Estos son mis momentos favoritos en el día, esos momentos en los que puedo liberarme de la realidad, en los que puedo viajar por mil mundos estando en el mismo lugar. Si todas las personas conocieran lo increíble que es estar atrapado entre las páginas de un libro, nunca dejarían de leer.

Después de que termino de leer bastantes capítulos, y me encuentro satisfecha por ello, miro la hora en mi celular y me doy cuenta de que está demasiado tarde. Perdí totalmente la noción del tiempo.

Tratando de ser lo más sigilosa posible, para no hacer algún ruido que pueda llegar a despertar a mi papá, me levanto de mi cama y apago la luz de mi habitación.

Una vez ya está apagada me dirijo de nuevo a mi cama, pero antes de que pueda lograr acostarme, el tono de llamada de mi celular vuelve a sonar, como hace poco, y me acerco lo más rápido que puedo para poder silenciarlo antes de que el ruido despierte a mi padre.

¿¡A quién se le ocurre llamar a esta hora!?

Miro la pantalla y es el mismo número celular que me había llamado hace un momento, pero esta vez, decido no ignorarlo y por fin contestar.

—¿Hola? —pregunto, esperando una respuesta instantánea.

—Hola —me contesta una voz masculina, un poco conocida, pero, aun así, no logro descifrarla por completo, es por ello por lo que decido interrogar.

—¿Quién?

Y entonces cuelga.

Lo ocurrido me deja perpleja. ¿¡Quién rayos llama para colgar a los tres segundos sin explicación alguna!?

No me quedo sin hacer nada, y es entonces cuando decido volver a llamar para poder saber quién es.

Insisto una y otra vez, pero las llamadas saltan al contestador.

Sigo insistiendo, sin rendirme, pero nadie contesta la línea, por ende, suelto un suspiro y decido dejarlo estar. Es mejor opción acostarme a dormir antes de que mi padre se entere de que todavía sigo despierta.

*

Me despierto el día siguiente, sábado, a las ocho de la mañana, una buena hora para empezar a hacer las cosas que tengo pendiente, como: organizar un poco la casa y hacer mis tareas.

Normalmente suelo hacer mis tareas los viernes para poder tener libre todo el fin de semana, pero este viernes no pude hacer ninguna de mis responsabilidades en absoluto, así que, me toca quitar un tiempo de mi sábado para poder hacer lo que me corresponde.

Me levanto de mi cama y me dirijo al baño para poder cepíllame los dientes y arreglar mi cabello, para seguidamente bajar a desearle los buenos días a mi padre.

Al bajar por escaleras el delicioso aroma a café recién hecho me guía hacia la cocina, donde se encuentra mi padre, tomando un poco de este.

—Buenos días, papá.

—Buenos días —me sonríe—. Tengo café listo, ¿Quieres una taza?

—Por favor —le acepto.

Mi padre asiente y sin mucho preámbulo pasa a servirme mi café. Tomo asiento en una de las sillas de la isla, y una vez mi papá termina, pasa a entregármelo.

—Tienes unas ojeras... —me mira adquisitivamente, y yo trato de ocultar mi rostro—. Parece como si te hubieses acostado muy tarde. ¿A qué hora te fuiste a dormir anoche?

—Temprano, antes de las once —miento. No me había dado cuenta de que tenía ojeras y la verdad no me siento cansada, pero al parecer, mi rostro dice todo lo contrario—. Tal vez la causa de mis ojeras son las lecturas nocturnas —trato de justificarlo con un leve encogimiento de hombros.

—Bien —dice, y yo oculto el alivio que me da el hecho de que se lo creyera—. Hoy te quedaras sola en casa. Tengo una reunión con mi jefe dentro de poco, y lo más probable es que llegue tarde, así que, procura que no se te olvide hacer lo que te corresponde... Ya sabes, organizar un poco la casa y hacer tus trabajos del instituto.

—De acuerdo —mi padre se acerca a mi lado de la isla y me da un beso en la frente—. Que te vaya bien —le deseo.

—Gracias, eso es lo que espero —él se dirige a la puerta para poder irse, y que no se le haga tarde, pero a mitad del camino se da media vuelta y pasa a verme fijamente—. No salgas sin decirme primero a dónde vas, y no invites, ni dejes entrar a nadie a la casa a parte de Lara, sabes que ella siempre es bienvenida.

—Claro —digo, para hacerle saber que todo estará bien—. Adiós.

—Adiós —se despide por última vez, y ahora sí, se va.

Al terminar de tomarme el café, lavo la taza y me dirijo a mi habitación por mi celular para poder conectarlo al bafle que tengo en la sala de estar, para así poder escuchar música mientras organizo la casa.

En el instante en el que tomo mi celular de mi mesita de noche, de repente, el número desconocido vuelve a marcar e inmediatamente me dispongo a contestar.

—¿Hola?


No Soy Esa ChicaWhere stories live. Discover now