Secretos

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—Extraño la comida de Takis —Jace suspiró mientras enredaba unos fideos fríos de ka joche anteriorbalrededor del tenedor.

—Podría hacer aparecer un platillo de Takis. —sugirió Magnus asquado por la plasta que estaba frente a él—. Realmente no creo que esto sea comestible, acabo de ver cómo un fideo salía del plato y huía por la mesa. —Las catorce horas que había dormido claramente le habían beneficiado, las bolsas bajo sus ojos gatunos eran inexistentes y fueron reemplazadas por su brillante purpurina.

— ¿De verdad? —Jace alzó los ojos de su plato con desesperación.

—Claro.

Clary, Jace y Alec dejaron sus fideos crudos a medio comer y ordenaron comida de Takis, recitando su habitual orden de memoria; cada platillo aparecía conforme se pedía, con el olor a verdadera comida inundando sus fosas nasales.

—Pagaste por ella ¿no? —Preguntó Simon, recargado bajo el umbral del comedor.

— ¡Simon! —Chilló Clary. La chica corrió hacia su amigo y lo estrechó entre sus brazos—. ¿Dónde te habías metido?

Él contestó con la boca pegada a su cabello rojizo, olía a frambuesa y a carboncillo... olía a Clary.

—Digamos que últimamente he estado con Raphael.

Éste le devolvió el abrazo y la alzó del suelo, cuando la bajó, buscó a Isabelle en la mesa del comedor, pero no la encontró. Sólo encontró a cuatro cazadores de sombras, un brujo y un rostro nuevo.

—No está aquí —dijo Alec contestando la pregunta no formulada de Simon—. Está afuera, en los jardines con Max.

—¿Max, pero que no él estaba...?

— ¿Muerto? —Jace bebía aceleradamente con una pajita de algo que parecía una malteada azul—. Pues no, ha regresado.

—¿Cómo....?

Últimamente lo único que parecía salir de la boca de Simon eran preguntas a medio formular que eran brutalmente interrumpidas por alguien más, lo cual le irritaba ligeramente.

—Yo lo hice —contestó el rostro nuevo, Simon centró por primera vez su atención en ella.

Era una chica de no más de unos quince años, delgada y con una camiseta blanca y pantalones gastados, su cabello castaño recogido en una coleta alta. Simon miró su rostro y se encontró con un par de ojos verdes escondidos tras unas largas pestañas negras, su boca lucía una sonrisa de orgullo. La cazadora de sombras —suponía Simon— se levantó de su asiento al final de la larga mesa hecha de caoba con espacio para para cincuenta personas. Ahora entendía porqué en el Instituto siempre se acostumbraba comer en la cocina, debía de ser deprimente tener tantos lugares vacíos.

—Me llamo Elizabeth —dijo la chica tendiendo su mano derecha a Simon—. ¿Tú eres...?

El muchacho estrechó la pequeña y callosa mano de la cazadora de sombras.

—Simon, vampiro diurno —instantáneamente se sintió estúpido, ¿qué clase de presentación era esa?—. Quiero decir, soy Simon, pero me dicen vampiro diurno... Mejor olvida eso.

Elizabeth soltó una seca carcajada.

—Un gusto, Vampiro Diurno —dio la vuelta para encararse a la mesa—. Me retiro, espero y disfruten su almuerzo.

Los demás asintieron mientras ella salía andando por la puerta dando pasos tan leves que parecía como si flotase.

— ¿Esa quién era? —Preguntó Simon mientras tomaba asiento en la silla que había dejado vacía Elizabeth, no su lugar favorito, debía admitir; del lado izquierdo tenía a Jace quien devoraba un sándwich relleno de algo baboso con fervor, y del derecho a Alec quien contemplaba su taza de café. Si decía algun comentario estúpido o poco apropiado sería cuestión de segundos para que ambos le cortaran la cabeza sin dudarlo.

—Esa es Elizabeth Bane, un ángel caído —murmuró Clary con aire misterioso, a Simon le recordó cuando leía su manga en voz alta cuando tenían diez años—. Nos ha ayudado estos días.

— ¿Bane?

—Lo sé, todos tuvimos esa reacción —le pareció ver una leve sombra de sonrisa, pero fue tan fugaz que ni su vista subdesarrollada le permitió apreciarla—. Es algo complicado.

—No sé por qué todos reaccionan así ante ella, no es como si nunca hubieran imaginado que tenía hijos regados por ahí —Magnus, que no había hablado hasta el momento, estaba revisándose sus uñas perfectas, como siempre hacía cuando estaba aburrido—. Bueno, olviden eso, se supone que no es posible.

—Siempre indagué que tenías hijos por ahí, con eso de que sales con cada uno...

Eso fue la gota que derramó el vaso, mandando al diablo las catorce horas de sueño de Magnus.

— ¡No es mi culpa, Alexander, que tú seas un maldito celoso y que creas que he salido con cada cosa que se mueve! —Magnus estaba tan furioso que echaba chispas, literalmente, pequeñas chispitas azules salían de sus dedos como fuegos artificiales—. ¡No fui yo quien cayó en las trampas de Camille y confabuló con ella para quitarme la inmortalidad, no fui yo quien arruinó todo esto!

Alec se levantó de la silla, imitando al brujo. Cuando habló lo hizo con furia reprimida.

— ¡Tal vez cometí errores, pero va siendo tiempo de que los olvides, Magnus! —Escupió—. ¡No es fácil tener un novio de ochocientos años que probablemente se ha acostado con cada persona!

— ¡No me he acostado con cada persona, Alexander! —Respondió—. Que sea un bisexual irresponsable no significa eso, y no puedo creer que estes diciendo que yo olvide tus errores cuando no me perdonas que haya salido con Camille, que por cierto, ¡está muerta!

— ¡No es lo mismo! —Gritó el joven, exasperado—. No entiendes nada.

— ¡Entonces explícame qué es esto, Alexander!

Las puertas se azotaron y apareció Elizabeth con la cara pálida como un fantasma.

—Está aquí.

Desde una de las torres de demonios que protegían la ciudad de cristal se podía observar con claridad toda Idris. Las torres del nuevo Instituto cubrían el cielo azul, varias figuras vestidas de negro iban en dirección al Gard. Sebastian pudo distinguir a lo lejos una cabellera pelirroja, su cabellera pelirroja, recordó la sensación de tenerla cerca y sus labios sobre los suyos, su reina. «Mi reina.»

—¿Qué haremos ahora, mi señor?

—Esperar, caballeros, esperar.

Cazadores de Sombras: La hija de Magnus BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora