16. Encuéntrame

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Los rayos de sol le cegaron los ojos a Cristian cuando comenzó a abrirlos después de haberse quedado dormido esperando ver a Sofía.

La había visto ingresar a lo más profundo del bosque, pero la perdió de vista en un segundo. Intuyó que se había ocultado cerca, con tanta oscuridad no podría ir muy lejos.

Él por su parte, se había quedado bajo un árbol, que unas horas antes estaba cubierto de la negra noche, pero ahora estaba a la vista de todo el bosque.

Se levantó cuidadosamente y buscó a Sofía, con la delicadeza y el análisis del grandioso Sherlock Holmes, su autor favorito por excelencia. De él había aprendido que todo aquello que pasa por tu vista, no sólo se ve, sino que se observa. Y así pronto llegaría a lo que estaba buscando. Excepto que él no era como Holmes, él no buscaba al villano del cuento, él mismo lo era.

"Las personas escriben cosas, hacen maravillosas obras de arte, lo que no saben es quién las lee y para qué las usan". Sonrió para sí, y se dijo que las obras de Holmes eran el manual idóneo de toda la vida.
Aun sin saber que tenía un gusto literario demasiado similar al de Sofía, pero que ambos tenían perspectivas totalmente opuestas.

A un metro de él, se encontraba Sofía. Rodeó la cueva, parecía ser de algún animal, así que supuso que ella podría estar dentro. Caminó lento tratando de hacer el mínimo ruido posible, y se ocultó tras un matorral, cuando ella saliera, él estaría ahí, susurrándole al oído que había vuelto. No importa cuánto tardase, él la esperaría.

"La paciencia de un buen cazador recae en este tipo de situaciones—pensó—. Entre más tiempo pasas sin tu presa, más la disfrutas cuando al fin la pruebas".

Cristian estaba convencido de que así era como todo funcionaba en la vida.

Cuando Sofía abrió los ojos, no sentía las piernas, las había mantenido contraídas toda la noche y ahora le dolían. Intentó estirarse un poco, pero reparó en que también le dolía todo el cuerpo. Su posición había sido un poco segura pero no cómoda.

Además, tenía un fuerte dolor de cabeza que debía ser por no haber comido nada más que una ensalada de frutas el día anterior, y esa botella de agua que Cristian había llenado de algo que la drogó, dejándola totalmente dopada de un momento a otro, y que ella en ese momento se había tomado, sin percatarse si quiera de algún extraño sabor. Volteó los ojos, poniéndolos en blanco por aquel pequeño descuido que hoy le estaba costando la vida misma.

Se estiró cuanto pudo y paseó la vista en el lugar en el que estaba, efectivamente, parecía ser lo que sospechaba. Era una especie de túnel pero cavernoso. Quizá la misma naturaleza lo hubiese formado con el paso de los años. No se veía estética, parecía totalmente creada al natural. Estaba cubierto de telarañas y no había algún nido o algo que hubiese pasado por alto en la madrugada.

Se giró intentando entrar al fondo de aquella cueva, recordando la luz que había visto. Y sí, efectivamente había otra salida más al fondo, un poco angosta, pero ahora con la luz del día sabía exactamente cómo acomodarse para pasar.

No quería salir por donde había entrado porque se imaginaba a Cristian afuera, también había pasado por su mente quedarse en esa cueva un rato más, porque por alguna extraña razón se sentía segura ahí. Cerro los ojos y negó con la cabeza repetidas veces, tratando de librarse de sus pensamientos. –No seas cobarde—se dijo.

Se incorporó y se deslizó poco a poco hacía la luz que se veía al fondo, eran tal vez diez metros de distancia, no lo sabía con certeza, pero aun así continuó, entre telarañas y musgo.

Ahí adentro olía a húmedo, su cuerpo se desplazaba completamente pegado hacia la pared fría y áspera. En cada movimiento se lastimaba un poco las rodillas y los brazos, pero no le importaba, solo quería salir de ahí y olvidarse de todo.

Mientras cruzaba, comenzó a escocerle el dedo, se detuvo a observarlo y vio que tenía un corte en forma de C. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Había sido él, pero su mente dio vueltas tratando de entender qué era lo que pasaba por la mente de Cristian, sin embargo, aún no podía descifrarlo.

