13. Nunca confíes

224 14 4
                                    

El clima era fresco y las hojas de los árboles se movían inquietantes, pero aun así, irradiaban paz y tranquilidad.

Esta vez, Sofía pudo sacar la cabeza por la ventana, mientras el viento chocaba en sus rojas mejillas y gritó, justo cuando pasaban de bajo de un puente. Estaba emocionada, no sabía por qué había aceptado, pero algo dentro de ella se sentía cómoda. Ahora se encontraba ahí, a unos centímetros de él, y se sentía libre, le gustaba esa sensación.

Cristian manejaba, llevaba un Civic rojo que recién había sacado del taller. La había convencido de ir en su auto para que él condujera y la llevara a aquel lugar que solo él conocía.

Dejaron el Cadillac fuera del departamento de Sofía y habían tomado la carretera que iba a los bosques más bonitos. Venían escuchando a Carlos Sadness, cantando la canción de Monte perdido. Ambos habían coincidido en que tenía una manera de cantar muy peculiar, te hacía querer viajar a todas partes, ver el cielo, las estrellas e intentar recorrer todo el Universo con su música.

Pasaron horas o minutos, Sofía había perdido la noción del tiempo, solo la estaba pasando bien, incluso se sentía cada vez más cómoda. Sonrió y se reclinó en el asiento viendo el paisaje, dejando todos aquellos árboles detrás, todos parecían infinitos.

De pronto se quedó dormida.

El atardecer se posó frente a Cristian, y aceleró el paso en vez de disminuir. Aquellos rayos de sol eran de lo más molestos en esos momentos, no le permitía ver con claridad. Así que aceleró para llegar más rápido a su destino.

Cinco kilómetros más adelante, doblo a la derecha e ingresó por un atajo que parecía no tener fin. Era un camino angosto, solitario y frío. Estaba lleno de árboles y se escuchaban ramas crujir por doquier, como si los animales huyeran, escondiéndose al ver su llegada. Una sonrisa fría y perversa se dibujó sobre su boca. Volteó a ver a Sofía, yacía dormida desde hace dos horas. Tiempo suficiente para que se alejaran totalmente de la civilización, y así poder sumergirse al bosque, incluso para no ser encontrados nunca.

Aquel era el mejor lugar, había pasado muchas noches ahí, semanas, meses, no recordaba con exactitud. La última vez había estado con su ex novia, mientras ella lloraba desconsoladamente porque la había golpeado después de verla platicando con un compañero de clase.
La chica se excusaba diciendo que aquel compañero únicamente le había pedido la tarea. Pero a él no le parecía que fuese cierto. Así que, estuvieron ahí hasta que él la perdonó y entonces volvieron a la ciudad, como si nada hubiese pasado.

"Es el mismo ritual", se dijo a sí mismo.

En el centro del bosque, justo donde no sabes cuál es la salida y tampoco el inicio, y giras en tu mismo eje, pero ves exactamente lo mismo, ahí Cristian detuvo el auto.

Su mirada se posó en Sofía y se quedó contemplándola un momento, acariciándole la mejilla con ternura. Le había parecido tan fácil llevar una botella de agua con varias pastillas diluidas para dormir, creyó que tenía que ofrecérselo en algún momento, pero ella le había facilitado el trabajo.

Se había quejado de tener los labios resecos. Había olvidado meter en la mochila aquel humectante de cereza que nunca soltaba. Así que, tomó la botella y en cuestión de segundos, el agua había bajado a más de la mitad. Un par de minutos después se la había terminado, colocó la botella en su lugar.

Había volteado hacía Cristian y le había dicho que ahora ya no tenía agua, y que en la próxima gasolinera se la repondría. Él le había dicho riéndose que estaba muy indignado por ello, pero se giró al volante y siguió manejando.

Después de un rato Sofía se había quedado dormida y entonces pensó cuán fácil era cazar a su víctima. Ella solita se había puesto en bandeja de oro para que él la admirara el tiempo necesario e hiciera con ella lo que quisiera.

No confíesWhere stories live. Discover now