1. Una mirada peligrosa

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Era un día nublado y el frío se filtraba por las paredes del pequeño departamento de Sofía, pero ella no lo notaba. Se encontraba parada frente al espejo analizando en un principio su rostro y después se había fundido en sus enormes ojos cafés a través de su reflejo, y había terminado analizando el transcurso de su vida. Se había acostumbrado con mucha facilidad a despertar sola y en silencio, sin la voz de sus padres. Estudiar lejos de casa la hacía sentirse independiente, pero a la vez, un tanto fría y dura consigo misma.
El sonido de la alarma la sacó con agresividad de sus cavilaciones. Tomó el móvil y la apagó. Tenía que alistarse para ir a la Facultad.

Al ver el reloj reparó en que hacía horas que llevaba despierta con la imagen de sus padres dándole vueltas en la cabeza, se los imaginaba aquel día en que se despedían de ella. Solían ser muy unidos, pero a ellos les costaba más que a ella asimilar todo.
Dentro de todo aquel mar de emociones y pensamientos recordó cómo era su vida con sus padres y en cómo era en ese preciso instante. Había cambiado drásticamente en cuestión de días o incluso horas. Giró la cabeza un par de veces, como si eso pudiese sacarle los recuerdos y aquella nostalgia que de pronto se posaba en su corazón, oprimiéndola poco a poco.

Corrió a ducharse, en menos de una hora tendría que recorrer media ciudad para llegar a la Facultad de Psicología. Abrió la regadera y se quedó un rato bajo el agua caliente, sintiéndola recorrer por todo su cuerpo. Sabía que era atractiva y que estaba en forma, eso era debido a todas sus horas entrenando desde pequeña. Le alegraba que sus padres la hubiesen criado de esa manera. Recordó aquellos días en que no quería levantarse de la cama, así que, su padre la tomaba por los pies y la obligaba a pararse para ir a correr, siempre iban juntos. Regresaban exhaustos a ducharse y por un buen desayuno, y de ahí él mismo la llevaba al colegio. Sonrió para sí. Esa había sido su rutina diaria durante años. "Ahora es distinto", pensó. Despertaba y no le daba tiempo para correr en las mañanas, no al menos todos los días, sino tres veces por semana acorde a sus horarios en la facultad, aunado a los desvelos por tareas y a estudiar. Aún así trataba de ser lo más organizada posible. Se decía a sí misma que tener ordenada su vida, sus cosas y todo lo que giraba entorno a ella, también la hacía ser ordenada mentalmente y eso la llenaba de satisfacción.

Desde pequeña devoraba libros constantemente, ahora en la Universidad hacía exactamente lo mismo, las horas se le pasaban tan rápido que prácticamente despertaba leyendo. Sus padres le habían dicho que tenía que buscar la forma de seguir entrenando y nunca estancarse. A pesar de todo, su vida estaba siendo bastante productiva.

–Papá siempre ha tenido razón en cada una de sus palabras, cada consejo y en todo lo que hace por mí –dijo en un susurro, mientras una sonrisa se le dibujada en los labios.

Salió de la ducha con una toalla en el cabello y otra cubriéndole del pecho hacia abajo. Se apresuró a cambiarse, se puso unos pantalones negros, una playera holgada y una chaqueta de cuero negra sin cerrar. Se peinó el cabello con mucho cuidado, se roció de perfume y se puso un protector para labios sabor cereza. Era alta, con el cuerpo perfectamente tonificado, morena y de grandes ojos cafés, y el plus, ese cabello ondulado hasta las caderas, que ante el sol parecían hileras de oro. Le sonrió al espejo, tomó su mochila y se apresuró al aparcamiento de su fraccionamiento, ahí lo esperaba su Cadillac negro, lo apreciaba mucho, había sido un regalo de su padre en su cumpleaños pasado. Abrió la puerta enseguida y arrancó el motor, recorrió media ciudad para llegar a la Universidad. Iba escuchando All the small things de Blink-182 a todo volumen cuando entró al estacionamiento.

