***

Tocó la campana. Las aulas comenzaron a vaciarse mientras que los pasillos se atestaban de estudiantes.

Luego de una lenta y apretujada caminata, la joven finalmente salió por la puerta principal, junto con el resto de la multitud. Respiró profundamente, aspirando el cálido aire de mayo.

— Vivir en un mundo de peces dorados puede tornarse asfixiante, ¿no crees?

Anabeth elevó ambas cejas y volteó a ver a su amigo, quien se encontraba recargado contra la pared de brazos cruzados, a un costado de la entrada.

— ¿Cómo... carajo haces para salir siempre antes que yo? —negó con la cabeza, consternada.

Había sido la primera en salir del aula. No era posible que Mycroft se le adelantara. Tendría que haberlo visto en el pasillo.

— ¿Usas un pasadizo secreto o qué?

— ¿De verdad quieres saber? —elevó una ceja al tiempo que esbozaba una sonrisa a medias.

Anabeth rodó los ojos.

— Nah. No te hagas el enigmático conmigo, Holmes. No te sale. —giró sobre sus talones y comenzó a caminar, alejándose del pelirrojo.

Mycroft bufó con fastidio. Se despegó de la pared y bajó las escaleras, apretando el paso para alcanzar a su amiga.

— Siempre te quejas de que salgo antes que tú, pero cuando te doy la oportunidad de saber cómo lo hago, te niegas. Eres muy contradictoria.

— Nop. —tarareó, sonriendo con diversión—. Solo soy demasiado orgullosa como para rogar una respuesta.

— Más bien testaruda. Pero, ¿quién soy yo para contradecir tu juicio sobre ti misma? —inquirió con falsa modestia, ganándose un golpecito en el brazo a modo de reproche.

— No me molestes. —le advirtió, sin borrar su sonrisa ladeada—. Que tú también eres bien cabeza dura cuando quieres.

Cruzaron miradas. Hielos vs miel. Miel vs hielo. El duelo terminó con un par de sonrisas y sus ojos posándose de vuelta en el camino. Mycroft y Anabeth continuaron avanzando, disfrutando de su compañía silenciosa.

Cuando se encontraban a solo veinte metros de la parada, la ojimiel soltó un gemido desganado.

— ¿Hoy también?

— Tenemos un acuerdo. —se mantuvo impasible. 

— Ya sé. Ya sé. ¿Pero no podemos hacer una excepción?

— No.

Anabeth soltó una maldición entre dientes y se unió a su amigo bajo la parada. Mycroft la miró de reojo. A pesar de su resistencia, ella se encontraba tranquila. Sus palabras anteriores no eran dichas en serio. En realidad, para estas alturas, el subir o no al autobús le daba casi igual.

El vehículo rojo se hizo visible a la distancia. Esta vez fue Anabeth quien extendió el brazo para detener el transporte. Había comenzado a hacerlo estas últimas semanas, lo que había representado un gran avance.

— ¿Lista? —consultó el pelirrojo, parándose a su lado.

Anabeth se encogió de hombros, resignada.

— ¿Me queda de otra?

Mycroft negó con la cabeza.

— Adelante. —hizo un ademán con la mano, cediéndole el paso.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now