Capítulo XL

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Narra Martha:

Estaban todos sentados en la cueva, envueltos en toallas, para secarse

Martha: Menos mal que habéis puesto velas, si no aqui no se vería nada jaja.

Agus: Es verdad ¿Que hora es?

Maxi: Las once.

Agus: En estos momentos, puedo deducir que mañana no trabajaremos, ¿no? -Martha se estiró-

Martha: Supongo que no -dijo sonriendo.- Y bueno, como ahora tengo que cambiarme, os rogaría que os fueseis un momento.

Maxi: ¿Y a donde vamos?

Martha: No sé, pero también os tenéis que cambiar. -la chica alzó la mirada al techo y vio el agujero que habían hecho los chicos para entrar y la cuerda con el arnés que colgaba de él.- podéis salir por allí.

Agus: Pero fuera hay lobos.

Martha: De verdad, que nenazas sois -dijo sacándoles la lengua- iré yo. -Se levantó e hizo ademán de ir hacia la cuerda.-

Maxi: Espera -dijo levantándose también- La última vez que salimos por la noche un lobo te mordió, no nos vamos a arriesgar a eso otra vez.

Agus: Tiene razón.

Martha: Os agradezco vuestra preocupación, pero no me pasará nada. Os aseguro que a esta zona no se acercan los lobos porque hay setas venenosas.

Agus: ¿Seguro que no vienen aquí?

Martha: ¿Después del agujero que habéis hecho? Seguro que no. Ya les dan miedo esas setas, y aún más miedo le dará el tremendo agujero ese.

Maxi: Está bien, podés ir.

Martha: Hubiera ido de todas formas... -dijo riendo.-

Cogió la mochila con su ropa y se ajustó el arnés. Pero había un problema.

Martha: Chicos... ¿Como volveis a subir?

Agus: Uno se quedaba arriba y tiraba de la cuerda... -se dio cuenta del problema- ostras, es verdad, ahora no hay nadie arriba para tirar.

Martha: De verdad, que bobos sois -dijo con una sonrisa, se quitó el arnés y se agarró a la cuerda. Empezó a escalarla.-

Agus: Tiene fuerza la boluda eh.

Martha: ¡Luego te hecho un pulso! -le gritó ya casi arriba del todo.- ¡Y aprovechar a cambiaros vosotros tambien! ¡No quiero ver partes íntimas por favor! -los dos rieron.-

Diez minutos después, Martha bajó de nuevo por la cuerda. Los demás estaban sentados en la alfombra.

Agus: Es hora de las historias de terror, uuuhhh -dijo espectralmente.-

Martha: ¿Puedo empezar yo? Me sé una. Cuando era pequeña viajaba con mi padre a muchos sitios antes de venir a este bosque. Sé muchas historias de carretera y de pueblos como este, muchas supersticiones y cuentos de viejas.

Agus: Vale, venga empieza.

Martha: Bien... No es una historia que de miedo especialmente, pero es la primera que escuché de... vamos a llamarlo terror, aunque esa no sea la palabra adecuada -la chica carraspeó- La leyenda de la Autopista Fantasma La carretera principal que va de Baltimore a Nueva York al llegar al kilómetro 12 se cruza con una importante autopista. Se trata de un cruce muy peligroso, y en muchas ocasiones se ha hablado de construir un paso subterráneo para evitar accidentes, aunque todavía no se ha hecho nada. Un sábado por la noche, el doctor Eckersall regresaba a su casa después de asistir a una sala de fiestas. Al llegar al cruce redujo la velocidad y se sorprendió al ver a una deliciosa jovencita, vestida con un traje largo de fiesta y haciendo auto-stop. Frenó de golpe y le hizo una señal para que subiera a la parte trasera de su descapotable. - El asiento de delante está lleno de palos de golf y de paquetes -se disculpó. Y a continuación le preguntó: - Pero, ¿qué está haciendo una chica tan joven como tú sola a estas horas de la noche? - La historia es demasiado larga para contarla ahora -dijo la chica. Su voz era dulce y a la vez aguda, como el tintinear de los cascabeles de un trineo. - Por favor, lléveme a casa. Se lo explicaré todo allí. La dirección es North Charles Street, número **. Espero que no esté muy lejos de su camino. El doctor refunfuñó y puso el coche en marcha. Cuando se estaba acercando a la dirección que le indicó ella, una casa con las contraventanas cerradas, le dijo: - Ya hemos llegado. Entonces se giró y vio que el asiento de atrás estaba vacío. - ¿¡Qué demonios...!? -murmuró para sí el doctor. La chica no se podía haber caído del coche, ni mucho menos haberse desvanecido. Llamó repetidas veces al timbre de la casa, confuso como no lo había estado en toda su vida. Después de un largo tiempo de espera, la puerta se abrió y apareció un hombre de pelo gris y aspecto cansado que lo miró fijamente. - No sé como decirle qué cosa más sorprendente acaba de suceder -empezó a decir el doctor-, una chica joven me dió esta dirección hace un momento. La traje en coche hasta aquí y... - Sí, sí, lo sé -dijo el hombre con aire de cansancio-, esto mismo ha pasado otras veces, todos los sábados por la noche de este mes. Esa chica, señor, era mi hija. Murió hace dos años en un accidente de automóvil en ese mismo cruce donde usted la encontró...

Las estrellas no son de campo Where stories live. Discover now