Capítulo 28

14 3 0
                                    

Kiara no dejó de correr en toda la noche intentando encontrar alguna salida de aquel bosque. Cuando era pequeña, solía ir con su padre a andar al bosque, pero nunca se imaginó que de noche cambiaría tanto. Todos los arboles le parecían iguales y se preguntaba si no estaría dando vueltas en circulo. Para evitar aquello, se arrancó un trozo del pijama y lo ató a la rama de un árbol bajo. Con aquello se arriesgaba a que Gideon encontrase el camino que había seguido, pero sabía que no se quedaría en el bosque para siempre, así si conseguía llegar a la ciudad le daría igual.

Caminó durante el resto de la noche preguntándose si se habrían dado cuenta ya, si el siguiente paso que diera sería el último o si alguien aparecería por detrás para tirar de nuevo de su cadena y asfixiarla hasta matarla. Pero nada de eso pasó. Siguió su camino en una noche completamente en silencio hasta que encontró la carretera. 

No pasaba ningún coche que pudiera llevarla a casa, así que le tocó caminar varios kilómetros a pie, sola y descalza. Cuando por fin alcanzó la civilización, los primeros rayos de sol empezaban salir. Todos dormían, y ella debía de tener un aspecto horrible, así que se dio prisa para volver al campus de la universidad. 

Una parte de ella se preguntaba por qué ir allí en vez de a casa, y puede que el cansancio decidiera por ella aquella vez al encontrarse más cerca de su piso con sus amigas que de casa.

La puerta de la entrada siempre estaba abierta, así que entró y subió en silencio por las escaleras. Había pasado tantas veces por allí que aquella vez casi parecía un sueño. Pasó los dedos por el gotelé de la pared que tantas veces había visto y sonrió un poco hasta que llegó a la puerta de su piso. Dala y Alice estaban dentro. Seguramente dormidas. Por eso tardó un par de segundos en reaccionar y llamar al timbre.

Tardaron un par de minutos y un par de intentos en levantarse y acercarse a abrir la puerta. Dala fue la que abrió, con el pelo despeinado, apenas sin abrir los ojos y con aquel camisón rosa que Alice y Kiara le habían regalado hace unos años.

–¿Pero que quieres a estas ho-?

Antes de terminar la frase, abrió los ojos y la miró. Despertó de golpe al ver a Kiara allí parada, intentando sonreír después de lo que había pasado, pero Dala no era capaz de reaccionar. Era como si hubiera visto un fantasma y no pudiera dejar de mirar.

–Alice...– La llamó pero no vino.– ¡Alice!– Gritó esta vez.

–¿Qué?– Respondió apareciendo por el pasillo y viendo a Kiara por primera vez.– Ostias...

–O me he vuelto loca... o Ky está viva...

–Estoy viva.

Al decir aquello, Dala la abrazó como si se abrazase a su propia vida. Segundos más tarde, sintieron el empujón que les dió Alice cuando se unió al brazo. Dala y Alice lloraron junto con Kiara, solo que ellas lloraban de alegría y ella lloraba de alivio.

–¿Pero como es posible?– Dijo Alice al separarse.– Estabas muerta, fuimos a tu funeral, ¡lloramos tu muerte!

–Es una muy, muy, muy larga historia.

–Pues ya nos la estas contando.– Dijo Dala metiéndola en casa.– Alice, hoy no hay clases.

Alice le preparó a Kiara algo caliente de beber mientras Dala traía el botiquín y ayudaba a Kiara a curarse algunas de las heridas que se había hecho al correr descalza por el bosque mientras ella les contaba lo que había pasado. 

Algunas partes de la historia era más difíciles de creer que otras, pero Kiara podía aportar varias pruebas como las cicatrices o el anillo. Aquella fue la primera vez que pensó en Elías desde que salió de su cuarto. Hasta ahora su objetivo había sido correr, salir de allí y sobrevivir. Por eso, ahora que estaba a salvo, ponerse a pensar en él, en su sonrisa, sus ojos, sus abrazos, su música, su voz... todo él, hacía que se le rompiera el corazón.

–¿Si le quieres, por qué te has ido?– Le preguntó Alice al ver que le caía una lagrima por la mejilla.

–¿Y cual era la alternativa? ¿Quedarme a seguir sufriendo torturas y dejando pensar a mi familia y amigos que estoy muerta?

