Capítulo 40

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Pasaron tantas horas en las cuales Kiara tuvo que soportar a Gideon entrando y saliendo de ella de todas las formas posibles que perdió la noción del tiempo.

Cuando por fin se dio por vencido, faltaba poco para el amanecer. Le desató las muñecas pero Kiara no se movió. Él la observó inmóvil y aún desnuda en la cama. Estaba agotada, no tenía fuerzas ni para volver a vestirse, así que Gideon tuvo que hacerlo por ella con toda la delicadeza que no tuvo la noche anterior.

–Sé que no estás muerta.– Le susurró al oído.– Tienes mucho por lo que vivir, Kiara.– Le limpio la comisura de la boca con el pulgar.– Y te recuerdo que sigues siendo de mi hijo. Y que le quieres.– Dijo pasando los dedos por la cadena de la cual colgaba su anillo.

Kiara se quedó un rato en la cama mientras Gideon subía a cambiarse de ropa para ir al trabajo. Pensó en como sería el sentarse a cenar todos juntos sin venirse abajo, como sería el mirar a Gideon a la cara sin recordar la cantidad de orgasmos que tuvo mientras la violaba.

Como sería volver a ver a Elías.

Pensó en lo fuerte que tenía que ser, o en lo fuerte que tendría que parecer. Así que intentó levantarse. Las piernas le temblaban a causa de todos los empujones que le dio la noche pasada. Las muñecas también le dolían, se le habían puesto algo moradas de la presión de las cadenas y de las veces que Gideon se las agarraba con fuerza por el éxtasis. Aquello sí que no debía verlo Elías. Y pensó que lo mejor sería cambiar también las sábanas para que no viese la sangre.

Cuando estuvo vestida y lista, salió de su cuarto a desayunar. Con sólo verla la cara, Nani ya sabía lo que había pasado y le preparó ese café que tanto necesitaba.

–He visto esa cara demasiadas veces, cariño.– Dijo con dulzura.– Y sé que es duro, pero intenta sonreír.

–Buenos días.– Escuchó a Elías justo después.

–Buenos días, cielo.

Elías se acercó a Kiara y le pasó las manos por los hombros antes de darle un beso en la mejilla, lo cual le recordó a su padre.

–Hola.– Le susurró al oído.

–H-hola...

–Cualquiera diría que no te alegras de verme.– Dijo sentándose a su lado y al ver la cara que Kiara intentaba ocultar, se preocupó.– ¿Ha pasado algo? ¿He hecho algo mal?

–No.– Le miró.– No, no ha sido culpa tuya. Solo... he tenido una mala noche.– Le cogió de la mano.

–En mi puedes confiar, lo sabes, ¿no?

–Si, lo sé.– Le sonrió.– Pero de verdad, no tienes de que preocuparte.

Elías optó por creer a Kiara, aunque en el fondo sabía que había algo que no iba bien, pero intentaría ayudarla en otro momento.

Elías estudio y trabajó durante la mayor parte del día, pero Kiara no. No era capaz de concentrarse en nada después de lo que había pasado. Así que el día transcurrió largo y confuso, hasta que escuchó el piano. Llevaba un rato tumbada en el sofá intentando dormir algo, pero cada vez que cerraba los ojos volvía a la noche anterior.

Cuando escuchó el piano, Kiara abrió los ojos y al mirar hacia el, vio a Elías tocando. Él sabía que ella le estaba mirando, pero no le devolvió la mirada, porque sabía que el piano la relajaba. Y en aquel momento necesitaba aquello, así que él siguió tocando un rato y ella siguió escuchando en silencio. Cuando terminó, Elías fue en silencio hasta sentarse a su lado y ella se apoyó en su hombro.

–¿Estás mejor?– Le preguntó él.

–¿Si te digo que sí, te quedarás más tranquilo?

–Sólo si es verdad.

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