Capítulo 19 - El anuncio

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Me gusta Bellatrix tal como es. No me importa cuán incomprensible resulte su comportamiento en según qué momentos. No me da miedo su capacidad de ver más allá de todas mis máscaras y me desnuda ante su visión que ve más allá de las mentiras de mi día a día. Es una buena persona con la que charlar cuando a ella le da por hablar, y en la que se puede confiar,cuando da su palabra de hierro.

Estoy seguro de que es algo mutuo. Que ella nunca pretendería hacerme daño alguno de forma consciente, que trata de facilitarme las cosas, que está de mi lado.

Sin embargo, todo este conflicto con los mancillados y los Lobos, trastocaba algo a pasos agigantados entre nosotros.

"Tengo que irme un rato. Se acerca una marea que no puedo controlar"

Este fue el mensaje que me encontré sobre mi frente una vez me desperté. Como ya era una tónica en los últimos días, me quedé sobado y, cuando me alcancé a apreciar el sol, ya era mañana avanzada. Por más que pudiera arañar el futuro con mi visión, era incapaz de superar mi propio cansancio por simple fuerza de voluntad.

Sin embargo, mi agotamiento fue lo de menos cuando comprendí que el mensaje era de Bellatrix y que la aludida ya no estaba en la casa. Ni ella, ni Nothiss seguían allí. Estaba solo.

Otra vez solo, otra vez que ella me había dejado en solitario frente a lo que ahora rondaba alrededor de esa casa. Tenía que agradecer que al menos avisara y que no tuviera que perder un muy valioso tiempo buscando por todas las dependencias de la casa.

Mi problema ahora consistía en un mancillado que acechaba la entrada, a la espera de que saliera para atraparme entre sus muchas fauces. Eso, y cinco Lobos nos rondaban a nosotros dos. Si no habían matado aún al mancillado era precisamente por mí. Para ellos la criatura no resultaba peligrosa, pero si que lo era para mí. Cualquier refuerzo para alguien imprevisible como yo, era un regalo.

Tenían razón.

Pero no perdí los papeles y, durante un momento me concentré en mi supervivencia inmediata. Las puertas estaban controladas por el enemigo. Las ventanas, también. El sótano no era un buen escondite y los armarios tampoco. El desván sólo me serviría si aprendía a volar y pocas ganas tenía de mancillarme con ninguna de las langostas que tenía al alcance, así como las bestias aéreas preferían pasar de mí.

—Que suerte que sólo quieras ser una herramienta... —pero ellos no contaban con mi cortafríos mancillado.

Con tanta vigilancia, sabía que no podría salir de la casa sin pelea. Aún así, me centré en evitar cualquier daño letal a mis vigilantes. Después de lo de Daa, lo último que quería era darles aún más razones para que me persiguieran a mí. Tampoco les quería dar tiempo, así que, expeditivo, realicé uno a uno, los pasos que me indicaba mi intuición.

Corté un agujero en el tabique exterior, en el punto más lejano de la puerta principal.

Di una patada que derrumbó la pared. El ruido y el polvo llamaron la atención a mis vigilantes.

Corrí en dirección contraria al agujero mientras ellos comprobaban qué ocurría.

Salí por la puerta a toda velocidad, directo hacia el mancillado.

Lo partí en dos sin darle tiempo a abrir ninguna de sus siete bocas.

Parcuelso.

—Hola.

Paré en seco al ver a ese tuerto ante mí. Por supuesto, yo no había previsto que llegaría a estar ahí.

—Buenos días —ni me molesté en levantar mi arma contra ese individuo, lo mismo que él no desenfundó su espada. Cualquier cruce de armas sería inútil mientras continuáramos viendo futuros diferentes—. ¿Haciendo horas extra?

—Que conste que no quería venir —suspiró él—. Pero parece que Chess tenía razón: basta mi presencia para tenerte quieto. Ahora, si no te importa, ¿podrías dejar de menearte y permitir que te matemos en paz? De nuevo, recibirás el mismo tratamiento que el resto del pueblo.