–¿Pero y qué pasa con Elías?

–Su padre le llevará a otra.– Se quitó la lágrima.

–Que romántico...– Dijo Dala irónica.

–Teniendo en cuenta que soy la primera que consigue salir de esa casa con vida.

El sol había terminado se salir y ahora entraba por las ventanas del piso calentando la casa. Kiara no podía parar de pensar en cómo reaccionaria Elías al despertar.

–¿Y ahora?– Preguntó Dala de repente.– ¿Qué vas a hacer?

–No lo sé...

Mientras, al otro lado de la ciudad, y dentro del bosque, los primeros rayos de sol empezaban a entrar por las ventanas del salón de Elías. Él seguía dormido en la cama de Kiara cuando empezó a despertarse. Se estiró en la cama pensando que estaría en su cuarto como todas las mañanas hasta que sintió la dureza de sus vaqueros y las gafas aún puestas al frotarse la cara.

Se incorporó algo confundido y vio que seguía en el cuarto de Kiara. Se asustó un poco por lo que su padre podría pensar, pero no tenía por qué haber motivo de alarma. O eso pensaba.

–¿Kiara?– Dijo con la voz ronca al ser sus primeras palabras de aquel día.

Al ver la cama deshecha y que estaba solo, se levantó y empezó a buscarla. Se revolvió el pelo y volvió a frotarse la cara mientras buscaba por el cuarto, completamente vacío. Salió al salón llamándola de nuevo, pero allí tampoco estaba.

Ni en el baño. Ni en la cocina. Ni en el comedor. Nada en la planta de arriba, y mucho menos en la de abajo.

Aquello ya empezaba a preocuparle un poco. Estaba tan absorto buscando a Kiara que ni siquiera vio la puerta principal abierta. Aquello le hizo temer lo peor y volvió a subir las escaleras lo más rápido que pudo para buscar a su padre.

–¡Papá! ¡Papá!– Gritó preocupado.– ¡Papá!

–¿Qué pasa?– Dijo saliendo de su despacho.– ¿Por qué gritas?

–¡Papá, Kiara no está!

–¿Cómo que no está?– Dijo empezando a bajar las escaleras.

–No lo sé. Me he despertado y no estaba.

Gideon terminó de bajar las escaleras y vio la puerta abierta. Le dijo a su hijo que se quedase dentro y se acercó a la entrada. La puerta estaba abierta, al igual que la verja de la entrada, y eso les llevó a la conclusión de que se había ido. Se giró lentamente hacia su hijo, quien empezaba a comprender la situación.

–Lo siento.– Dijo Elías con el corazón en mil pedazos, el alma rota y un par de lágrimas resbalando por su mejillas.– Ha sido culpa mía. Me quedé dormido... y se ha ido.– Sollozó.– Lo siento muchísimo.

–Eh, tranquilo.– Dijo Gideon yendo hacia su hijo y lo abrazó. Elías se aferró a él tan fuerte que estuvo a punto de tirarlo al suelo. Escondió la cara en el pecho de su padre y lloró durante un par de minutos.– No pasa nada, Elías. No ha sido culpa tuya.

–¡Pero dejé la puerta abierta y se fue! Se ha ido...

–Tranquilo. La encontraremos.– Dijo intentando calmarle.

–N-nunca vuelven.– Dijo entre sollozos.– Todas se van y nunca vuelven...

–Kiara volverá.

–No puedes asegurar tal cosa.– Dijo separándose de su padre de un empujón. Tenía la cara empapada por las lágrimas, los ojos empezaban a ponérsele rojos, al igual que la nariz.

–La buscaremos hasta encontrarla. Te lo aseguro. Y sino siempre habrá otras chi-

–¡NO!– Gritó Elías interrumpiéndole.– ¡No, no quiero a más chicas! ¡Quiero que vuelva Kiara!– Gritó rompiéndose la voz y salió corriendo hacia su cuarto.

Gideon observó como Elías salía de allí mucho más destrozado que nunca. La primera vez que se libró de una de sus chicas se había disgustado, pero nada era comparable a aquella vez. Se podía sentir como el corazón de Elías se había roto con solo mirarle a los ojos.

Y juró allí mismo que encontraría a Kiara Coleman y la traería de vuelta a aquella casa, quisiera o no.

Yours Onde as histórias ganham vida. Descobre agora