Si me vas a mentir...

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Cuando llego a casa al día siguiente mientras mi jefe me habla por teléfono enfadado porque hemos tenido un problema con un cliente, me encuentro la maleta de Ian todavía en el mismo sitio en el que la dejó ayer. Dejo el bolso en la cocina y paso una mano por mi frente pensando en buscar otro trabajo porque no creo que me paguen bien para aguantar todo esto.

— Lo solucionaré ahora —le digo.

— Eso espero, mantenme informado.

Cuelgo y saco del bolso la agenda. Suspiro pesadamente y le doy una patada a la maleta cuando salgo apartándola de ahí. Puedo escuchar los juegos de mi hija y mi marido en mi habitación y cuando llego, me quedo en la puerta viendo cómo él le hace cosquillas y ella se ríe a carcajadas.

— La maleta sigue ahí desde ayer.

— Hola, cariño —se incorpora en la cama y Anahí, aún con una sonrisa en sus labios, también lo hace—. Hola mamá —me saluda.

Sé que debo relajarme, pero el teléfono hace que gruña y salga disparada hacia el salón para poder sentarme con la agenda y solucionar esto de una vez antes de que me estén dando el coñazo. La mercancía no había llegado en buenas condiciones y se estaban quejando. Yo no podía hacer mucho, asegurar de que esa mercancía se había enviado en buen estado y echarle las culpas al transportista, el clima o algún problema de la cámara frigorífica. Eso, entre voces de Anahí y la televisión encendida de fondo.

Voy a la habitación y veo a Ian poniendo todo lo que está en la maleta en el suelo. Todo para lavar. Me quito los zapatos, porque ni siquiera me ha dado tiempo y me siento en el borde de la cama.

— La maleta sigue ahí —dice.

— ¿Qué? —Lo miro confusa.

— Es lo único que has dicho cuando has entrado.

— He tenido un día de mierda, Ian y cuando llego a casa lo único que encuentro es que es un desastre.

— ¿Solo por la maleta?

— ¿Has visto la habitación de Anahí? ¿Quién lo recoge? Ni siquiera has recogido los platos de la merienda. Solo pido un poco de ayuda.

— Llegué ayer de un viaje de trabajo.

— Y yo he llegado de trabajar me echo hacia atrás en la cama y miro al techo blanco.

Tengo veintinueve años y estoy cansada de mi vida. Trabajo, cuido a mi hija y limpio la casa. Tengo encuentros esporádicos con mi prometido y hay semanas que ni lo veo. No es la vida que me imaginé tener con veinte años. Conocí a Ian hace cinco años y medio. Sí, solo llevábamos saliendo un año y medio cuando me quedé embarazada de Anahí y no nos hizo muy felices a ninguno en ese momento. Me fui a vivir al pequeño apartamento de Ian y ahí hemos permanecido durante todo este tiempo. Y hace seis años lo vi en el jardín de mi casa haciendo unos arreglos mientras ayudaba a su padre. Era verano, él iba con una camiseta de tirantes que le quedaba de escándalo, y me enamoré. Él también. No nos separamos desde ese entonces.

— Me gustaría que algún día te relajaras y dejases de mirar por cómo está la casa.

— Ian, por favor, cállate —pongo mi mano en la frente—. Cuando estás en casa tengo que hacer el doble de cosas porque tú también ensucias, genio. Podrías haber puesto una lavadora de tu ropa y ahorrarme a mí el trabajo, pero no.

— No sé poner una lavadora.

— A eso me refiero —me levanto.

— No voy a discutir de nuevo por esto.

One-shots. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora