Soluciones

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Jia estaba caminando apresuradamente a la nueva construcción que se alzaba majestuosa sobre la colina, en el mismo lugar donde alguna vez había estado el Gard —quemado hasta los cimientos en la Batalla de la Alianza como se le había bautizado —; la mujer no pensaba claramente ya que la recién llegada carta de Mark Backthorn dirigida a ella ocupaba toda su atención. El pequeño y casi insignificante pedazo de papel había llegado a ella por la mañana, oculta por varios papeles esparcidos en su escritorio; hubiera pasado desapercibida de no haber sido por el sello que contenía, la marca de la caza salvaje, en ella estaba garabateada una advertencia: no confiar en la Reina Seelie ni en sus promesas; "tal vez las hadas no puedan mentir" explicaba la apresurada caligrafía, "pero sí que son creativas al momento de decir la verdad, no olvide quién es el verdadero enemigo, Cónsul".

Ella no confiaba en la carta, cualquiera en su sano juicio desconfiaría y más de La Caza Salvaje, pero eran tiempos difíciles y desesperados, lo cual requería medidas aún más desesperadas... Incluso más desesperadas si se tenía en cuenta que la carta estaba respaldada por Jace Wayland, Clary Fairchild, Alec e Isabelle Lightwood e incluso aquel vampiro diurno, el tal Simon. Todos ellos desaparecidos durante días y de pronto se encontraban ahí, en su sala, cubiertos de polvo y suciedad hasta en las orejas, alardeando de que Sebastian —Jonathan, se obligó a recordar—, contaba con el apoyo de los Demonios Mayores y la Reina Seelie; después de que terminaran con su relato los adultos perdieron la calma, les gritaron que lo que habían hecho era una locura " ¡Son sólo niños! " exclamó Jocelyn " ¡Pudieron haber muerto, no tienen la preparación que se requiere, ni siquiera un adulto la tiene! " Éste argumento había sido respaldado por asentimientos de cabeza de los presentes. Lucían Graymark se había pasado una mano por los canosos cabellos " Jocelyn, están aquí, y eso es lo único que importa", Jia sabía que al final de todo, eso era lo que importaba. Si se veían obligados a enfrerse contra Sebastian y su ejército iban a necesitar a todos los nefilim y subterráneos necesarios, incluso si eso incluía a aquellos jóvenes irresponsables.

Eran aproximadamente las seis de la mañana cuando el sol había inundado a raudales la habitación principal de la casa de los Penhallow, Jia estaba lista para comenzar con aquella rutina de todos los días que consistía en vestirse con la gran y estorbosa capa que indicaba su posición en la Clave y marchar al Gard a escuchar a los demás Cazadores de Sombras discutir y alardear que no había escapatoria; se estaba preparando mentalmente para aguantar las voces chillonas cuando vio un inusual pedazo de pergamino sobre su mesa de noche. Su nombre estaba escrito con caligrafía elegante, desdobló el papel y comenzó a leer. Rezaba una junta urgente en el Gard, con todos reunidos, incluso los escaños subterráneos dentro del Consejo.

Había salido lo más rápido que pudo y marchando en dirección a la junta. Una ráfaga de aire cruzó por el pecho de Jia, era una mañana fría. La Cónsul cerró su abrigo de terciopelo rojo, envolviéndose lo más que pudo en él y apretó el paso, por mucho que odiara la situación a la que se enfrentaba no quería morír congelada. Mientras tiritaba presa del frío, la mujer estaba segura de que aquel invierno era uno de los más fríos de la historia de la Ciudad de Cristal, mejor conocida como Alacante, algo irónico teniendo en cuenta cómo estaba la situación por ahí.

Después de unos cuántos metros más de recorrido por las estrechas y sinuosas calles de la ciudad, vislumbró el nuevo Gard. Un muro alto que se elevaba frente a ella, con un par de enormes portones. Tallados con arremolinados dibujos angulosos de runas deslumbrando por su complejidad y la sensación de poder que emanaba de ellas. La antigua construcción tenía exactamente la misma apariencia que la nueva, incluso seguía custodiada por las mismas estatuas de ángeles a ambos lados, los rostros feroces y hermosos. Cada uno sostenía una espada tallada en la mano, y una criatura que se retorcía —una mezcla de rata, murciélago y lagarto, con repugnantes dientes puntiagudos— yacía agonizantes sus pies.