Venía inmersa en sus pensamientos, estaba feliz, pero a la vez sentía un repentino miedo por estudiar en una de las mejores universidades. Era su tercera semana de clases, después de haber pasado un filtro de seis meses para al fin ingresar a primer semestre. Pero, aún no terminaba por asimilarlo. Aunque en el fondo estaba demasiado emocionada por estudiar la psique. Ese siempre había sido su sueño, tratar de comprender la mente humana. Incluso había pasado por su mente el tema de neurología, hasta que, un día en una charla con sus padres, sus ideas se habían esclarecido. Entonces, supo con determinación que realmente quería estudiar la mente de las personas y especializarse en Psicoanálisis.

Tenía una libreta, una especie de diario donde anotaba todo lo que era ella en realidad, lo que le gustaba o atormentaba, aquello que le molestaba o las pequeñas cosas que la hacían feliz. Sus reacciones, pensamientos y emociones. Sus límites y detonantes. Aquello con lo que estaba en paz o sus deseos más profundos. Siempre procurando analizar su conducta, sus palabras, sus sueños. Era más bien una libreta de análisis, quería conocerse a ella misma y estar lista, antes de que pudiese conocer al mundo entero, y, sobre todo, algún día no muy lejano poder analizar a otras personas.

Estaba consciente de que nadie de su edad tenía una de esas libretas de análisis propio. Todos temían conocerse a sí mismos, las barreras, los bloqueos y la negación a nuestra realidad siempre son un punto complejo y delicado que hay que saber tratar y profundizar de manera adecuada. Era difícil que las personas se animaran a conocer sus propios demonios, mantener un equilibrio y mejorar. Conocerse para transformarse, mejorar sus actitudes y conductas. Dejar la negación para entrar a la aceptación, pero pocos lo hacían. "Es que a nadie le gusta que le digan sus verdades y sí, es muy difícil que alguien acepte lo que es e intente cambiar para mejorar", dijo en sus pensamientos. Nadie se preocupaba por su salud mental, todos viven absortos en otro tipo de cosas, llenando gimnacios, parques, centros comerciales, restaurantes de comida vegana, estéticas. Muchos cuidando su físico y pocos analizándose. Más seres superficiales y menos psicoanálisis, eso es lo que tenía el mundo, y era verdaderamente triste asimilarlo. Justo eso era lo que la incomodaba mucho desde que tenía dieciséis.
Se removió en el asiento del auto e hizo una mueca de disgusto al ver pasar por sus recuerdos a sus compañeros del colegio. Ella era diferente, siempre tenía en mente que era de suma importancia para la humanidad, el hecho de conocerse a sí mismo, antes incluso de intentar indagar un poco en los demás.

Su libro favorito desde los 12 había sido El psicoanalista de John Katzenbach, un obsequio de su madre, y que se había tomado muy en serio, tanto, que había decidido serlo. Ahí había comenzado su amor por el psicoanálisis. Antes incluso de conocer a Freud, mucho antes de leer todas sus obras y posteriormente pasar a amar a Lacan con todo su ser.
Algo la sacó de sus pensamientos, un chico vestido de negro en su totalidad había pasado junto a su auto y se dirigía a un par de chicos más. Su vista se posó en él con detenimiento, no había podido verle la cara, pero le pareció peculiar porque su vestimenta y su estilo eran similar al de ella. Enarcó las cejas, tomó sus cosas y bajó del auto. Vio a sus compañeros dirigirse a la clase, así que se apresuró para hacer lo mismo. Pero entonces posó su vista nuevamente en aquel chico de negro. Ahora podía verle el rostro, la luz del sol le favorecía inminentemente. Destacaba en él unos ojos color miel, y mientras ella lo observaba, él permanecía inmerso en lo que hacía, tarareando y haciendo movimientos con las manos como si tocara instrumentos imaginarios pertenecientes a una banda de rock.

Cuando Sofía pasó a un costado de los chicos, uno de ellos se giró para verla. Sofía era una chica que podía llamar la atención. Aunque llevara playeras holgadas, su rostro y su figura completa eran realmente atractivos.
En un instante, el chico de negro posó su mirada en ella. Mantuvieron contacto visual alrededor de dos segundos, hasta que Sofía quitó la mirada e ingresó a su clase, inmersa en sus pensamientos y absorta en aquella mirada profunda que de pronto la había hecho sentirse nerviosa, como nunca antes, por lo menos no con la misma intensidad.

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