—Y, de nuevo, sé que es mentira —me lo dijera alguien tan honorable como él, me lo dijera cualquier otro Lobo de moralidad desviada como Daa, yo ya sabía por adelantado que no se molestarían en devolvernos a la vida. No le iba a discutir nada a mi intuición, aparte de lo impredecible que aconteciera con Parcuelso.

No tenía tiempo para esto: quería llegar al primer lugar tranquilo que pudiera encontrar, relajarme, adivinar dónde estaba Bellatrix y reencontrarme con ella, no empezar a pelear a muerte con cinco Lobos y Parcuelso a la vez. Pero, ¿cómo librarme de ese muro que sólo servía para hacerme perder el tiempo, que sólo estaba ahí a la espera de que llegaran sus refuerzos?

Pues por simple instinto: le lancé un puñetazo, me esquivó y, de nuevo, comenzamos nuestro baile absurdo. Sin embargo, el resultado fue muy diferente en esta ocasión: cuando Parcuelso se dio cuenta, después de unos cuantos pasos de nuestro baile idiota, su brazo derecho había caído al suelo.

Él, tan sorprendido como yo, no dio crédito a su único ojo. Tampoco comprendió lo que ocurría cuando fui contra sus piernas y éstas cayeron seccionadas, sin que pudiera hacer nada para esquivarme.

¿No sabía lo de mi arma? Lo sabía más que de sobras. Al igual que yo, intuía estas cosas. No fue lo afilado de mi cortafríos lo que le pilló por sorpresa. Fue que no imaginó que yo no estaba haciendo ningún caso a mi intuición. Me limité a actuar según lo que veía. Si Parcuelso cayó, sólo fue porque él imaginaba que todo lo que veía acabaría en un intercambio de golpes por completo infructuoso a causa de la anulación de sus propias predicciones. Él imaginaba que yo sólo sabía predecir. No contaba con que también sabía utilizar mis propios (y muy bonitos, todo sea dicho) dos ojos.

Ahora que lo comprendía, estaba derrotado. Vivo, pero vencido. Como con sus compañeros, no me apetecía matarlo, así que lo dejé en el suelo, sólo con su mano izquierda intacta mientras de sus heridas se escapaba algo que dudaba que fuese sangre. Incluso así, rebanarle tres extremidades era poco menos que un vulgar rasguño para alguien como él.

—Sin rencores, ¿de acuerdo? —solicité justo antes de salir corriendo en busca de esa esquina en la que poder apartarme de toda esa ansia bélica de los Lobos.

Como la tarde anterior, corrí como un descosido y sólo cuando ya no me quedaba más aire en los pulmones, me permití descansar bajo la sombra de un antiguo camino cubierto de viejas ramas profusas y suelo tapizado de ortigas, sin ningún mancillado a la vista. Sólo esperaba que...

—...chico, escoges los peores escondites —...que Nothiss estuviera callada el tiempo suficiente para dejarme pensar con calma—. ¿Buscando a tu compañera?

—La encontraré pronto —ya sentado, sólo fue cosa de concentrarme un par de segundos—. Ya. ¿Y tú qué? ¿Me sigues hasta mis escondites raros?

—Para nada, simple casualidad —sin el instinto de Bellatrix para adivinar la verdad, no tenía forma de saber si era cierto—. Pero, sí, te ando vigilando, esté cerca o lejos de ti. Preferiría estar cerca de vosotros cuando, al fin, llegue Dijuana a Medand.

—¿Y a Bellatrix, qué?

—Tampoco pierdo ojo, tranquilo —rió ella—. No te interrumpo en tu búsqueda; aunque, creo, por una vez deberías dejar a la chica a su aire.

—¿Me va a evitar?

—Todo el tiempo hasta al menos dentro de unas cuantas horas. No creo que sea conveniente que Dijuana la encuentre contigo al lado.

Dominios mancilladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora