10. La venganza sabe a sangre

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Cristian estaba ansioso, no había podido dormir bien por pensar en estar cerca de Sofía, se la imaginaba tan ruda y tan tierna como el primer día. Daba vueltas en la cama y se decía a sí mismo que en unas horas todo cambiaría. Convencería a Sofía de que él era una persona normal y de confianza.

Le tocaba fingir un papel para que ella decidiera estar con él. Pensaba que después de un tiempo ella lo amaría y él podría sacar su verdadero yo.

Ella lo aceptaría así. No la dejaría ir a ningún lado sola, ella nunca más volvería a estar sola. Le pertenecería exclusivamente a él y se alegraba por ello. Se había creado una historia maquiavélica y veía pasar cada fotograma por su cabeza. La idea era perfecta, sabía que lo lograría, pero antes, tenía que deshacerse de alguien que podía arruinarle aquellos planes.

Se levantó de un golpe de la cama, se puso los zapatos y tomó el papel que estaba en su mesa donde tenía escrito toda la información de Mateo.

Mientras Sofía permanecía absorta en sus pensamientos, él había decidió investigar a aquel que le había hablado con ese tono amenazante y que no podía dejar vivo por ahí. No era más que un pequeño estorbo, y que él sabría perfectamente cómo hacerlo a un lado. Necesitaba el camino libre para llegar a su pequeña Sofía, tan profundo, como cruzar sus huesos y quedarse a vivir en ella.

Investigó a Mateo, salía todos los días a las seis de la mañana a comprar café, y después se dirigía a un parque y se disponía a leer, una hora los lunes, martes y jueves, pero los viernes había revisado su horario y su clase era a las 8 am.

Cabía la posibilidad de que estuviera ahí más horas, eso solo le daba tiempo para realizar su plan, así que se colocó una mochila negra y salió del departamento en grandes zancadas.

Cuando estuvo afuera, se colocó el gorro de su chaqueta por encima, hacía frío y estaba bien que nadie lo reconociera ahora. Aún eran las 5:20 de la mañana, tenía tiempo para llegar a la hora que quería.

En la acera, frente al departamento de Mateo, se posó tras un árbol frondoso que lo cubría y se puso guantes quirúrgicos, palpó bajo su chaqueta el cuchillo filoso para rebanar al ganado y asintió con una sonrisa por sentir aquel objeto. Cruzó la acera y divisó la calle, era poco transitada.

Vio a su víctima salir tranquilamente, vivía en un edificio viejo que daba la impresión que se derrumbaría con cualquier movimiento de las placas tectónicas. El chico recorrió la misma ruta de siempre y Cristian se sintió satisfecho de que las personas nunca se cuidaran y siempre fueran tan monótonas y predecibles.

Cuando Mateo hubo llegado al parque, se acomodó en el pasto bajo un enorme árbol. Siempre se posaba ahí, estaba alejado de las bancas y de las personas que corrían. Cristian lo había visto leer en el transcurso de la semana y había estudiado el lugar. Sabía a qué hora terminaban las personas de correr y sabía también en qué momento Mateo estaría tan solo que su única compañía serían aquellos pájaros cantando y ese filoso cuchillo que le quitaría los latidos de su pequeño corazón.

"He creado una sutil manera de matar. Solo te levantas, analizas y ellos te entregan todo aquello que deseas saber. Después solo ves sangre por doquier. Arte para los ojos de quienes verdaderamente la saben apreciar. Eso es matar. Sentir satisfacción por tu creación, aquella que nunca más volverá a respirar. Es algo que vale la pena y es el mejor trabajo, artístico y meticuloso". Dijo para sí.

Aguardó tras otro árbol inmenso, y el inexorable paso del tiempo dio cabida a que Cristian pudiese acercarse un poco más a su víctima. Cuando eran casi las siete de la mañana, dejaron de transcurrir personas que habían terminado de entrenar. Era un parque silencioso y tranquilo, así que se apresuró, limpio el cuchillo con un líquido de amoniaco y después sacó una bolsita de plástico que contenía un vaso de café con las huellas del dueño de la cafetería, lo llevó a la mano para no olvidarse de nada.

No confíesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora