Capítulo 36: Sol nocturno.

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.Por la tarde.

Sentada en su cómodo sillón de cuero blanco, Yelehen llevaba horas escribiendo en su portátil. El tiempo se había pasado volando, y si no fuera por los mensajes que África enviaba de vez en cuando, no sería consiente ni de qué hora era.

Aun así, cuando dio una releída final a lo que había escrito, sintió un sin sabor en el cuerpo que la dejó desconforme.

Había algo mal ahí que no podía descubrir que era, releyó una y otra vez hasta que, por un simple impulso, se levantó y fue a su oficina personal. Justo en frente de su habitación, abrió la puerta y se encontró con los estantes de su librero.

Luego de ir a la casa de Harlen, su biblioteca personal le parecía un chiste. Alejó ese pensamiento mientras se aproximaba al primer cajón del escritorio, y sacaba la llave del armario. Odiaba ese armario, la última vez que lo abrió fue en su último cumpleaños, y todo había ido mal en aquel momento. Ese lugar le recordaba todo lo que dolía, así que... cobardemente, se quedó parada frente a este, queriendo introducir la llave pero sin animarse a hacerlo.

¿Cuántos minutos se quedó solo parada delante de este? recordando su cumpleaños, recordando lo que había ahí adentro, África ordenó la última vez, así que seguro nada estaba en el lugar donde ella lo había dejado.

Y por un segundo también, se preguntó porque estaba haciendo eso.

Si ese armario contenía cosas de todo lo que había perdido, de todo lo que una vez fue pero ya no ¿Por qué volvía a lastimarse a sí misma de esa forma? Sin embargo, al mismo tiempo que se preguntaba eso, supo que no era como las otras veces, no estaba deprimida, no buscaba llorar sobre objetos viejos...

Buscaba recordar, y ni siquiera recordar a sus padres, si no a ella misma. A la mujer que había sido antes de que las cosas dolieran demasiado, antes de que la soledad pesara y decidiera que era mejor no sentir, a sentir tanto.

Pero... últimamente estaba sintiendo demasiado, y esos sentimientos necesitaban salir por algún lado. Así que, pesando en eso, pudo abrir sus puertas.

Un ligero olor a humedad y encierro salió de ahí adentro, ignoró la ropa colgada y las fotos pegadas al final de este, África había dejado las cajas que ella necesitaba delante de todo.

Blancas pero manchadas, Yelehen se avergonzó de sí misma al recordar como ella había dejado esas asquerosas marcas de vino. Se sentó en el piso incluso cuando tenía un sillón en la esquina, arrastró la caja cerca de si y la abrió.

Contuvo la respiración cuando vio su libro, sonrió con nostalgia admirando la portada, era fea, desproporcionada, la había hecho con diecisiete años con un programa cutre de edición, y aun así, se sintió hermoso tenerlo en sus manos y acariciarlo.

Lo dio vuelta, viendo la vieja sinopsis de una chica cuyo libro comenzaba luego de que hubiera perdido la vida, uno de fantasía oscura que nunca había visto la luz del día. Ella no lo había permitido...

Bajó la mirada, viendo el resto de los manuscritos que guardaba celosamente en ese armario, historias que nunca habían llegado a tener su fin, porque ella había sido demasiado cobarde para dársela, otras que habían sido felices por siempre, porque así su corazón se lo había dicho.

Los releyó toda la tarde, se quedó ahí sentada pasando las páginas viejas que la hacían estornudar de vez en cuando, leyó en desorden, sorprendiéndose en ciertas partes, como si no fuera la misma persona que una vez las escribió.

Nunca había sido tan feliz como cuando escribía, y fue curioso darse cuenta que no se olvidaba de cómo se sentía esa felicidad, sin importar cuanto tiempo llevaba negándose a experimentarla. Había tantos errores en esas páginas y sin embargo, se encontró sonriendo. Algo ahí seguía trasmitiendo, como si la voz ingenua de tantos años se mantuviera viva entre esas hojas, y no importara cuantas equivocaciones hubiera entre medio, el mensaje era claro y fuerte.

Dobles intencionesWhere stories live. Discover now