Capítulo 30 - Términos del duelo

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La primera vez fue un empujón suave, maternal y comedido. Y, como todo buen toque amable, no me molesté demasiado en hacerle caso.

La segunda, resulto un poco más severo, con el cuidado gentil de alguien que quiere dejar claro que no había tiempo para tonterías. Pero yo ya sabía que había tiempo se sobras, por lo que remoloneé un poco más.

La tercera ya me dolió. Y no quise quedarme a esperar una cuarta, porque me imaginaba que vendría acompañada de una suela de zapato especialmente dura.

—...vale, entendido... —rezongué en la cama, a sabiendas que Bellatrix se había retirado no por deferencia sino para pillar carrerilla—. Nos vamos a matar por ahí en un rato. No pasa nada por remolonear un poco el último día de nuestras vidas.

—Me sorprende que te lo tomes con tanto humor —mentía: no le sorprendía en absoluto—. Pensaba que estarías más nervioso.

—Nos han enviado ayuda, por eso no tengo tanto miedo como tú —me levanté y estiré con algo de dolor en las articulaciones—. Una amiga de Nothiss viene para acá. Si nos las arreglamos bien, puede que salgamos con vida.

—¿Te dijo cómo? —a medias sonó esperanzada. A medias, solamente.

—No. Supongo que es una de esas cosas que cambian el destino si las conoces de antemano —mi compañera suspiró molesta—. Como sea, hoy recibiremos algún refuerzo, pero, por lo demás, seguimos solos. Así que, para pelear, no podemos ir con el estómago vacío.

—Ni oliendo a tigre —aunque mi ropa aún apestara a sudor desde mi agotadora pelea contra Anaissa, noté que ese comentario no iba por mí—. Prepara algo de desayuno mientras me doy una ducha... ¿es seguro separarnos?

—Es seguro. Al menos, si algo te ocurre, será inocuo —mientras me calzaba, repasé mentalmente lo que quedaba en la nevera de Den e ideé un desayuno fortísimo que nos mantendría en pie hasta el aperitivo nocturno que devoraríamos junto antes de entrar en la carpa del circo para enfrentarnos a nuestra némesis—. Relájate si quieres. Será la última vez que podrás hacerlo.

Sin mayor ceremonia, nos separamos, yo hacia la cocina del piso inferior y ella, hacia el cuarto de baño del piso superior. Mis siguientes treinta minutos estuvieron centrados en leche, café, salchichas, huevos, galletas y pan duro. Elaboré todas las virguerías que mi madre preparaba muy de cuando en cuando para despertar el estómago por la mañana y las fui dejando sobre la mesa.

Cuando, ya refrescada, descendió mi compañera, no medió palabra y se dedicó a devorar lo que tenía en su lado. El aroma que llevaba percibiendo desde que salió de la ducha, ayudó mucho a despertar su apetito. Yo hice lo propio, recreándome en los buenos sabores y en las suaves texturas, alejando de mi mente lo que ocurriría una vez saliéramos de este último refugio.

Por desgracia, ese lugar tenía de seguro lo mismo que yo de sacerdote: nada. En menos de una hora, descubrirían nuestro paradero y, en hora y media, esa casa estaría reducida a cenizas con nosotros dentro. Pero podía disfrutar de ese corto espacio de tiempo mientras aún quedara. Y, como podía, no iba darme prisa. Sabía muchas cosas, más ahora, que aceptaba mejor que nunca todas y cada una de mis intuiciones. Gracias a ese conocimiento iba a ser todo lo parsimonioso que me pudiera permitir. Con calma, buena letra y sin cansarme demasiado.

Ya desayunados, disfrutamos de media hora de pachorra delante de la televisión. Vimos dibujos animados, las últimas noticias, saltamos de canal en canal y, por fin, salimos.

Le corté la cabeza a un Lobo que andaba cerca de la entrada y Bellatrix se la aplastó contra el suelo antes de que pudiera emitir ningún ruido.

—¿Cómo se llamaba? —me preguntó ella, una vez vio que bajo sus pies sólo encontraba pétalos de margarita.

Dominios mancilladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora