Capítulo 21 - La niebla

4 1 0
                                    

Punto cinco: Incluso a una violinista tan hábil como Nothiss, se le rompían las cuerdas y arco después de semejante castigo musical de horas y horas.

Así con todo, la Loba se quedó en el salón a arreglar su instrumento, que a la vez me entretenía y mantenía a salvo. Quiero decir, todo lo que nos rodeaba, amigos, enemigos y cosas raras, tan pronto Nothiss empezó a arrancar notas de su violín, dejaron de prestarme atención para dedicársela, por completo, a ella. Y ahora que había dejado de tocar, todos se daban cuenta de la catadura de la fiera que me acompañaba.

No podía saber de qué era capaz, pero sí que había intuido que los dedos de sus guantes no estaban enrojecidos sólo porque tocara mucho.

Por lo tanto, aproveché para estirarme un poco, caminar, e ir al baño a darme una ducha más necesaria que caprichosa. Ningún enemigo sería tan estúpido como para atacar mientras Nothiss estuviera en la casa por lo que podía permitirme el capricho. Mejor dicho, mi olor corporal era tan preocupante ahora, que me daba igual tener que pelear por mi vida con algo menos que mis sudados calzoncillos.

Con un poco de suerte, incluso podría echarme una siesta después de refrescarme, mientras esperaba a que Bellatrix concluyera su encuentro con Dijuana en un par de horas. Ahora que podía relajarme lejos de mis constantes intuiciones gracias a la compañía de la Loba, empezaba a notar, mejor que nunca, todo el cansancio que acumulaba en mis hombros. Desde mis pies, doloridos tras largas caminatas, carreras, peleas y huidas; hasta mi cabeza, atontada tras cálculos demasiado precisos para mis pobres meninges, no había nada que no me doliera en mi cuerpo.

Y, he de decir, no encontré nada mejor que esa corta ducha para tranquilizar un poco mis sufrimientos. Una lástima que, una vez terminé, me encontrara en la tesitura de volver a pelear. Desde antes de abrir el grifo, ya cruzaba mi mente la idea de que alguien me iba a atacar a pesar de mi protectora, pero, con todo lo que suponía mi habilidad, había decidido ignorar el problema, disfrutar hasta el momento en el que prefiriera y, llegado el momento, vestirme antes de que me asaltaran. Por suerte, pude agenciarme algo de ropa de mi talla antes de abrir el grifo.

En cuanto al asalto, fue curioso: por supuesto, me duché con agua caliente. El agua caliente causa vaho, pero, tras más de treinta segundos, el vapor a mi alrededor no terminaba de disiparse. No sólo eso: se había vuelto tan espeso que no podía ver nada ni a medio palmo de mi rostro. Pero, para alguien que es capaz de deducir todo lo que va a ocurrir en un instante, eso era una minucia.

Los sonidos a mi alrededor también se tornaron cada vez más sordos y, en la blancura oscura, me sentía mucho más encerrado de lo que ya estaba, en ese pequeño cuarto de baño que había dejado de ser una vez me volví a abrochar la camisa.

Claro que ni poder ver ni oír eran el problema. El verdadero cambio que habían sufrido mis circunstancias era que ya no estaba exactamente en un cuarto de baño diminuto en una casa en la que nunca antes había entrado sino en una sala redonda por completo dominada por el vapor de agua, una suerte de pozo en mitad de ninguna parte. Literalmente, en ninguna parte.

Al cabo de unos segundos, algo destacó sobre la blancura: brillos eléctricos que se movían erráticos a mi alrededor, fuegos fatuos con un comportamiento que recordaba al de un vigilante que no apartaba la vista de mí.

—Es un poco complicado escapar a la visión de Nothiss, pero no es imposible cuando tienes los recursos a mano —comentó una voz que me llegaba atenuada, pero cuya familiaridad conocía—. Tienes dos opciones a partir de ahora: o dejas que te matemos sin más pelea para que termine tu encierro; o sigues en tus trece, intentando luchar contra nosotros aquí encerrado para que sea la gran jefa la que acabe contigo.

—Muy buenas a ti también, Anaissa —saludé con deje simpático, muy lejos de estar preocupado—. Pensaba que te caía mejor.

—Cómo me caigas ya es lo de menos, cuando es la misma Dijuana la que me ha dado la orden de acabar contigo —quizá fuese la niebla, o tal vez se tratara de que no le gustaba la situación, pero noté un tono triste en su voz. Esto ni me había parado a intuirlo pero, sorprendentemente, había acertado con lo que acababa de decir—. Ella manda, nosotros obedecemos. Sino, nos acaba doliendo.

