Capítulo XXXIII

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Narrador anónimo:

Maxi: ...Esas pequeñas cosas, son las que te hacen especial. -Martha apartó la mirada y se levantó, esta vez, Maxi si que le dejó.-

Martha: Eres un cielo -el chico se acercó a ella, pero esta se apartó con gracia.- pero ahora, hay que volver a dar de comer al nene -y se fue con una diversión maliciosa en sus ojos. Maxi hizo una media sonrisa y la siguió.-

Maxi: ¿Rechazas un rato a solas conmigo? -dijo cuando la alcanzó.-

Martha: No, he rechazado la muerte de un zorro -rió y se echó a correr por el bosque. El muchacho corrió tras ella.
Cuando el flato comenzó a hacerse notable, Maxi paró y miro a su alrededor. Martha estaba subida a un árbol.-

Maxi: ¿No bajas?

Martha: ¿No subes? -el chico volvió a reir.-

Maxi: Tengo flato.

Martha: Que pena -dijo irónicamente, con una chispa divertida. Y subió aún más ramas, para estar más alto.-

Martha: Con esto me das a entender que no quieres estar conmigo, así que me voy. -se dio media vuelta y, cuando empezó a andar, algo le golpeó la espalda.-

Miró al suelo y vio una cereza. Alzó la vista hacia la rama donde estaba su amiga y la vio con un puñado de esas frutas en la mano, poniéndose la boca roja con el jugo de éstas.

Martha: Hay cerezas, ¿Quieres?

Maxi: Si me das, si. -la chica le tiró una.- ¡Ey! Pero tienes que bajar, no lanzármelas.

Martha: Yo no voy a bajar.

Maxi: ¿En serio me vas a hacer subir? -Martha adoptó una postura más cómoda en la gran rama, dando a entender de que le esperaba.-

Con un suspiro, el joven suspiró y fue trepando por el tronco.
Cuando llegó junto a la chica, esta estaba sentada con las piernas estiradas y la espalda apoyada en el tronco, era una rama super gruesa, casi que cabrían tres personas.
Maxi se acercó y se sentó a su lado, igual con la espalda en el tronco.

Pasaron un rato genial, había química, no se podía negar. A mitad de su conversación, Maxi le había pasado un brazo por los hombros a la chica y, esta, tenía la cabeza apoyada en su hombro mientras hablaban. Maxi le daba cerezas a Martha en la boca y al revés. Se contaron historias, chistes, experiencias... Cantaron juntos y descubrieron muchas cosas que tenían en común. El muchacho descubrió un gran arma contra ella: las cosquillas. Era la persona con más cosquillas que había conocido. Le parecía una chica perspicaz, alegre, extrovertida, aventurera, amante de la naturaleza y los animales, deportista, le gustaba hacer las cosas por sí sola, lograba todo lo que se proponía, guapa, inteligente, ocurrente, ágil... y muchas cosas más que, a medida que pasaban los minutos, iba descubriendo.
Pronto, ambos se dieron cuenta de lo que sentían el uno por el otro, pero los dos opinaban lo mismo: en veinticinco días los chicos se irían, y, por mucho que dijesen, Martha sabía que no los volvería a ver cuando abandonaran el bosque. Era una relación que no podía cuajar. Pero, aunque no pudiese pasar lo que querían, sí podían aprovechar el tiempo que les quedaba juntos.

Pasaron los días y, Martha y Maxi buscaban ratos para estar a solas, ir al lago los dos o subirse a aquella rama del árbol que tanto les gustaba a comer cerezas. Hablaban de sus cosas y cada vez, averiguaban más cosas el uno del otro. Cuando iban todos a coger almendras, ellos dos se adelantaban o se iban por el mismo terreno y hablaban.
Por su parte, la chica también quería aprovechar el tiempo con Agus y se lo pasaban cada vez mejor. Hacían muchas tonterías, se divertían, se bañaban, cocinaba, limpiaban, plantaban... eran como hermanos.
Martha les llamaba pitufos, porque un día se mancharon de una pintura azul que habían comprado para hacer un cuadro, y verdaderamente lo parecían.
Para todo esto que os cuento, transcurrió una semana y media: diez días.

Las estrellas no son de campo Where stories live. Discover now