habitación. Muerdo mi mano cuando se va para no sollozar en voz alta. Las lágrimas caen por mis mejillas y tapo mi rostro con mis manos.



One-shots. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora