22. Siguiendo el instinto

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Verla despertar le evocaba una gran satisfacción, por un momento quería sentirla más cerca, sentir su aroma y apoderarse de su calidez, probar su sangre y no dejarla marchar nunca más. Pero de pronto sus ojos se adentraron en los de ella, y su mirada lo perturbó.

Aquella Sofía que despertó no tenía los ojos tristes con ganas de llorar. Su mirada era irreconocible e inimaginable. Nunca la había visto así, ni siquiera cuando se había enojado. Él había pensado que era lo único que tenía, una niñita llorona y caprichuda. Pero esta vez su mirada denotaba maldad, y unos segundos más, una sonrisa gélida se dibujó en sus labios.

—Bienvenido a mi mundo—le dijo a Sofía con sarcasmo y sin borrar aquella sonrisa.

Sofía permanecía inmóvil sin quitarle la vista de encima. Ya no tenía miedo, se sentía poderosa y sabía que él lo percibiría rápidamente, por eso había actuado así. Después de todo era un psicópata estudiando una carrera que analizaba las profundidades de la mente y del comportamiento humano. Se apoyaba y se escondía con la ciencia, con el único fin de utilizarla contra los demás.

Ella se dijo que, "en la vida existen una infinidad de tipos de personas, pero aquellas que estudian Psicología son especiales. En ese maravilloso campo, existen dos tipos muy notables: Aquellos quienes la estudian porque quieren conocer la psique para ayudar a las personas y abrirles camino a la vida. Y los otros, quienes la estudian para conocer a las personas y manipularlas, esos que también piensan que estudiándola podrán curarse a sí mismos y sentirse mejor, menos culpables de lo que son. Utilizándola de la manera incorrecta. Ellos conocen la psique para manipular, acosar y aturdir a cualquier persona que elijan como su próxima víctima. Eso era Cristian. Un maestro en Psicopatología, estudiando Psicología a la inversa". Se estremeció tan solo de pensarlo.

"El mundo está lleno de personas enfermas que te juran amor eterno, cuando en realidad, ni siquiera son capaces de amarse a sí mismas".

—Te equivocas, tu mundo es demasiado cálido para lo que estoy pensando ahora—Dijo Sofía con una sonrisa de maldad, mientras sus ojos se llenaban de satisfacción y rencor al unísono.

El semblante de Cristian se tensó. Odiaba ver a Sofía tan segura de sí misma, odiaba esa sonrisa que resplandecía. Lo perturbaba. La prefería sumisa, con los ojos llorosos y suplicándole que la dejara en paz. Él no la quería amándolo cursimente ni odiándolo como ahora.

Él anhelaba respeto y sumisión. Tener a Sofía para siempre a sus pies. La amaba, pero por muy debajo de él, no de esta manera. No le gustaba cómo estaban cambiando las cosas. Odiaba los giros y el cambio de plan. Odiaba que las cosas no salieran a la perfección. En eso coincidía con Sofía, pero eso era algo que él no tenía en cuenta.

No sabía cómo había sido su vida de pequeña, la había investigado, pero no había encontrado más que amor y comprensión en su hogar. Era la chica perfecta para que lo amara y lo respetara. Alguien que obedeciera sus órdenes y cumpliera sus caprichos. Alguien que dependiera de él emocionalmente y se volviera loca de amor como ninguna otra.

Pero quizá tanto amor en casa no le estaba favoreciendo ahora. Quería domarla, quería gustarle tanto que ella terminara accediendo felizmente a todo aquello que él quisiera. Creyó que lo estaba logrando, pero algo había salido mal, se había confiado y ahora no lo entendía.

El amor que sentía por Sofía era distinto. A ella no quería matarla. Solo le gustaría disfrutar de su sangre durante toda la vida. No como un vampiro, sino como alguien que la admira y la siente suya, para que sus ojos se fundan luminosos por la creación de una herida no tan profunda.

Su cabeza daba vueltas preguntándose qué era en lo que había fallado, pero simplemente no lo sabía. No podía pensar, la sonrisa gélida de Sofía le causaba intriga, curiosidad y repulsión. Era nefasto que los papeles estuvieran cambiando tan rápidamente y sin avisar, no podía permitirlo.

No confíesWhere stories live. Discover now