3. Al igual que un gato aislado

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Dentro del salón se notaba la emoción de los alumnos, estaban esparcidos y la profesora aún acomodaba sus papeles sobre el escritorio. Se giró hacía ellos y comenzó a dar su clase de Introducción a la Psicología.

Sin embargo, Sofía estaba cavilando en aquel chico, trataba de prestar atención a la clase y le resultaba complicado. Se removía en su asiento mientras garabateaba cualquier cosa en la libreta fingiendo tomar nota de lo que decía la maestra, pero sus pensamientos estaban centrados en aquellos ojos color miel.

Cuando terminaron todas las clases, Sofía se levantó del asiento para retirarse, pero una chica y un chico a su lado le taparon el paso.

—Hola, Sofi, creímos que te gustaría venir a comer con nosotros—dijo Andrea sonriente.

—Sí, nos pareció una gran idea—soltó Mateo con los ojos brillantes como esferas y moviendo el cuerpo insistentemente de un lado a otro.

—Gracias por tomarme en cuenta, chicos—dijo Sofi en un tono amable y educado—. La verdad es que no tengo ánimos de salir hoy y tengo cosas que hacer en casa—. Sonrió levemente y cogió sus cosas de su asiento.

—Está bien, te aceptamos ese no por respuesta por milésima vez, pero esperamos que salgas con nosotros un día de estos, nos caes bien, pero eres un misterio. Siempre dices no, y creo que deberías salir más, no todo es escuela y casa, ¿de acuerdo?—. Dijo Andrea con una sonrisita.

Al salir de clase, Sofía venía inmersa en sus pensamientos, no entendía por qué toda la gente siempre había optado por ser gentil con ella, incluso cuando no se mostraba amigable ni sonriente. Y tampoco comprendía por qué terminaba alejándose de todos, poco a poco. Siempre estaba sola, y realmente le gustaba eso, era parte de su naturaleza. Siempre estaba al margen y no se permitía ir a fiestas, reuniones casuales ni nada que tuviese que ver con disfrutar fuera de casa. No es que le cayesen mal o que fuera amargada en su totalidad y tampoco que no le dieran permiso, porque claramente sus padres la dejarían salir, el problema es que ella nunca quería, eso lo sabía. Su lugar seguro era ella misma encerrada en su habitación con música, libros y comida. Siempre había sido así, desde que tenía uso de memoria.
Lo único que le gustaba era su estancia en el departamento, sola, con la música a buen volumen y tarareando una que otra canción. Sumergirse en sus libros de psicología, aprendiendo teorías nuevas, y conociendo más sobre el mundo del gran Sigmund Freud como padre del psicoanálisis y a todos sus precursores, como Jacques Lacan y Melannie Klein. Estudiaba Psicología por el Psicoanálisis, lo amaba desde hacía muchos años atrás y nada cambiaba su perspectiva.

Se pasaba horas analizando y escudriñando por todos los ejemplares habidos y por haber, se devoraba uno tras otro perdiendo la noción del tiempo. Le gustaba su espacio, le gustaba aprender. Amaba su soledad como nadie que conociera aun y disfrutaba en demasía las cosas simples y prácticamente monótonas. Era su orden y le hacía bien tenerlo.
Mientras cavilaba, algo la sacó de bruscamente de sus pensamientos, a pesar de que le habían tocado con delicadeza el hombro, se giró rápidamente, como despertando de un sueño al que no quieres, interrumpiendo sus pensamientos más sagrados, cuando reparó en esos ojos en los que toda la clase había estado pensando, y esa altura perfecta que ahora podía admirar posado frente a ella, sonrió sin sentirlo. La mueca había brotado de sus labios como por sí solas. Cuando lo notó bajó la vista de prisa, pero sus mejillas ya estabn demasiado rojas como psra esconderlas. Había sido inevitable.

No confíesWhere stories live. Discover now