Capítulo 32 - Segundas intenciones

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— Voy a atarla. ¿Puedes tomar eso?

— ¿Seguro que no te di un rodillazo?

— Si me lo hubieras dado, estaría llorando sobre el suelo. Ya regreso.

Me entregó las mantas que estaban en el costado de Sirena y la llevó cerca de un árbol en donde la ató dejando suficiente espacio para que pudiera moverse. Cogí mi cámara de inmediato y me tomé la libertad de fotografiar aquella faceta de Gabriel, una donde no paraba de sonreír y mimar a la hermosa yegua; al notar lo que estaba haciendo me invito a formar parte de la sesión, coloqué el pequeño trípode para hacerlo más fácil y me uní a ellos.

Me sorprendió con un improvisado pícnic de frutas, emparedados, frutos secos y té.

— Espero que te gusté —me le quedé viendo con una sonrisa sumamente boba en los labios.

— Me encanta.

Volvió a sonreír luciendo tímido y las mariposas en mi estómago cobraron fuerza.

Charlamos por lo que parecieron horas, y conocí más de Gabriel Kendrick aquel día que en los meses pasados.

Descubrí que amaba los frutos secos, pero el sabor de las ciruelas pasas no era su favorito. Supe, gracias a él, que el bicho al que más miedo le tenía era a los saltamontes, y que por ningún motivo vería una película de terror un domingo por la noche, según él, porque eso significaría ir desvelado al siguiente día al trabajo, y seguramente sintiéndose paranoico.

Gabe también mencionó que poseía el gusto culposo de beber chocolate caliente hasta reventar, pero que en pocas ocasiones se daba aquellos momentos, y que, en su casa, la cual se encontraba lejos de la ciudad, disfrutaba de largas tardes de lectura con la naturaleza como acompañante y el sonido del río que pasaba en sus terrenos.

Ese día descubrí que Gabriel Kendrick poseía un corazón lleno de bondad, que amaba a los animales y que los animales lo amaban a él, y eso era obvio, pues Sirena no dejaba de buscarlo, de llamar su atención y de demostrarle cuanto amor poseía para él, y viceversa, y yo, yo me tomé la libertad de capturar cada pequeño momento de aquel día en fotografías, en mi mente y en mi corazón.

— Creo que tengo más bocadillos por aquí, no esperaba que se terminarán tan pronto.

Le eché un vistazo a los recipientes ahora vacíos. La culpa no era enteramente mía, él también poseía un apetito voraz. Sacó otro recipiente del morral y un puño de preservativos volaron por todos lados, arqueé ambas cejas un tanto sorprendida al ver aquello.

Gabe se quedó sin habla, se le tiñó la cara de rosa y se le crispó un ojo.

— Hijos de p... —masculló entre dientes —. De verdad lamento mucho esto. Yo no sabía que había... Voy a matar a Mason —se quejó con amargura mientras tensaba la mandíbula, yo finalmente pude comer mi bocado —. Chaparrita, te juro que no planeaba nada, quería pasar un buen rato, es decir, ya sabes, charlar, comer, disfrutar de la compañía el uno del otro...

Coloqué un beso en su mejilla, él se notó momentáneamente descolocado, le metí la última fresa en la boca y me di a la tarea de recoger los preservativos y colocarlos dentro de uno de los bolsillos del morral.

— Mira, son de sabores, este es de cereza y este dice que sabe a fresa —le presten especial atención a uno que poseía una extraña textura de ondas —. No tengo ni idea de qué se sienta con esto.

— ¿No estás molesta? —sonó incrédulo. Lo miré sobre mi hombro.

— Por los preservativos —negué con la cabeza dedicándole una sonrisa —. Me parece super lindo que tus amigos te quieran tanto para pensar en protegerte de esta manera. Habla de hombres bastante responsables y con sentido del humor —le mostré uno que aparentemente tenía cuernos —. Estos si los había visto en Alemania. Vamos, ayúdame a recogerlos. Un animal podría encontrarlos y si se los traga se puede morir.

Sam #PGP2021Where stories live. Discover now