20.

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—Quiero mostrarle al mundo, lo afortunado que soy al tenerte a mi lado.

Rusia enrojeció al escuchar aquella declaratoria pública. Porque Canadá estaba frente a ella, y alrededor, las miradas sorprendidas captaban el momento.

—Me gustan tus ojos justo ahora, y cada que estás emocionada o avergonzada.

Rusia no pudo articular palabra y solo jugó con sus largos cabellos blanquecinos. Porque al mismo tiempo en que disfrutaba de esas palabras, se sentía fuera de lugar pues ni siquiera se esmeró en su atuendo de ese día.

—Russie... ¿quieres...?

—¡Espera! —detuvo al canadiense porque ya no soportaba la vergüenza—. No... No puede ser... ¿En privado?

—Lo será... Pero en este momento te voy a preguntar otra cosa.

—¿De qué hablas?

—Russie... ¿Quieres ser la princesa del festejo?

—¿Qué?

Canadá mostró una tiara entre sus manos, que brillaba con las luces y se le hizo demasiada conocida a Rusia.

—Siempre fue tu sueño.

Rusia miró a Canadá sin creerlo, porque sólo mencionó eso una vez cuando empezaron a salir.

—Y ahora quiero que seas la princesa de primavera.

—Canadá...

—Russie, te mereces esto.

Rusia aún resentía de su infancia estricta, enseñanzas de su padre para que no fuera una mujer débil, y la prohibición de algo tan simple como eso: aceptar ser la princesa en la fiesta de la primavera.

—Quiero cumplirte un sueño. Porque eres maravillosa y lo más importante para mí.

Rusia rio bajito por la emoción y la vergüenza.

Porque ya no era una niña y porque asintió feliz para después dejar que Canadá le pusiera la tiara y le diera un beso dulce frente a todos eso extraños que aplaudieron a su princesa.

Definitivamente, amaba a Canadá.

Indispensable [Canadá x Rusia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora