–No es de tu incumbencia, Cassiopeia –bufó–

–Curioso, nunca me habías llamado Cassiopeia –le dijo intentando mirar los ojos grisáceos del rubio– Sé que no estás bien, Draco. Sólo déjame ayudarte.

–¿No entiendes? ¡Nadie puede ayudarme! Estoy acabado, él me matará, él nos matará si no arreglo esta maldita cosa –gritó dándole una patada al armario.

–¿Hablas de él? –Draco asintió– Por Godric, Draco, ¿Qué hiciste? –el rubio se mantuvo en silencio, la chica levantó la manga del chico. Era la marca tenebrosa– Oh, Draco...

–¡No tuve opción! He visto cosas horrorosas, Drizella, ni siquiera mi apellido puede salvarme de esta... Estoy acabado –volvió a jalar su cabello como lo hizo anteriormente. Cassie sintió cómo su pecho se comprimía y lo abrazó, Draco tardó en reaccionar, pero le correspondió.

–Jamás te juzgaría, Draco –acarició su espalda con cariño– Eres parte de mi familia, nuestra incestuosa familia. La familia se cuida las espaldas, ¿recuerdas? –se separaron y Cassie le sonrió– No estás solo, Draco, nunca es tarde para tomar el camino correcto.

–Draco negó– Eso sólo sirve para las personas como tú, como san Potter o las comadrejas. Mi destino ya está sellado, Drizella, mucho antes de que naciera. No tengo opción, y nunca la tuve.

Cassiopeia hizo una mueca y examinó el armario.

–Te ayudaré, da igual qué sea... ¿Para qué es? –preguntó con intriga, el armario le resultaba familiar.

–¿Quieres ayudarme? –Cassie asintió– Entonces no hagas preguntas.



El día de la excursión se despertó temprano por la mañana, que amaneció tormentosa. Cassie se mantuvo despierta con Harry, probando los encantamientos del libro. Su relación mejoraba cada día, aunque aún no eran nada oficial.

El paseo hasta Hogsmeade no fue nada placentero. Cassie se tapó la nariz con la bufanda, pero la parte de la cara expuesta al aire no tardó en entumecérsele.

Vieron que la tienda de artículos de broma Zonko estaba cerrada con tablones, lo interpretó como una confirmación de que esa excursión no estaba destinada a ser divertida.

Con una mano enfundada en un grueso guante Ron señaló hacia Honeydukes, que afortunadamente estaba abierta, y los otros lo siguieron tambaleándose hasta la abarrotada tienda.

—¡Menos mal! —dijo Ron, tiritando, al verse acogido por un caldeado ambiente que olía a tofe—. Quedémonos toda la tarde aquí.

—¡Amigos míos! —bramó una voz a sus espaldas.

—Ay, no –masculló Cassie y se escondió detrás de Ron.

Los cuatro amigos se dieron la vuelta y vieron al profesor Slughorn, que llevaba un
grotesco sombrero de piel y un abrigo con cuello de piel a juego. Sostenía en la mano una gran bolsa de piña confitada y ocupaba al menos una cuarta parte de la tienda.

—¡Ya te has perdido tres de mis cenas, Harry! —rezongó Slughorn, y le dio unos golpecitos amistosos en el pecho—. ¡Pero no te vas a librar, amigo mío, porque me he propuesto tenerte en mi club! A la señorita Granger le encantan nuestras reuniones, ¿no es así?

—Sí —asintió Hermione, obligada—. Son muy...

—¿Por qué no vienes nunca, Harry? —inquirió Slughorn.

𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐏𝐨𝐭𝐭𝐞𝐫 ✓Место, где живут истории. Откройте их для себя