Capítulo 32

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Durante el día siguiente, no paró de llover ni un solo segundo.

Desde el primer minuto en el que Elías abrió los ojos vió los cristales de su cuarto salpicados por las gotas de lluvia. El cielo estaba gris, todo eran nubes, no había ni un rayo de sol. A su padre por ejemplo aquellos días no le gustaban nada, le hacían sentir muy agobiado, como si las horas no pasasen, pero para Elías, aquellos días eran los mejores del año. Respiró hondo, intentando apartar todos los pensamientos de aquellos últimos dos días y evitando los sentimientos de angustia para centrarse en que era un nuevo día, uno de sus días favoritos, y tenía que hacer su mejor esfuerzo para volver a ser él.

–Buenos días.– Dijo tras vestirse y bajar a desayunar.

–Buenos días.– Le saludó su padre.– ¿De verdad lo son?

–Quiero que lo sean.– Hizo un amago de sonrisa antes de sentarse.

–¿Cómo estás?

–Intento no pensar demasiado en eso y centrarme en otras cosas.– Dijo sirviéndose el desayuno. 

–Ese es mi chico.

Durante aquel día, Gideon se quedó a trabajar en casa. Estaba algo cansado y el trabajo que tenía que hacer aquel día podía hacerlo desde casa. Por otro lado, Elías seguía sin tener clases con Triana ni con Ben. Aquello le hacía sentir que los días eran más largos, pero no estaba de humor para sentarse delante de un montón de libros de texto o para pelearse con nadie, y mucho menos después del incidente con Chanel.

Respecto al trabajo, no trabajaba demasiado por su parte si su padre no se lo pedía. Pero de vez en cuando se pasaba por su despacho para ver si necesitaba su ayuda o necesitaba algo.

–Te he traído una copa de vino.– Dijo en una de sus visitas dejandole la copa a su lado.

–Te lo agradezco, hijo, pero voy a dejar el alcohol por un tiempo.

–¿Por qué?

–Sanders me ha dado unas pastillas nuevas para el cansancio.– Dijo sacando un bote anaranjado sin etiqueta de pastillas y tomándose una.– Y no se toma alcohol cuando se está medicado.

–Hacía mucho que no te daba pastillas.– Dijo Elías bebiéndose el vino.– Creí que ya estabas mejor.

–Yo también.– Dijo mirando a ninguna parte.– Pero he vuelto a no sentirme al cien por cien. Y estas pastillas ayudan bastante.

–¿Puedo probarlas cuando me sienta mal yo también?

–Estas precisamente no. Son un poco fuertes, pero si necesitas ayuda alguna vez, hablaré con el medico.– Elías asintió.– Pero para eso tienes que dejar el vino.

–Esta copa puedo terminármela antes de empezar a medicarme.– Su padre se rio un poco pero Elías se limitó a sonreír.– Avísame si necesitas algo, ¿vale?

–Lo mismo digo.– Su padre le miró mientras se acercaba a la puerta.– ¿Estás mejor?

Elías le miró con una media sonrisa, se encogió en hombros y bebió vino antes de irse. Aquella fue toda su respuesta.

Después de aquello, Elías volvió a su pequeña jungla. desde aquel lugar, podía mirar hacia arriba y ver como llovía a mares sin mojarse ni una sola gota. Eso le gustaba. Se ocupó un rato de sus plantas hasta que llegó a la zona donde tenía plantadas varias flores y miró la tierra. Pensó en la primera y última vez que salió a la calle. La sensación que tuvo al pisar la hierba descalzo fue algo que no podía explicar con simples palabras.

Elías se quitó las zapatillas lentamente y después entró en la tierra cerrando los ojos. Fue como volver a la calle, pero sabiendo que estaba seguro. Se controló lo mejor que pudo para no volver a tener un ataque de pánico y abrió los ojos. Se miró en el reflejo del cristal, su otro yo, completamente empapado por la lluvia exterior. Se miró a los ojos, aquellos ojos de dragó. Recordó aquel momento. Pensó en salir a buscarla. En buscarla y no parar hasta encontrarla y poder abrazarla de nuevo.

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