Capítulo veintisiete

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Madre mía.. Solo eso había sido capaz de decir en esos momentos.

Mis ojos se cristalizaron al ver su espalda, la cuál estaba completamente lastimada, por golpes. Habían moretones por toda la zona, los cuáles se miraban muy recientes.

Era una escena horrible de ver, y siendo testigo de aquel maltrato a través de un espejo, se podía tornar hasta bizarro.

Dylan estaba sufriendo, y lo podía ver en su piel, y en sus ojos, los cuáles a simple vista se miraban llenos de tristeza. Me dolía, me dolía como no se podía imaginar verlo así.

Por Dios santo, ¿qué padre siquiera se atrevía a tocar de aquella manera a su hijo? Esa era una de las tantas preguntas que llegaban a mi mente de forma acumuladora, una tras otra. Era irreal toda la situación, era traumante para mí el pensar cuántos golpes tuvo que recibir Dylan, del bestia de su padre, para tener todos esos moretones tan marcados, por toda su espalda.

Sentía como la ira comenzaba a crecer en mí interior, mientras me imagina aquella situación. Sin darme cuenta, las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, creando un leve llanto en mí, que me era imposible detener.

Eso pareció hacer reaccionar a Dylan, quién pasando rápidamente la camiseta por su cuerpo, tomó su mochila, yendo directamente hacía la puerta. Me interpuse en su camino apenas él comenzó a caminar, huyendo de mí, evidentemente.

Limpié las lágrimas de mi rostro, para luego observar su rostro. Él me observaba con una mirada completamente perdida, llena de tristeza.

Me dolía el alma al verlo así. Sentía como mi corazón se comprimia con cada mirada suya, con cada pestañeo que me permitía ver lo lastimado que estaba, tanto física, como mentalmente.

Me acerqué a él, a lo que él respondió dando un paso hacía atrás.

—¿Cuál es su excusa esta vez?

Él evadió mi mirada, dejando la mochila sobre el lavabos de nuevo.

—Eso ya no importa.

Caminó hasta el último lavabos, abriendo el grifo para lavar su rostro, el cuál estaba levemente enrojecido. Tomó a su costado papel desechable, secando su rostro.

Para ese momento Dylan estaba en una esquina del baño, y yo en la otra. Era hasta graciosa la escena de ver, tomando en cuenta todo lo que habíamos hecho en ese mismo baño, antes de hacernos novios.

—Si qué importa. Es abuso, ¿te enteras?

Él apretó la mandíbula, mientras lanzaba el papel desechable hecho una bolita, al cesto de basura.

—Si bueno, no es primera vez que comete abuso, así que ya no importa. Solo duele la primera vez.

Sentí como si un balde de agua fría hubiese sido lanzado a mi cabeza, al saber que nuestro rompimiento fue la razón por la que él regresó a su casa.

Sabía que no era culpable, pero de alguna manera me sentía así.

—Nunca duele menos, Dylan.

Él se encogió de hombros.

Gracias al espejo, logré ser testigo como ese simple gesto lo quebró por dentro. Al mismo instante en el cuál se encogió de hombros, sus ojos se enrogecieron tanto, que su rostro también se tornó rojo.

—No aprendas a vivir con ello, por favor.

Él estiró sus brazos en el lavabos, con un gesto de frustración en su rostro. Estaba utilizando el orgullo conmigo, podía sentirlo.

Alma gemela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora