Capítulo XLII

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Narrador anónimo:

Maxi: No es muy romántica, pero es que las demás son mucho más largas... -agachó la cabeza.-

Martha: ¿Te da vergüenza? -dijo compasiva. Él no contestó.- Pues a mi me ha parecido una historia muy bonita -le pasó un brazo por la cintura, para apoyarle. Este sonrió.-

Agus: A mi también me ha gustado. Por cierto es como un amor eterno ¿No?

Maxi: Algo así -dijo con una media sonrisa.-

Agus: Bueno, esta historia compensa a las de miedo. Ahora ya no tendremos pesadillas. Soñaremos con la historia de Maxi, era muy bonita. -todos sonrieron.- ¿Algún voluntario para contar otra historia? -Martha bajó la mirada.-

Martha: Yo puede que tenga una... -no sabía si debía contarla ¿Podrían los chicos guardar el secreto? Seguro que sí. Además necesitaba contárselo a alguien.-

Agus: ¿Cual? -Martha alzó la mirada y la clavó en los dos chicos, allí sentados.-

Martha: Un día nació una niña, no vamos a poner nombres de momento... Cuando nació, su madre murió por las complicaciones del parto. Pero su padre era una persona muy responsable y cariñosa, y, aunque lloró largos días la pérdida de su amada, sacó adelante a la pequeña. Cuando ella cumplió los tres años, su padre se había hecho comerciante. Iba por todos los lugares del mundo, colocando su pequeño tenderete en las ferias a las que iba. La chiquilla siempre iba con él, obviamente, pues era su hija. Ella disfrutaba mucho en las ferias porque veía un montón de cosas en los otros puestos. Un día, su padre, le regaló por su cumpleaños de cuatro años una guitarra muy bonita. La chica aprendió a tocarla. Estuvo cuatro años más así.  Con ocho años, un día como otro cualquiera, en una pequeña feria de un pequeño pueblo, la chiquilla tocaba la guitarra para su padre, él la animaba y daba palmas. Cuando paró de tocar, fue un momento a guardar a la furgoneta su instrumento. Cuando ella no estaba, cuatro guardias de seguridad local aparecieron ante el puesto del padre. "Queda usted arrestado por puesto ilegal" dijo uno de ellos. "Pero no puedo ir a la cárcel" respondió él, "Haberlo pensado antes de montar su comercio ilegal, debe pedir un permiso", "No tenía dinero, lo gasté en una guitarra para mi hija" insistió él, "cuénteselo al juez", dijo otro mientras le esposaban con las manos a la espalda y se lo llevaban.
Cuando ya no estaban allí, la niña apareció. No vió a su padre por lo que supuso que habría ido a comprar algo de comer o beber. Se sentó pacientemente a esperar. Pero pasaron las horas y él no aparecía. Muy nerviosa, la pequeña se echó a llorar. Salió del puesto y se aproximó al de al lado. "Disculpe, ¿sabe usted que le a pasado al señor que llevaba el tenderete de al lado?" preguntó vergonzosa, "Si querida, se lo llevó la policía, por venta ilegal sin permiso" El hombre le contó la conversación a la niña y esta, volvió al antiguo puesto de su padre. ¿Que haría ahora una niña de ocho años sola? Bueno, la niña no era tonta para su corta edad, era bastante lista, por lo que sabía que se la llevarían a algún sitio para niños huérfanos. Cogió su mochilita de conejos, metió algunas cosas, agarró su guitarra y se fue.
Ella no conocía aquel lugar, por lo que se aventuró por un camino solitario. Caminó tres días seguidos sin parar, y llegó a un bosque. Un bosque muy bonito, lleno de árboles y aventuras nuevas que conocer. Lo atravesó y llegó a un pueblo de cinco o seis casas, muy juntas. A la niña le fascinó aquel lugar, el bosque con sus animales, el pueblecito tan pequeño... era un lugar perfecto para estar sin que los servicios sociales la encontraran. Cuando admiraba las casas antiguas de aquel lugar, un hombre mayor se acercó a ella. "Hola pequeña, ¿te has perdido?", ella era muy inocente, por lo que no supo que no debía hablar con desconocidos, pero aun así, hizo muy bien en hablar con aquel hombre, "Bueno, algo así" dijo ella. El hombre la llevó al supermercado y le dio cosas para comer. Después fueron a su casa y se echó una buena siesta. Pasó el tiempo, y aquel hombre cuidó a la chiquilla. Ella lo consideraba casi como a su padre. Le tocaba la guitarra y él la alimentaba y le contaba historias, le enseñó a usar el arco, a cazar, a montar en su caballo, a ordeñar, a cuidar gallinas, resumiendo, le enseñó la vida en el campo.
Un día, cuando la niña tenía ya trece años, el señor la llevó al bosque. La condujo por muchos sitios y finalmente llegaron a la sorpresa que le tenía preparada. Era una casita blanca con un pequeño porche. "Durante los años que has estado conmigo, has sido casi como una hija. Cuando supe que pasarías mucho tiempo conmigo, empecé este proyecto, para que vivas aquí cuando yo no esté", ella lo miró largamente, observó la casa y le dio un tremendo abrazo, "¿Cuantos años tienes?" le preguntó. él la miró, "Tengo ochenta y siete", la chica solo asintió y le dio otro abrazo. Al año siguiente, cuando la muchacha volvió de cazar, su prácticamente padre, había muerto. Ella lloró mucho y con la ira, rompió la guitarra, hizo la maleta, montó en el caballo y se fue a la casa del bosque. Después volvió a por la vaca y las gallinas y se instaló allí. Conoció todos los secretos de aquel bosque y vive allí desde la muerte del "padre".

Las estrellas no son de campo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora