Accidente #20: Las cinco caras rojas

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Fragua del jardín del durazno, senda a la herrería central

Tras haberle perdido el rastro a sus compañeros que decidieron aventurarse en las profundidades de aquel lugar al que su maestro les introdujo. Su maestro junto con su ayudante decidió introducirse a la fuga y dejar a su suerte al pelirrojo que dejo al pie de las escaleras que daban a la cámara más profunda del lugar. El chico solo vio cómo se quedaba solo en aquel lugar, miró hacia atrás y a su cabeza solo vino la imagen de volver a casa. Estaba cansado de aquellas situaciones bizarras, su cabeza se liberaba por momentos mientras sus ojos se sentían cansados y con la gran necesidad de cerrarse, una sensación que se había agudizado con el pasar de los días. Era cierto que se había acostumbrado a los entrenamientos y que su pecho no le había dolido desde hace ya mucho tiempo; pero no podía negar que siempre que había estado caminando a lado de aquel grupo, una sensación de frio albergaba su pecho, siempre teniendo en su memoria la imagen de cierta castaña que le hacía sentir mejor, ahora sintiendo que ella cada vez se acercaba a él.

Decidió mirar hacía las escaleras y simplemente a su cabeza llegaron las imágenes recientes: él estando a la cabeza de un grupo que no le tomaba enserio; el hecho de estar en un lugar solo por ser un recurso, le era frio. Antes sería indiferente; pero ahora, su tristeza se agudizaba con ver que algunos de ellos siempre le trataban de manera amable, una amabilidad que le hacía apretar los dientes internamente mientras su semblante se ensombrecía. Antes el estar solo no le dolía, respetaba que los otros no quisieran estar cerca de su suerte o él; pero ahora el relacionarse y vivir cosas que nunca había experimentado, sencillamente le hacía sentir más patético, era un simple chico que era utilizado y siempre era tachado como inútil incluso por aquellos que ya deberían haber sabido más sobre él... Nada más que eso, esos eran sus sentimientos. Un sentimiento que se guardaba como siempre, ver como se relacionan con él solo por conveniencia, arrojándolo a situaciones que le lastimaban, ese desinterés le hacía albergar cierto recelo en su pecho cuando miraba a ese grupo y en especial a ese hurón. Un recelo que su miedo y nerviosismo se encargaba de maquillar, incluso del propio Nyron.

Comenzó a subir solo por el mero compromiso, no quería ser apaleado en un futuro solo por no haber seguido sus egoístas órdenes. Al final el solo las veía así, ordenes que un animal de caricatura le imponía y que el solo se veía satisfecho cuando el chico las cumplía. No le importaba el esfuerzo o el dolor que le provocase al chico, al final solo sonreía al ver que su plan había salido a la perfección... "Justo como un maestro normal", pensaba constantemente solo para agachar la mirada y simplemente suprimir con tristeza que lo más cercano que tuvo a un tutor sólo le trataba como un trapo, uno más a la lista. El calor que su pecho irradiaba se tornaba más asfixiante mientras cada paso que daba le subía más y más en aquel trayecto.

En el último escalón, la luz se tornó brillante, ya no era ese color naranja uniforme que impregnaba todo con su calor y olor a restos quemándose. Sino que al fin volvió a inhalar aire puro, uno tan puro que le hizo sentir como si hubiese escapado de aquel foso. Alzó la vista levemente solo para ser fulminado por una luz incandescente que sobrevolaba y cubría todo el lugar como el mismo sol eterno del medio día, una luz cuya fuente el no pudo divisar y su cabeza solo miro a la nada de aquella infinita luz.

Se talló los ojos y miro como un camino hecho de madera se extendía enfrente de él como un arco, un puente perfectamente hecho con madera fina y partes metálicas de color negro que aseguraban la estructura; sobrevolaba un vacío que daba de lleno hacía la lava que corría por los canales de la fragua que se extendían y cambiaban su condición dependiendo de la herrería, aunque la lava que se encontraba en aquel foso irradiaba más que nada una bruma cálida que no quemaba como lo hacía en la entrada, y su brillo daba la sensación de que no ardía o quemaba, sino que era un estanque repleto por algo que le hacía sentirse más tranquilo que antes.

El maestro del rey del mundo (En edición)Where stories live. Discover now