—...y mucho... —un susurro aún más sordo que las palabras de Anaissa remató el comentario.

—Por mí, también te dejaba en paz —continuó la Loba, algo quejosa—. Es una lata ir por ahí de ejecutora cuando ya conoces a la víctima.

—Entonces... —osé soñar.

—Entonces nada —ahora parecía realmente molesta—. Se ha acabado. Muñeco mío, el monstruo te ha roto mientras no miraba. Bonito quedas, ahí encerrado. En silencio quedas, como siempre debería ser. Yo no moveré un dedo ahora para matarte pero, si intentas escapar, será Geraas quien se encargue de ti.

—....y no soy precisamente amable —de nuevo, de lejos, la voz apagada sonó.

Sólo fueron un par de palabras, pero la actitud de Geraas, al contrario que la de Anaissa, ya no me gustaba. No sabía si era esa niebla, que sabía que era cosa suya, o el retintín sádico que aprecié en sus palabras atenuadas por la blancura que me rodeaba, o que estuviera oculto más como mirón que como vigilante. Por eso le repliqué como le repliqué:

—Lo que tu digas. Vete a tu esquina a garabatear tonterías donde nadie te vea.

Silencio. Lo normal, en ese lugar incomprensible para mí. Sin embargo, yo ya sabía que ocurría algo fuera de lo normal en el carácter de quien mantenía mi visión y mi oído anulados.

—¿O es que crees que no sé ya lo que tienes preparado por ahí para el momento en el que decidas quitarte la máscara? —la verdad, yo no "sabía" nada. Pero, como ocurriera con Domingo, sí que sabía lo que debía decir para causar un efecto concreto—. ¿No respondes? —una nueva intuición llenó mi mente y, en este punto, tuve que tragar un poco de saliva—. ¿Quieres que empiece a decir nombres, "Geraas"? ¿O quieres que diga Gui...? —sabía que no iba a dejarme terminar, por lo que, el ataque que me lanzó a la desesperada para callarme no llegó a ningún lugar. Decenas de fuegos fatuos me rodearon e hicieron que mis cabellos se pusieran de punta a pesar de la humedad. No sólo eso: el aire pasó a estar tan cargado de electricidad que ya no podía soportar el dolor de mis muelas transmitiendo electricidad entre ellas, al igual que mis huesos y uñas.

Pero eso sólo era un poco de dolor. Si quería salir de allí, el primer paso era dominar a quien me anulaba los sentidos. Y para ello, sólo me quedaba un empujoncito más.

—¿O prefieres que te llame Da...? —de nuevo, no me iba a dejar terminar. De nuevo, ya lo vi venir. De nuevo, vencí otra pelea sin darme cuenta de lo que estaba haciendo realmente.

Cuando la niebla de disipó, pude ver que, sí, estaba encerrado en una especie de sala cilíndrica, un zulo de hormigón sin puertas del que sólo se podía salir por el techo por el que entraba la poca luz que podía percibir. Y, a mis pies, un cuerpo que se convertía en humo, el de un Lobo desesperado por cerrarme el pico que cometió la estupidez de acercarse demasiado a mí. Su cara de madera estampada contra el suelo, cuello roto por mi poderosa bota, fue su efímero resto mortal. Me habría gustado conocerlo en otras circunstancias. Ahora que lo había matado, sabía que era un chico bastante simpático entre los Lobos a pesar de su sadismo, y una persona bien preocupada por cuidar de su casi constante compañera Anaissa. Que disfrutara al causar dolor y sufrimiento en sus enemigos y víctimas, pasó a ser algo secundario para mí.

—Anaissa, puedes dar la cara —sugerí a quien sabía que era la creadora de ese espacio vacío—. Ahora que ya no hay niebla, Nothiss podrá encontrarme en cualquier momento. Si no quieres que sea ella misma la que rompa este espacio rompiéndote a ti por el camino, haz el favor de ser tú misma quien me libere, por favor.

—¿"Por favor"? —la voz de la aludida rebotaba por toda la estancia, sin ninguna procedencia definida—. Has insinuado el verdadero nombre de Geraas sin ni siquiera conocerlo de vista. ¿Puedes hacerme lo mismo a mí y me lo pides por favor?

—Sí, por favor, ¿por qué no? —me senté en el suelo, junto a la marca que había dejado el rostro de madera de Geraas en el suelo mientras sus pies terminaban de desaparecer en forma de humo—. Tú dijiste antes que te caía bien, que te apenaba tenerme atrapado. ¿No quieres que sea mutuo?

—Sabes que no puedo hacerlo.

—Entonces pasemos el rato.

Dominios mancilladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora