Promesas rotas

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-No escuches a escondidas -dijo Julian.

Emma lo miró. Muy bien, así que podía oír las voces que se alzaban a través de la puerta de madera gruesa de la oficina del Concejo, ahora cerrada excepto por una grieta. Y puede que se hubiera inclinado hacia la puerta, atormentada por el hecho de que podía oír las voces, casi podía hacerlo, pero no del todo. ¿Y qué? ¿No era mejor saber las cosas que no saberlas?

Ella pronunció un "¿y qué?" a Julian, quién levantó las cejas. A Julian no le gustaban exactamente las reglas, pero las obedecía. Emma pensaba que las reglas estaban para romperlas, o saltarlas por lo menos.

Además, estaba aburrida. Ellos la habían llevado hasta la puerta y dejado allí por uno de los miembros del Concejo, al final del largo pasillo que se extendía casi hasta la longitud del Gard. Tapices colgados alrededor de toda la entrada de la oficina, raídas por el paso de los años. La mayoría de ellos mostraban pasajes de la historia de los Cazadores de Sombras: el Ángel elevándose desde el lago con los tres Instrumentos Mortales, el Ángel pasando el Libro Gris a Jonathan Cazador de Sombras, los Primeros Acuerdos, la Batalla de Shanghai, el Concejo de Buenos Aires. Había otro tapiz así, luciendo como nuevo y recién colgado, que mostraba el Ángel saliendo del lago, esta vez sin los Instrumentos Mortales. Un hombre rubio de pie en el borde del lago, y cerca suyo, casi invisible, estaba la figura de una pequeña chica con el pelo rojo, sosteniendo una estela...

-Habrá un tapiz sobre ti algún día -dijo Jules.

Emma movió los ojos hacia él.

-Hay que hacer algo realmente grande para conseguir un tapiz sobre ti.

Como ganar una guerra.

-Tú podrías ganar una guerra -dijo con confianza. Emma sintió un pequeño apretón en su corazón. Cuando Julian la miraba de esa manera, como si fuera brillante y sorprendente, hacía que el dolor en su corazón por haber perdido a sus padres fuera menor. Había algo cuando alguien se preocupaba por ti que te hace sentir como que nunca estarás totalmente solo.

A menos que ellos decidieran separarla de Jules, por supuesto.

Trasladarla a Idris, o a alguno de los Institutos dónde ella tenía parientes lejanos, en Inglaterra, China o Irán. De repente, entrando en pánico, sacó su estela y talló una runa de audio en su brazo antes de presionar la oreja en la madera de la puerta, ignorando la mirada de Julian.

Las voces inmediatamente se volvieron claras. Reconoció primero a Jia, y después al segundo en un latido: el Cónsul estaba hablando con Luke Garroway.

- ¿Zachariah? No sé si no lo hayas notado, pero está muerto -decía Jia-. Y no creo que Theresa esté de humor para soportar más cosas.

Luke murmuró una respuesta que Emma no escuchó; ella no sabía que Zachariah ya no estaba, y deseó haber podido agradecerle la ayuda que le había prestado la noche de la batalla. Y preguntarle cómo había sabido que su segundo nombre era Cordelia... además del pequeño dolor que había comenzado a sentir en el pecho; había perdido.

Se inclinó más cerca de la puerta, y oyó a Luke en mitad de una frase.

-Debería decirte algo primero -decía-. Tengo la intención de dimitir como representante. Maia Roberts ocupará mi lugar.

Jia hizo un ruido de sorpresa.

-¿No es demasiado joven?

-Es muy capaz -dijo Luke-. Casi no necesita mi apoyo.

-No. -Jia estuvo de acuerdo-. Sin su advertencia antes del ataque de Sebastian, habríamos perdido muchos más Cazadores de Sombras de los que han muerto.

Cazadores de Sombras: La hija de Magnus BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora