7. Rumores que perturban

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El teléfono comenzó a sonar, Sofi abrió los ojos y se levantó deprisa para contestar.

—Hola, mamá—bostezó y gruñó un poco

—Buenos días, señorita, parece que acabo de despertarte— Sonrió para sí y recordó a Sofi cuando vivía con ellos y se estiraba como un león, no le gustaba la luz y siempre tenía las ventanas cerradas, era una especie de vampiro, eso solía decir y no había cambiado en nada, pensó.

—No pasa nada, ya debía levantarme, tengo que prepararme e ir a la escuela, ¿qué ha pasado, mamá? ¿todo bien en casa?

—Sí, todo bien, cariño. Llamaba para preguntarte cuándo vendrás, hace un mes que no vienes y te echamos de menos—. Hizo un gesto de tristeza desde el otro lado de la línea telefónica, esperaba que Sofi sintiera lo mismo que ella en aquel momento.

—¡Oh, mamá, perdóname! He tenido la cabeza por otro lado y me la he pasado estudiando todos los días, tanto que se me ha ido el tiempo. Creía que solo había pasado dos semanas desde aquella vez que estuvimos en el centro comercial comprando ropa—dijo Sofi emocionada, recordando aquella vez en que estaban juntas.

Le encantaba compartir tiempo con su madre, no es que no la extrañase ahora, sino que había tenido muchas cosas que hacer y esperaba que ella pudiese comprenderla en su totalidad.

—Lo sé, cariño, es solo que, esperamos verte pronto. Papá también te extraña. No hemos ido a verte porque creemos que es bueno darte tu espacio, ya sabes. Te conocemos desde siempre.

—Gracias, mamá. Pronto iré a verlos, aún no sé cuándo, pero estaré allá. Lo prometo. Y también los extraño y los amo, no lo olviden—sonrió y colgó el teléfono.

Vio la hora y se alistó de prisa, la noche anterior había olvidado programar su alarma y la llamada de su madre la había salvado. Tenía que ir a correr y después a clases, y esta vez no quería llegar tarde.

Se puso ropa deportiva, se recogió el cabello en una alta coleta y salió de prisa, primero en trotes y después corrió como si alguien la persiguiera y tuviese que huir.

La mañana era fresca, no había gente merodeando aún. Corrió cinco kilómetros sin parar, satisfecha de no perder condición e inmensamente feliz de sentir el aire rebotar en sus mejillas que ahora se tornaban de un color rosa brillante.

Cuando volvió a casa se duchó y se alistó demasiado rápido. Tomó sus cosas y se dirigió al aparcamiento, arrancó el motor y cruzó toda la ciudad a más de cien kilómetros por hora.

En cuanto llegó a la facultad aparcó el auto, y cuando bajo para correr a su clase, Cristian se posó frente a ella, de la nada. Por un momento se asustó, pero en un par de segundos lo reconoció, así que quitó ese rostro molesto y sonrió levemente.

La presencia de Cristian la ponía más nerviosa de lo que cualquier otra persona le generase. Sentía correr electricidad en su cuerpo, deslizándose por los dedos de sus manos. El estómago se tensaba y sentía cómo vibraba y latía su corazón. Le gustaba sentirse así, era una sensación nueva y desenfrenada.

—Hola, guapa—dijo con un libro en la mano—esto es para ti, disfrútalo—Sonrió y le extendió el libro a Sofi.

—¿Cómo sabías? —dijo Sofi entrecortada y sorprendida, con esos enormes ojos más expresivos de lo habitual.

Era "La interpretación de los sueños de Sigmund Freud", una de sus obras favoritas, pero en una edición impecable, pasta dura, de color negro y bellísimo de inicio a fin. Estaba anonadada con el espléndido regalo que ahora lucía en sus manos.

—Bueno, cualquiera que me diga que su sueño desde pequeña es estudiar Psicología para ser psicoanalista, tendría que sentir cierto interés por las obras de Freud, y este es mi libro favorito—dijo, sonrió y se tocaba el cabello de esa manera peculiar y seductora. Más bien como un animal atrayendo a su presa sin mucha complicación.

No confíesWhere stories live. Discover now