Jia abrió la puerta de un empujón, dejando entrar con ella el frío torrencial que le calaba hasta los huesos. Una vez dentro, pestañeó mirando a su alrededor. No importaba si usaba la runa de visión, el resplandor de las docenas de antorchas que bordeaban el sendero que conducía a los pisos superiores estaban hechas de luz mágica, y el crudo resplandor blanco parecía eliminarle el detalle a todo.

La Cónsul comenzó a subir por las escaleras en forma de caracol. Uno. Dos. Tres. Se detuvo en el cuarto nivel y caminó por el pasillo de la izquierda. Observaba el empapelado distraídamente pensando en todas las personas que habían estado ahí antes que ella —para ser precisos, en el Gard anterior—, en las decisiones correctas que tomaron y también en las incorrectas, todas aquellas decisiones que les habían llevado ésa posición, a enfrentarse unos con los otros. Luz contra Oscuridad. Pasó las yemas de los dedos por el empapelado rojo carmesí, podía sentir los relieves bajo su toque, los Ángeles Razieles, sobresaliendo de la pared, las runas angelicales trazadas con motivos ornamentales y de protección, el poder que emanaba de ellas.

Murmullos salían de la sala de reuniones que se encontraba detrás de la tercera puerta. Respiró honda y profundamente, preparándose para lo que sea que tuviera que afrontar ése día, repitiéndose que era su trabajo y todo tenía un fin. Giró el pomo abriendo la puerta y contempló la escena, subterráneos y nefilims reunidos, todos sentados en la misma mesa y conviviendo. Por la simple razón de estar enfrentando algo aún más fuerte que todos ellos, Jia pensó que esto quizá nunca se les habría ocurrido a los antiguos Cónsules ni en un millón de años. Incluso a ella aún le parecía una locura, se había criado con el pensamiento de que eran completamente diferentes, nefilim de subterráneos, creados con fines diferentes, incluso sangre totalmente opuesta corriendo por sus venas.

—Jia —dijo Raphael con voz queda, sacándola de sus pensamientos—. El brujo ha hallado una posible solución a tu dilema de carencia de nefilims.

El joven representante de los Hijos de la Noche vestía unos sencillos pantalones de mezclilla de marca y una camisa de puño blanca a modo de luto, más por respeto a los Cazadores de Sombras que por él mismo, en su mundo no había lutos. Se encontraba sentado despreocupado en la segunda silla de la derecha.

—¿La tienes? —Preguntó Jia desviando la mirada del vampiro al brujo mientras tomaba asiento en la cabecera de madera tallada. Se desabotonó el abrigo y lo colgó en el respaldo de su silla, había entrado en calor gracias a la chimenea encendida.

—Dime, Jia, ¿cuándo te he mentido? —Ésta vez fue el brujo quién habló con un poco de acento estadounidense en su voz; la mujer evaluó su aspecto cansado, llevaba las mismas ropas del día anterior y su cabello normalmente parado en dispersos picos lucía aplastado y con purpurina revuelta.

La Cónsul le dedicó una mirada iracunda, suspirando ligeramente molesta, nunca había sido buena con su paciencia.

—Sólo preguntaba, Magnus, no desconfío de ti —respondió tratando de controlar su tono de voz.

—Sorprendentemente cuenta con una solución —afirmó el ex-hermano Zachariah quien se encontraba sentado a cinco sillas de ella, justo a un lado de Lucian.

—Cuéntame acerca de tu solución, Magnus —pidió Jia—. Ya que todos parecen fascinados con ella.

—Mejor te la muestro —el brujo hizo una seña con la mano hacia las sombras—. Ven aquí.

Todos miraban expectantes hacia el área oscura de la habitación, esperando ver a qué o quién le hablaba el brujo. Una muchacha de más o menos unos catorce años salió de entre las sombras. Tenía el cabello castaño claro y revuelto e iba suelto sobre sus hombros pequeños, sus ojos verdes examinaban a cada uno de las personas en la sala, unas gruesas pestañas los enmarcaban. Movió su delgada y extremadamente respingada nariz en dirección a Jia, que la observaba curiosamente.

—¿Quién eres? —preguntó la Cónsul, alzándose de su silla y ahora observándola con la cabeza ladeada y los ojos como rendijas.

—Me presento ante ustedes nefilims y subterráneos como Elizabeth Bane, la hija de Magnus Bane.

Cazadores de Sombras: La hija de Magnus BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora