Capítulo 35 - Duelo a cuchillo

5 1 0
                                    


Mi adversario recogió el arma que le ofrecí y comprobó su calidad. Seguro que notó, en el mismo instante en que vio el filo con su único ojo, que lo había utilizado en bastantes ocasiones en nuestro camino a través del pueblo infestado por Abaddon. A pesar de todo, no pronunció ninguna queja: el filo seguía duro, firme y con el filo intacto. Para alguien como él, que podía cortar en pedazos a cualquiera con un romo palo, no suponía ninguna rémora que estuviera más gastado que el mío.

Sin embargo, yo no había llegado a la carpa para dejarme matar. Seguro que pensáis que me presenté ante él con otra nueva estrategia que explotaba algún aspecto poco evidente de mi habilidad telegnósica.

Pero no. Esta vez no.

Ahora era una persona normal con un pequeño filo ante una persona que era un maestro de la pelea con cuchillo. Y ésa era toda mi ventaja: ahora ninguno de los dos se dedicaría a fisgar el futuro. Pelearíamos como personas normales, sin atender a nuestras intuiciones. Tan pronto como el otro la usara, nuestros instintos nos avisarían y volveríamos al habitual baile de besugos.

Y ahora estaréis pensando, "nunca nos dijiste que sabías pelear con cuchillos". La verdad sea dicha, hasta que no me crucé con esta gente, no tenía la menor idea de cómo pelear.

Tampoco la intención.

Seguía, más o menos, igual que un par de días antes; un novato rodeado de maestros. Pero, aunque nunca hubiera aprendido a pelear, aún podía descubrir lo que necesitara por el camino. Ya llevaba unas cuantas horas aprendiendo artes marciales variadas...

...sí, ya, todo teoría, nada de práctica y con un examen de lo más duro en apenas un par de segundos. Pero, desde la declaración de guerra de Bellatrix, no había tenido más opciones. Al menos, mi cuerpo estaba a la altura. Esperaba que mi capacidad de reacción también. Mi consuelo era que mi cabeza sabía de qué iba este juego.

Si me serviría de algo, no lo sabría hasta que perdiera un ojo, un brazo o la vida en esta estupidez que nunca habría consentido.

Parcuelso no se hizo esperar: dio un par de pasos, llegó a tenerme al alcance y lanzó una estocada contra mi cadera. Un "ángulo número uno" en la etimología de la eskrima, arte marcial que había revisado con mucho interés. Conocía el nombre, la etimología, la historia, su popularidad, que era el movimiento más simple y de principiantes existente en la eskrima con cuchillo...

...mi reacción fue inmediata: di un paso a la derecha y, antes de que separara mi pierna izquierda del suelo, mi filo ya había cruzado el rostro de Parcuelso.

—...una lástima que no te dejes matar —musité al tiempo que Parcuelso, desorientado por ese toque que no esperaba de "una persona normal" como yo, daba un par de pasos atrás. Aproveché su despiste para presionar: no le dejé alejarse de mí y, con un juego de piernas bien medido que no le permitía ganar distancia contra mí, me pegué a él.

Por desgracia, la ventaja duró poco y, en menos de tres segundos, empezamos a intercambiarnos golpes. A ratos intentábamos rajar al otro, a ratos golpeábamos sin éxito a nuestro oponente. Cuchillos se cruzaban con palmas y puños con duros brazos. Sólo movíamos nuestros brazos, sin apenas cambiar de posición nuestros torsos o cabezas. A simple vista, era una pelea de besugos como las que ya habíamos librado en el pasado, pero nada más lejos de la realidad: sólo reaccionábamos y actuábamos con la esperanza de acertar un golpe que la técnica del otro siempre rechazaba. No veíamos ningún futuro, sólo un presente cambiante que, tanto a él como a mí, nos ponía nerviosos por la oscuridad que en él residía.

Me constaba que ese tipo de pelea, tan cercana y sin movimientos inútiles, era más digna de un maestro que de un novato como yo. Por desgracia, eso ya había puesto a Parcuelso a la defensiva. No sabía por dónde le saldría pero sabría reaccionar a cualquier ataque mortal que le arrojara. No esperaba menos de él y él no esperaba otra cosa de mí.

Dominios mancilladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora