Capítulo 32

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Como era de esperarse, el viaje fue largo y extenuante, pero por suerte hasta ahora Blossom había tenido un embarazo sin problemas, y a excepción de una excipiente barriga nadie podría percibir su estado, ya que la pequeña protuberancia quedaba bien oculta entre los pliegues de su vestido.

Blossom había partido de su hogar con el alma hecha pedazos, a medida que el trayecto que la separaba su ansiedad por llegar a la Isla Wight, y pensar en cómo la recibiría Adrian crecía. ¿La recibiría con los brazos abiertos? ¿Querría expulsarla? No importaba, dijera lo que dijera ella no se regresaría a Falmouth, ella era su esposa y él tendría que soportar su presencia aunque no quisiera. Si él no la amaba, tarde o temprano lo haría.

***

Adrian continuaba trabajando en el castillo y se sentía bastante satisfecho. Había invertido sus últimos ahorros en comprar materiales para las reparaciones, y para pagarle a la gente que lo estaba ayudando. Cuando estuviera terminado lo pondría en venta, con la ilusión de que a alguien le interesara comprar esta construcción medieval. Dentro de sus planes estaba la idea que la venta del castillo era la única la única forma de recuperar el dinero para devolvérselo a su hermano, y también su propio patrimonio. Sin embargo, dentro de su esquema bien planeado no figuraba la presencia de Blossom en su vida, por eso cuando vio acercarse una carreta por e sendero, jamás imaginó que se trataba de su flamante esposa. Por eso mismo, casi cayó de la escalera que estaba usando para subirse al techo, cuando la conocida figura se apeó del rústico carruaje.

-¿Qué haces aquí? -preguntó él en tono osco.

-¿Ese es tu mejor recibimiento? -Ella se sintió dolida, pero no pensaba demostrarlo.

-Pensé que ya era tiempo de hacerte una visita.

-¿Y una visita requiere tanto equipaje?

-¿Qué estás haciendo? -preguntó ella para evadir la respuesta.

-Algunas reparaciones -respondió él, dejando de lado el asunto por un momento.

-Le hacía falta.

-Lo venderé.

-¿Por qué? ¿No te gusta?

-Prefiero invertir el dinero en los negocios -mintió él.

-Me parece bien -aceptó ella, sin querer obligarlo a confesar lo que no quería decir-. ¿Me invitas a entrar?

-Si no queda más remedio.

Algunos de los hombres que estaban allí, corrieron a bajar el equipaje de Blossom y luego lo llevaron hasta el vestíbulo del castillo.

-¿Qué habitación me asignarás? -preguntó ella con una sonrisa pícara.

-Una cerca de la mía, la otra ala todavía no está en condiciones de ser ocupada.

-Pensé que dormiríamos juntos.

-¿Juntos?

-Somos esposos, ¿o no?

-Es un poco tarde para que te acuerdes de eso, lady Wight.

-Es la tercera del lado derecho de la escalera.

-Bien. Gracias.

***

Blossom miró a su alrededor. La habitación continuaba teniendo las viejas colchas y cortinas desgastadas de antes, pero estaba muy limpia y se notaba que los pisos habían sido pulidos hasta dejarlos brillantes. También había flores en una jarra, las cuales perfumaban el ambiente, era como si la hubieran estado esperando, pero, para qué se hacía ilusiones, lo más probable era que todos los cuartos estuvieran igual de limpios y perfumados.

De pronto, un aroma delicioso llegó hasta su nariz, y su estómago gruño.

-¿Tienes hambre, pequeño? -preguntó con ternura, poniendo una mano en su vientre.

-¿A quién le hablas? -quiso saber una voz detrás de ella.

-Conmigo misma -mintió ella con una sonrisa-. Recordé que no he desayunado.

-Si no te importa una comida de campesinos, la cocinera ya debe tener lista la merienda en la cocina.

-Huele delicioso, por supuesto que no me importará.

***

Mientras Adrian conducía a Blossom a la cocina del castillo, no dejaba de pensar que había venido solo para volver a poner su mundo de cabeza. Era más sencillo cuando no la tenía cerca. Era más fácil sentir resentimiento hacia ella si no la veía. Ahora sería complicado no poner sus manos sobre ella. Blossom se comportaba como si no hubiera sucedido nada, como si se hubieran visto el día anterior apenas. Dentro de él todavía bullía la rabia, pero aún no era el momento de aclarar las cosas. Primero tenía que aclararse él.

***

En la cocina había una mesa larga y estaba llena de hombres, quienes, respetuosos se pusieron de pie en cuanto la vieron entrar. Adrian consideró necesario hacer las presentaciones de rigor.

-Muchachos, esta es lady Wight, mi esposa. Blossom, estos buenos señores, son gente del pueblo que gentilmente han accedido a colaborar con las reparaciones.

Todos hicieron pequeñas circunflexiones con la cabeza, y ella los miró agradecida.

-Muchas gracias, no saben cuan importante es su ayuda. Si tienen algún problema no duden en hablar conmigo.

Adrian la miró irritado, apenas llegaba y ya se estaba haciendo cargo de la situación, aunque, por dentro le gustó la sensación de sentirse uno con ella.

Blossom percibió que a su esposo no le había gustado nada que ella se entrometiera con sus empleados, pero no le importó. Era una forma de darle a entender que había llegado para quedarse.

Adrian la miró de nuevo, y en lo único que pudo pensar fue que esa sería una larga noche.

***

Blossom se sintió optimista esa noche, mientras se preparaba para meterse en la cama. La tarde había sido agradable. Había disfrutado observando a través de la ventana de la habitación cómo Adrian se subía al techo para reparar las tejas en mal estado. Más tarde habían cenado en la cocina, pues el comedor estaba prácticamente desmantelado. La cocinera, una mujer mayor de cabellos casi blancos, había sido muy amable con ella y tan preceptiva que Blossom intuyó que estuvo a punto de preguntarle por su estado, pero una oportuna mirada de ella, selló los labios de la señora.

Sin embargo, ahora era de noche y ese era otro asunto. Se sentía sola, y lo único que deseaba era correr a los brazos de Adrian. ¿Qué tal si iba a su lecho? Al fin y al cabo era su esposa, y tenía derechos, ¿o solo los hombres podían reclamarlos? Resuelta, salió de la cama y se puso una bata sobre los hombros.

***

Adrian, estaba muy cansado, pero la imagen de su esposa no le dejaba conciliar el sueño debidamente. No quería autosatisfacerse, la deseaba a ella. ¿Y si iba a su lecho? Se preguntó. Estaban casados, y bien podía hacer uso de el título de esposo para reclamar por ella. Alcanzó a poner un pie abajo de la cama, cuando la puerta se abrió.

-¡Blosoom!

-Adrian. No preguntes qué hago aquí, por favor, tú ya lo sabes.

La hija del mineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora