Capítulo II

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Narra Martha:

Como todos los días, me desperté muy temprano para recoger las almendras que caían de los árboles que se alzaban alrededor de mi vivienda.
Yo vivía en una casita algo vieja, en medio de un bosque muy alejado de las ciudades. No me gustaba la tecnología ni todas las cosas electrónicas que inventaban ahora. Prefería vivir en mi mundo. En el campo, donde la naturaleza me había acogido como a una hija. Me gustaban las cosas que crecían del propio ciclo del mundo. Observar como las flores abrían sus pétalos, ver la salida del sol, cuidar de los animalitos enfermos que correteaban por los alrededores... Eran pequeñas cosas que merecía la pena hacer, porque eran cosas que sucedían desde el mismo corazón del campo, cosas que fueron creadas precisamente para ser admiradas, me gustaban los retos que me ofrecía la naturaleza, el bosque, MI bosque. Ver como unos peces se comían a otros más pequeños y, cuando los pescas, pensar, con una sonrisa, que comes doble pescado. Por eso no me gustaba la ciudad, era monótona y aburrida, un lugar donde no podías vivir ese tipo de experiencias. No quería estar enganchada a ningún tipo de máquina, como lo estaban los niños de hoy en día a los ordenadores o consolas de videojuegos. Yo vivía a mi manera, sin depender de nada ni de nadie. Eso era lo que realmente valía la pena.

Después de recoger la gbran mayoría de almendras, fui a pescar, me apetecía un buen pez para comer. Una dieta variada es una buena dieta. Siempre lo decía mi padre. Y yo siempre hacía caso a mi padre. Pero ahora mi padre se había ido al cielo, a velar por mi madre.Ahora yo estaba sola, pero no era algo por lo que me debiese preocupar, de momento, me iba bien.

A la hora de comer, me preparé una gran lubina que había acudido alegremente momentos antes a mi anzuelo. Eso si que era una buena comida. Nada de conservantes ni las mierdas que le hechan en las fábricas a los alimentos. Todo cien por cien natural.

Después, como todos los días, me dirigí a la parte trasera de mi casa, para ordeñar a Mulán, mi vaca.
Al acabar, dejé los dos cubos de leche en la encimera de la cocina y me fui al porche de mi casa. Ya empezaba a anochecer.

Cogí de una cesta un tronco pequeño de mi madera y saqué de mi cinturón una daga pequeña. Por lo que me dispuse a tallar algo. Me distraía hacer figuras con madera, me desahogaba y se me daba bien.
Cuando terminé, miré orgullosa la pequeña figura en miniatura de mi casa. La soplé para quitarle el hollín. Pero mi alegría no duró mucho. Oí voces y pasos que se acercaban cada vez más. Iba a sacar el arco y las flechas pero no me dio tiempo. Porque cinco personas se pararon a un metro de la valla de mi casa y me miraron fijamente.


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Os amo❤

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