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— ¿Tu hija?

Xanthe asintió.

— Podría decir que no, el parecido es nulo.

— Te conozco desde que eras una niña, puedo confirmar que hace los mismos gestos que tú—rió Sue—. ¿Es igual a Renesmee, cierto?

— Lo es.

— Se parece más a Edward que Renesmee.

Xanthe sonrió incómoda, suponía que Leah le había contado el chisme a su madre.

— Sue, no la cagues.

La mujer tapó su boca con ambas manos y se arrepintió enormemente al ver los gestos de la pelinegra.

— Lo siento, de verdad lo siento.

— Es igual, algún día tendré que aceptar la realidad.

— ¿Qué fue lo que te pasó?

— Digamos que fue alguien idéntico a mi hija que me ayudó a que ambas sobreviviéramos—confesó, su cuerpo se sentía pesado al recordar todo lo vivido apenas un tiempo atrás.

— Me alegro que... estés viva, en cierto modo.

La pelinegra rió con sinceridad.

— Y yo me alegro de que seas tú quien esté con mi padre.

La mujer sonrió:— ¿Cómo se llama?

— Aithne.

La niña se giró ofendida.

— Aithne Blaine Swan.

Xanthe rodó los ojos.

— ¿Blaine?—preguntó Sue.

— Es el apellido de un amigo, ella quiso llevarlo y él no se objetó. A veces creo que la niña lo quiere más a él que a mi.

— Porque lo hago—se burló la cobriza de su madre.

— Cierra la boca, niña fea.

— Señora Sue, me ha llamado fea—se quejó la menor con falsas lágrimas en los ojos.

Sue Clearwater le siguió el juego a la híbrida y se acercó a ella para hablarle. Xanthe negó levemente y miró a su alrededor, el interior estaba igual que cuando se había ido, con la diferencia que había algunas estatuillas nuevas en los estantes. La pelinegra se acercó a la chimenea y admiró con nostalgia una foto encima de ésta. En ella, Xanthe acababa de cumplir ocho años y en su fiesta de cumpleaños había obligado a su padre a disfrazarse de cocodrilo, la foto mostraba a Charlie Swan vestido de cocodrilo mientras abrazaba a una pelinegra vestida de cuidadora.

— Xanthe—llamó la mujer—, tu habitación está donde siempre.

La vampiresa asintió y observó las escaleras, comenzando a subir con lentitud, cualquier cosa que viera le resultaba familiar pero horripilantemente extraña a la vez. Xanthe sentía ganas de llorar.

La puerta de su habitación seguía con el pequeño cartel con su nombre que había colocado durante uno de los veranos que había pasado en Forks cuando era pequeña. Le tomó varios minutos abrir la puerta, echándola completamente hacia atrás cuando fue lo suficientemente valiente, las distintas tonalidades de grises se hicieron presentes ante sus ojos, el lugar seguía tal y como lo había dejado, incluso con un viejo libro, que no había terminado de leer, abierto encima de su escritorio.

La opresión en su pecho se hizo notable a medida que reconocía más y más cosas en su habitación. Se sentó en la silla del escritorio y abrió su ordenador, mientras esperaba a que éste se encendiera se dedicó a mirar las pequeñas fotografías pegadas en la pared. En ninguna de ellas se encontraba Isabella o su madre.

¿Habrían sido las cosas distintas si hubiera evitado a su hermana a toda costa?

Xanthe sabía que el odio de su madre hacia ella era imposible de hacerlo cambiar, tampoco le importó mucho, Renée le había repetido una y otra vez que su nacimiento había sido un error, pero los primeros años había conseguido ocultarlo muy bien, todo hasta que su hermana comenzó con todo aquello.

Lo primero que apareció en la pantalla del dispositivo fue una foto de Jacob y ella cuando eran pequeños. La pelinegra sonrió.

No había mucho que descubrir, conocía todo lo que había. Lo único que sí hizo fue abrir su correo, montones y montones de spam se habían acumulado con el pasar de los meses, más el nombre que destacaba allí hizo que la mano de la joven temblara.

Rosalie Hale.

Una simple párrafo.

«Está bien si no quieres verlo a él, pero por favor, contáctame y hazme saber que estás bien»

Al final del e-mail estaba adjunto un número de teléfono.

Xanthe cerró el ordenador y se apoyó contra el respaldo de la silla. ¿Cuántos de ellos tenían realmente la culpa? ¿o la culpa era únicamente de ella?

Quiso bajar sus párpados más una suave brisa hizo que aquello fuera imposible, la pelinegra sonrió burlonamente mientras observaba hacia atrás. Esperaba que aquello sucediera, por supuesto que lo esperaba, no se imaginaba que lo encontraría nuevamente frente a ella tan pronto. Un suspiro pesado salió de sus labios antes de girarse hacia el recién llegado.

— Dudo que se te haya perdido algo aquí, Edward.

DESIRES; edward cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora