Capítulo 6 - Visualización

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—Siempre podemos irnos a otro lugar, si te molesta tanto el ruido —yo no despreciaba el alboroto pero sabía que a mi compañera de mesa le agriaba el carácter.

—Olvídalo —replicó ella encogida de hombros—. Tampoco es que tenga que atender a lo que dicen.

—¿Y por qué no, joven dama, gran ganadora, señora del ajedrez por encima de nuestra infante dama de los peones, señorita Bellatrix? —nos pilló por sorpresa que el hombre de la máscara de lobo nos dirigiera la palabra nada más les mencionáramos. Con un largo y complejo pavoneo, se quitó el sombrero y nos saludó con excesiva y exhaustiva educación. Y habría sido de lo más educado si se hubiera quitado la máscara también—. Creo digno de mención, así como de algún premio adicional, que hayáis logrado la gesta que sólo la más alta posición en nuestra banda ha logrado alguna vez. ¿O me equivoco, compañeros?

Por esa pregunta, lo único que se ganó fue un violento y doloroso codazo por parte de la bailarina arábiga.

—Cállate, pesado... —dio un paso adelante y se inclinó, humilde (o sexy, si sólo os hubierais fijado en el escote) ante nosotros—. Decidme una sola palabra y haré que este viejo no vuelva a decir una sola palabra más. Ni-una-sola-palabra-más —recalcó al tiempo que dirigía una mirada cargada de furia a su dolorido compañero.

—...sólo dejadnos en paz, por favor —Bellatrix apartó la mirada del quinteto y volvió la atención hacia los cacahuetes que merecían más su atención.

—Ya les habéis oído —un solo gesto sirvió para que esa gente fuese a sentarse al fondo de la taberna. Y todo habría sido un normal encuentro entre desconocidos de no ser porque el hombre de la máscara de lobo se sacó un biombo entero de su americana.

¿Lo he dicho de forma incorrecta? No se puede decir de otra forma, creo: se abrió la americana y, como si fuese a sacarse un cigarrillo, un teléfono móvil o un caramelo, sacó las tablas y telas de un inmenso biombo de diez piezas y más de dos metros de altura. Lo desplegó para, en fin, disfrutar de un poco de intimidad sin que nadie de los alrededores les viera sin máscara.

En ese momento, ya dejé de esperar nada normal de esa gente.

—¿Te pasa algo? —pero lo sorprendente no me impidió apreciar que Bellatrix estaba un poco más cohibida de lo normal.

—...nada.

—¿Puedo insistir, oh, atosigante compañera que desprecia las mentiras? —repliqué, imitando el tono empalagoso del hombre de la máscara.

—No me vas a dejar pasar ni una, ¿eh? —tuve suerte: el comentario le hizo gracia—. Esa mujer iba en serio.

—¿A qué te refieres?

—A que no le importaba matar a ese charlatán —estas últimas palabras parecieron resecar su garganta, por lo que tragó rápidamente otro trago de su bebida—. No me suelo encontrar a gente así, que vayan con la verdad por delante, por muy ofensiva e inmoral que sea.

—Yo tampoco me suelo encontrar a gente que se saque biombos de la chaqueta o que hagan aparecer mi cabeza en su sombrero —me encogí de hombros y lancé una mirada hacia esos extraños, más preocupado que entretenido—. Has ganado, han aparecido donde tú casi nunca apareces y, de inmediato, te han dirigido la palabra. Dime, Bellatrix, ¿crees que quieren...?

—¿Robarme? ¿Matarme? ¿Darme una paliza? No, nada de eso —dejando a un lado la sorpresa que le dio esa mujer velada, Bellatrix destacaba por lo relajado—. De hecho, les caigo bastante bien —como yo, miró hacia el biombo tras el cual no podíamos escuchar palabra alguna—. Son gente realmente extraña... esa niña era incomprensible, mientras que los demás son estúpidamente agresivos. Pero, por lo demás, no noto que me quieran mal. El de la máscara de lobo miente más que habla, pero yo le hago gracia. El de la máscara de zorro sólo tiene hambre, hasta el punto de querer comer lo primero que encuentre, ya sean unos cacahuetes, ya el mismo mantel. La del antifaz es inquieta y teme por sus compañeros, pero siempre preferirá hablar a pelear. Y, en fin, la del velo... me dijo la verdad, pero hay algo que hace que siempre esté a punto de reventar. No sé qué le presiona, pero casi mejor no preguntarle —cogió la carta y, sin pensar demasiado, empezó a mirar qué viandas podría cenar esa noche—. Ya sé que te llevé como "guardaespaldas" hasta mi casa, pero no temas por mí, al menos, si crees que ellos son mis enemigos.

Dominios mancilladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora