Capítulo once

1.1K 85 30
                                    

Las cosas si que podían empeorar.

Había llegado a casa. Y en el garaje, podía ver el auto de papá, y de mamá, para mi mala fortuna.

Vaya escenita familiar me esperaba, que emoción.

Sintiendo mi corazón acelerado, entré en casa. No quería pensármelo mucho, de igual forma tendría que enfrentarlos tarde, o temprano. Apenas puse un pie dentro, me encontré con mis padres en el sofá.

Me acerqué hasta uno para tomar asiento, bajo la atenta mirada de ambos.

Se respiraba tensión en el aire. Tensión acompañada de incomodidad, rabia, tristeza.. Sentimientos que muy poco nos había tocado experimentar como familia, pero ¿qué más daba? Ya sabía yo que todo cambia, el día menos esperado, y de la manera menos pensada.

Tomé aire, mirando a mis progenitores, los cuáles ya hacían con los ojos rojos. Por el rostro de papá, podía deducir que estaba enterado de algo, sin quedarme muy claro, que tanto sabía mi padre, decidí tomar la palabra.

—Mi madre te engaña.—Lo dije mirando fijamente a mi papá. Ni por error había volteado a ver a mi madre.—Con una mujer, y si quieres saber quién es, espera que te diga que invitará a comer en casa, a su amiguita la pelirroja.

Mi padre me regañó con la mirada. Pero no me importó, pensaba mantenerme firme, hasta que mi madre entendiera, la gravedad del asunto. Toda la novela que creo, sin una mínima necesidad.

—Hija, nunca quise engañarlos, ni lo estaba haciendo hasta hace dos años. Con Carla, fue algo que nació sin darnos cuenta. Todavía no sé cómo me enamoré de ella.

—No mamá, pero si es que el problema no es que sea una mujer, hubiese sido lo mismo de ser un hombre. Engañaste a mi padre, me engañaste a mí, y lo peor es que faltaste el respeto a nuestro hogar.

Mi padre se aclaró la garganta ruidosamente, llamando mi atención. En su rostro podía ver molestia, y sobre todo; temor.

—Madison, ya va siendo hora de que te enteres de la verdad. No quiero que juzgues a tu madre, de la peor manera, sin escucharme.

Me crucé de piernas, mostrándole toda mi atención. De lejos se podía ver la falta de respeto, en mis gestos. Me estaba burlando de ellos.

Podía sentir la rabia fluir en mí, como la sangre.

—Deslumbrame con tu historia, papá.

Él miró a mi madre, como quién pide permiso, a lo que mamá asintió. Y a mí de a poco segundos, se me agotaba la paciencia.

Hasta que papá se decidió hablar, por fin.

—Desde el instituto, tú madre y yo fuimos mejores amigos.—Él le dirigió una mirada llena de amor, a mamá.—Ella era mi mejor amiga, mi aliada, mi cómplice. Nuestros padres se dieron cuenta de esa complicidad, y pronto nos quisieron para esposos. Sabes, seguir con lo que habían hecho nuestros abuelos, padres, seguir con la tradición de casarse con personas de tu misma posición social.

Me parecía gracioso, como ellos en un momento así, me contaban ese pedazo de historia, que me habían contado hace almenos unas onces veces. Sin embargo, yo seguía prestando atención.

Yo sabía desde entonces, que a tu mamá le gustaban las chicas, y ella sabía que a mí me gustaban los chicos.

Sentí, como si me hubiesen lanzado un balde de agua fría. El agua fría, mojó cada parte de mí, causando en mi cuerpo un frío, inexplicable. Que con cada gota, me lastimaba más. Y el balde, bueno él golpeo mi cabeza, dejándome tonta. Por qué así era como yo les miraba, tonta con semejante confesión.

Alma gemela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora