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—¿Me vas a pedir que te lleve a verla no es así?

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—¿Me vas a pedir que te lleve a verla no es así?

—¿Qué comes que adivinas?

Una risa divertida salió por sus labios, no me miró. Y entendía perfectamente porque no podía si quiera deperar en mi un segundo. Cuando el viejo Frist comete un error, y sabe que es su culpa, se lo toma muy enserio y a pecho.

Creo que fuí muy duro con él

—Gracias...

Digo antes de que salga por la puerta de mi habitación, se detiene a un paso de salir por el marco de la puerta, se tensa y por fin consigo que me mire por encima de su hombro.

—No tienes que darme la gracias de nada, muchacho.

—Claro que si, hiciste mucho por mi en el pasado y nunca te lo agradecí como es debido.—Me sincero con él, por más que lo haya tratado sin respecto no es porque no lo respete en si, lo trato como lo trato porque se encargó de darme esa confianza para verle como mi amigo, no como un adulto egoista que trato de ahogarme en sus expectativas—. Nunca te lo dije, pero de verdad te respeto, y siempre has visto por Claytin y por mi. Gracias, Frist.

—Me vas a hacer llorar,—restriega su mano en su cara, ocultando lo que si alcance a ver cómo el típico brillo en los ojos por llanto,—lamento no haberla cuidado como hubieras querido, de verdad yo nunca creí que esto sucedería.

—No es tu culpa, sé que tan reacia y terca puede llegar a ser Clay,—lo sonrió con honestidad, una sonrisa que de verdad le dice que no tiene tanta culpa en ello y no debe martiriarse por esto.

—Ire por esa silla de ruedas, parilidino.

—Aun no estoy paralítico, viejo de pacotilla.—Sonrió, un poco más calmado sobre el asunto de que Claytin está segura, y sus broma de verdad ayudan a que vea de mejor manera el asunto de que, podría perder las piernas.

Por fin sale de la habitación, y en unos minutos después mi teléfono al lado de la mesita de mi cama, suena. Veo el identificador de llamadas, y entiendo que estoy en serios problemas.

—Hola, ma.

—¿Solo eso me vas a decir?, ni siquiera vas a tener la vergüenza de disculparte por tenerme con el Jesús en la boca.

Se le escucha alterada, y muy enojada. Si, definitivamente estoy muerto, si pierdo la función de mi cadera hacia abajo, cuando llegue a casa no solo perderé el andar.

—Lo lamento mamá, de verdad lo lamento.—Cabizbajo juego haciendo círculos en la sábana.

—¿Dónde estás?

—Ahm... Si te digo eso te vas a enojar más...

—Richard Weldons Mans

—No puedo pedirte que no te alteres más, porque ya lo estás pero, si te voy a pedir que no entres en pánico.

—Richard me estás asustando...

—No deberías,—tomo una respiración profunda y solo le digo,—estoy en el hospital.

Una exclamación sale de su boca, y entiendo que eso la sorprende.

—¿Que te sucedió?—. Grita su pregunta, dejándome con un zumbido en el oído.

—Me asaltaron, y como no llevaba nada de valor, pues ya sabrás. Estoy en el hospital central de Khaverly.

—¡Vamos para haya! ¡Querido, querido, Rick está en el hospital! ¡Querido!

Cuelgo la llamada porque sé perfectamente que se le ha olvidado colgar, y entonces solo espero. Espero a que mi familia me termine de matar, porque se enteraran de que posiblemente su hijo, se quede sin poder andar.

Por fin el tuerto regreso con la silla de ruedas y me ayudo a montarme en esta. Salimos de esa habitación que ya comenzaba a asfixiarme, entramos sin tocar a la habitación y siento que me caígo. Cuando no estoy si quiera de pie, todo a mi alrededor da vueltas.

El constante sonido del monitor de Claytin dándome señal de vida de su corazón, la intravenosa en su brazo, esa cosa en sus fosas nasales que le dan oxígeno. La palidez en su piel, sus mejillas sin rastro alguno de ese rubor tan precioso que es natural en ella, sus labios algo grises y secos. Su cabello sin brillo, y hasta parece que está más delgada.

Son lo que me afecta de tal modo, que mi mundo casi se cae sobre mi.

—Claytin...

Frist me acerca hasta quedar al lado de su camilia, respira con tranquilidad y tiene una expresión de paz. Como si solo estuviera durmiendo una siesta durante la tarde, quito unos cabellos que están regados sobre su hermoso rostro.

—Ella está bien muchacho, ya oíste a su abuelo.

—Eso no significa que me agrade verla de este modo,—la impotencia comienza a llenarme provocando que un sabor amargo de bilis me suba por la garganta, lágrimas de impotencia opacar mi visión,—no pude protegerla. Soy un hombre bueno para nada.

—Hey, hey, tranquilo muchacho.—El apoyo que su mano me da sobre mi hombro me hace querer recobrar mi respiración agotada.

Mi mano se escabulle hasta la de ella y solo siento frío, sus manos siempre son calidas, lo cual es irónico sabiendo que tiene un carácter frío, debería tener unas manos igual de heladas. Pero no, ella es la que calentaba mis manos con las suyas, yo soy el de sangre de hielo y ella la de fuego.

—Tiene las manos tan frías, sus mejillas están tan pálidas, sin ese color que siempre pinta sus pómulos...—Mi voz sede, y se quiebra volviéndose vulnerable, volviendome vulnerable.

—¿Y que?

El agarre de su mano se cirne sobre mis dedos, logrando que suba mi vista y la vea ahí, viéndome con fijeza y dulzura. Viéndome como solo ella sabe mirarme, logrando ponerme rígido en esa maldita silla de ruedas que me impide que me lance a su lado para estrecharla contra mi pecho y sentir esa sensación de que todo estará bien cada que me abraza.

—Nos diste un gran susto, muñeca rusa.—Dice Frist, con un tono juguetón y de alivio.

—Soy un hueso duro de roer, Frist.

—Claytin...—Digo sin poder creer que me está mirando y vea que desea tenerme encima suyo, rodeandola con mis brazos.

—No importa que me vea como un fantasma, o esté más fría que un cadáver. Todo es temporal, y lo bueno de este estado es que, le dará paso a algo mejor, Rick. Ya lo verás, cuando salgamos de aquí, todo será miel sobre ojuelas, lo prometo.

—Claytin...

—Todo estará bien, Richard.

Y entonces solo puedo asentir, porque verla sonreír como siempre, me hace creer que es un ángel.

Mi bello ángel...

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