"Esto es un juego para él, pero no va a lastimarme. No ahora. Lo que busca es jugar conmigo, intimidarme, hacerme sentir miedo. Es un enfermo". Se dijo a sí misma tratando de calmar sus emociones y de engañarse un poco, como de costumbre.

En el fondo aquel pensamiento la inundó de miedo. No sabía quién estaba detrás de Cristian, pero estaba segura de que, más que un chico obsesionado, era un psicópata, uno de los que harían cualquier cosa por obtener lo que quieren. Sólo esperaba que realmente no fuera tan astuto como aparentaba ser.

—En algo tendrás que fallar. Debes cometer un error, y ahí estaré para atacar—dijo, con una sonrisa en los labios.

Cuando por fin llegó al otro extremo, se asomó con mucho cuidado, los rayos de sol le pegaban directo a la cara y eso le molestaba porque no podía distinguir con claridad lo que había a su alrededor, así que, con mucho esfuerzo se reclinó en una roca adyacente y paseó su vista hasta donde el sol se lo permitía.

Salió poco a poco y divisó el otro extremo. No había nadie. Se incorporó, y cuando logró sacar todo el cuerpo, comenzó a sacudirse. Estaba llena de tierra y un par de hormigas se le habían subido en los pantalones. Comenzó a caminar hacia el otro lado del bosque, en un intento por huir, aunque ni ella sabía exactamente adónde iba.

El ruido de las ramas que provocaban sus pisadas se mezcló con el aire. No se escuchaban pájaros revolotear ni cantar, sólo estaba ella y el silencio del bosque que la perturbaba.

Recordó cuando de pequeña le gustaba ir con sus papás y acampar o rentar una de esas cabañas y contar cuentos de terror. Imaginó a su padre un par de años atrás asustándolos a todos con la historia de Jason Borgues, para luego reír.

Pensó en cuánto los extrañaba, hacía meses que no los veía. Recordó aquella llamada con su mamá y se dijo que, dada a todas aquellas veces que no pudo responder por estar ocupada, ella pensaría que de nuevo lo estaba, aunque no fuese así. Ahora se encontraba perdida o más bien, secuestrada por un psicópata de su facultad.

Mientras cavilaba, unas manos frías la tomaron fuertemente del cuello girándola y haciéndola volver a la realidad, sacándola bruscamente de sus pensamientos.
Entornó los ojos cuando frente a ella se encontró con una mirada gélida, profunda y perturbadora, una mirada que jamás había percibido en Cristian.

Se quedó petrificada, no podía mover ni un solo músculo, el labio inferior le temblaba y una mezcla de emociones la embargó, nublándole la vista y haciendo que todo girase a su alrededor.

Con una sonrisa proveniente de aquel gusto por disfrutar la cara de terror de Sofía y de ver su cuerpo paralizado, Cristian aproximó su cuerpo al de ella, tanto, que sentía su respiración entrecortada.

–Ahora estamos juntos—dijo, casi en un susurro.

Sofía se estremeció y sintió un frío recorrerle por la espalda y un pequeño calambre en las piernas la acompañó, sentía que las piernas le flaqueaban, le costaba mantenerse en pie.

–¿Por qué haces esto? —dijo finalmente, casi sollozando.

Él la miro fijamente, como quien mira a un Ángel, había cambiado su mirada atroz por una suave y dócil. Su cambio había sido casi instantáneo. Posó su mano en sus mejillas y la deslizó hasta el cuello, al llegar ahí, presionó fuertemente. Sofía soltó un grito ahogado y comenzó a toser.

Él la seguía viendo de una manera tan cálida, que Sofía se removió causándole náuseas.

–Cristian, no tenemos que hacer esto, llévame a casa, por favor—esto último había sonado a una súplica, la voz se le quebraba. Le hubiese gustado salir corriendo o defenderse, pero se sentía sin fuerzas y, sobre todo, desprotegida.

En ese momento era una niñita débil, como cuando tenía siete. Necesitaba que papá la rescatara, pero esta vez no estaba.

—Esta es tu casa ahora, tú me perteneces desde aquel día en que tus ojos se cruzaron con los míos. Ahora estás conmigo y lo estarás siempre. Eres la elegida, Sofi. No hay vuelta atrás. —Una enorme sonrisa se le había dibujado en los labios, y en cuestión de segundos frunció el entrecejo y su mirada se volvió profunda, cambió el semblante y se acercó de nuevo a ella. –Eres mía—dijo con voz autoritaria.

No confíesWhere stories live. Discover now