Las Estrellas Brillarán

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— ¡Oh, señor! ¿Qué ha pasado?—Amatis limpiaba metódicamente la horrible herida que había dejado una flecha en la frente de su señor—. ¿Ha hecho pagar al responsable?

Sebastian se hundió un poco en la cama, aunque Amatis trataba de ser gentil, tenía que admitir que le dolía, lo cual sólo servía para hacerlo enfurecer aún más.

—Sí —se mordió el interior de la mejilla y probó el sabor regusto y amargo de su propia sangre—. Ha pagado muy caro —sonrió y ella le respondió la sonrisa.

—Tenemos que estar listos, Amatis. Pronto atacaremos y comenzaremos nuestro legado.

Elizabeth levantó las cejas

— ¿Qué haces aquí, William? —Trató de incorporarse—. Pensé que estarías con Jace o Theresa.

Will se rascó la nuca.

—Sí, yo también lo creía, pero preferí de darles algo de privacidad a ambos —sonrió—. Y ya que eres la única persona que parece soportar mi belleza, decidí darme una vuelta por aquí, además, Magnus salió corriendo con Clarissa en cuanto llegó.

Ella puso los ojos en blanco.

— ¿Qué acaso a ustedes los Herondale no les han hablado de la modestia? —Levantó ambas cejas—. No les vendría mal un poco.

—No creo que lo hayan hecho —fingió pensarlo un poco—; pero estoy seguro que la modestia es sólo para las personas feas.

Elizabeth soltó un suspiro y Will resopló.

—En verdad he venido a pedirte un favor, escuché que incluso los Ángeles caídos pueden cumplir lo que sea.

Ella asintió, derrotada.

—Puedes obligarme a llevar a cabo una cosa, William Herondale. ¿Qué es lo que deseas?

Will vaciló... Sólo por un momento, pero el momento se prolongó como nunca se había prolongado un instante. Sólo había una cosa que podía pedir, una elección verdaderamente auténtica.

Alzó los ojos hacia el Ángel Caído.

Tessa se agitó bajo las sábanas de seda de la habitación de Jem, pestañeó perezosamente varias veces antes de abrir los ojos y contemplar de cerca el rostro de un dormido Jem.

No recordaba cómo había llegado ahí, no podía recordar nada después de los gritos de Magnus, Tessa aventuró que debió de haber quedado dormida en el sillón de la sala del Instituto, y que había sido llevada en brazos hasta la habitación de James. Acercó su cara a la de él, con la yema de sus dedos recorrió sus finísimas facciones; sus párpados, sus pestañas delgadas, sus pómulos altos y rojizos, su nariz angulosa, sus labios llenos y separados; inclinó su cabeza para darle un beso casto en esos labios que tanto le gustaban.

El desayuno consistía en un plato de fruta picada, jugo de naranja, tostadas, huevos fritos y café inagotable, para todos era exactamente igual... Bueno, menos Max, el pequeño Cazador de Sombras tenía una montaña de seis panqueques bañados en crema batida y adornados con fresas y miel. Tessa estaba sentada a un lado de Grabiel Lightwood.

— ¿Cómo se encuentra Elizabeth? —Preguntó al momento que picaba un pedazo de melón con el tenedor.

Magnus alzó la cabeza de su taza de café.

—Está perfectamente bien —gesticuló el brujo pero la voz fue de Elizabeth.

Todos en la mesa estaban seguros que ésa sería la única vez en la que vieran a Elizabeth tan fachosa, si así se le podía decir. Llevaba unos pantalones de chandal grises, una playera enorme que decía Made In Brooklyn y calzaba un par de calcetas afelpadas. Sin el maquillaje se le podían ver las múltiples pecas y sus ojos parecían más pequeños de lo normal, casi como una niña, que era en realidad lo que era.

Cazadores de Sombras: La hija de Magnus BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora