024. Existir es abrumador

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La pelirroja suspiro al ver a una pequeña multitud a los costados de la academia; la gran mayoría de ellos con carteles en los que se veían paraguas dibujados, o algunas frases. Todas esas personas gritando y aplaudiendo tanto a ella como a sus hermanos. Ocho fue la última en bajarse del vehículo en el que iban y miró a la pequeña multitud de reojo.

Apresuró su paso cuando notó la severa mirada de su padre, hasta que sintió como otro niño le tomaba del brazo, diciendo que era su fan número uno. La pelirroja empezó a tartamudear, intentando decirle que tenía que volver tras la barricada. Pero supo que era tarde cuando sonó el grito de Reginald.

Luther la tomo de la mano y la llevo rápidamente a la academia, evitando que ella pudiera percatarse de las palabras que su padre estaba diciendo al niño. Se sintió casi de inmediato mal por no haber ayudado al menos un poco a aquel niño, o al menos haber evitado la humillación que pasó.

Incluso pasó unas pocas semanas pensando en quién era, pero realmente, nunca hubiera querido saber.


 .•*:。


Ocho entro a la sala aquella mañana con Cinco a su lado, y fue como si un balde de agua fría hubiera caído por su espalda. Todo se veía exactamente igual que el día anterior, que muy claramente parecía no haber pasado.

—Qué hiciste —preguntó la pelirroja—, ¿repetiste el día?

Cinco pareció haberla ignorado, una clara respuesta. Entonces lo que había sentido más temprano no fue una simple coincidencia. Sintió un gran vacío en el pecho al recordar cada momento de aquel miércoles. Klaus, Ben, la pista de patinaje.

Fue como si le hubieran quitado uno de los días más importantes de su vida. Había pasado 45 años en medio de la nada, ¿y tenían que quitarle el día que valió por todos ellos? Maldijo en su cabeza, y se sentó en el sillón del lugar.

Lo que si había notado era que recordando con exactitud ese día: era posible Vanya ya hubiera pasado por la casa con Leonard. Lo que significaba que ella debería estar en aquella calle tirando insultos a su familia mientras la calle parecía perder el control.

Parecía haberse teletransportado a su mente en un lapso, en un bucle infinito del que parecía no poder salir. Cerró los ojos por un momento y respiró hondo, para cuando los volvió a abrir fue cuando Cinco estaba empezando a colmar su paciencia.

—¿Sabes que es lo loco? Que yo me vea cómo un niño de trece años —empezó a decir. Claro, olvídate de mí, pensó Ocho—. Que Klaus hable con los muertos y que Luther crea que nos engaña con ese abrigo.

La pelirroja suspiró pesadamente y miró a Klaus, quién le sonrió dulcemente, a pesar de que parecía querer morirse, o querer huir de su cuerpo.

—Nuestra vida es una locura, siempre lo ha sido. No elegimos esta vida, solo la viviremos por los siguientes tres días.

—¿Por qué crees que será diferente? La última vez que lo intentamos nos mataron —cuestionó Allison.

—Porque esta vez, estamos aquí, y tenemos el nombre responsable. —habló Ocho levantándose del sillón.

—Tenemos la oportunidad de salvar las vidas de millones —terminó de decir el ojiverde.

—Incluyendo la de Claire —la pelirroja miró el suelo.

—¿Conoces su nombre? —preguntó Allison.

—Por supuesto, y me encantaría vivir lo suficientemente para conocerla —Ocho frunció los labios.


 .•*:。




Allison, Cinco, Ocho y Diego decidieron ir a la estación de policía para encontrar algún expediente de Harold Jenkins. La pelirroja estaba apoyada en un edificio con Cinco a su lado mientras Allison intentaba comunicarse con Vanya.  El cielo estaba despejado y los ojos azules de Ocho buscaron una nube para distraerse.

—¿En qué piensas tanto? —preguntó Cinco, mirándola.

—Nada en específico —respondió sin mirarlo y suspirando.

¿Debía decirle lo que había visto hacer a Vanya el día anterior? Si decía algo posiblemente la verían como un peligro, cosa que claramente era correcta, pero solo podría empeorar el asunto.

—De nada. —llegó Diego con el expediente. Ocho sonrió levemente y Allison se apresuró a ver el archivo.

—Harolnd Jenkins es Leonard Peabody —avisó la morena.

Leonard. El chico que andaba pegado como chicle a Vanya, Ocho cruzó miradas con Cinco. Ella lo tomó del brazo.

—Pues vamos a su casa, debe haber algo allí.

love hurts | five hargreevesWhere stories live. Discover now